jueves, 26 de diciembre de 2024

Hecho para tirar

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“En Norteamérica casi todo lo que se produce está pensado para que se rompa”. Ésa es la idea que elabora, explica y rastrea el escritor canadiense Giles Slade en su libro Made to Break: Technology and Obsolescence in America.

El libro es la historia de una estrategia industrial que ha ensañado a
la gente a comprar, tirar y volver a comprar, y que ahora es necesario cambiar
porque ya no quedan lugares para esconder sin peligros todo lo que no se quiere,
lo que ya se usó o lo que quedó obsoleto.

La ética de tirar a la basura comenzó en Estados Unidos, cuenta
Slade, a mediados del siglo 19, cuando las industrias pusieron a disposición
de la gente una cantidad de materiales baratos. Al principio, para los hombres:
la hojilla de Gillette, pecheras, cuello y puños de papel. Pero al comenzar
el siglo 20 los empresarios comenzaron a ver a las mujeres como las controladoras
de la economía familiar, y para el comienzo de la Primera Guerra Mundial,
Kimberly-Clark sacaba las toallitas femeninas Kotex y Johnson & Johnson sus
apósitos Band-Aids. Entusiasmados con sus primeros éxitos con descartables,
los papeleros pronto sacaron papel higiénico, vasos de papel, toallas de
papel y sorbetes de papel. Y la gente comenzó a adoptar el hábito
de tirar no sólo esas cosas, sino otras.

Comenzaba allí la obsolescencia de los productos. A medida que aparecía
la cultura del descarte, poco a poco se modificaba la ética de la durabilidad
y de la economía. Al principio, la gente sólo tiraba al fuego productos
de papel. Pero luego la cultura fue permitiendo tirar objetos que no podían
ser consumidos por el fuego. Primero comenzaron a rellenar pozos de tierra con
cosas como aspiradoras viejas, porque con el tiempo todo se iba volviendo descartable.

Las empresas estadounidenses resistieron activamente la campaña por la
frugalidad del Departamento del Tesoro durante la Primera Guerra. En las tiendas
y almacenes había carteles que rezaban “Business as Usual”,
“Cuidado con la economía”. Slade descubrió artículos
que criticaban duramente la prudencia con el dinero: “La avaricia es despreciable,
la preservación es vulgar; ambas cosas son fatales para el carácter
y un peligro para la comunidad y la nación”. La cita es de C.W. Taber,
autor de The Business of the Household.

Nuevo y brillante

Made to Break describe las ideas e innovaciones que dieron lugar a la obsolescencia
a lo largo del siglo 20. Describe, por ejemplo, la primera batalla por el dominio
del mercado entre GM y Ford y las campañas de marketing automovilístico
durante los años de la Depresión, que invitaban a comprar “el
último modelos” todos los años. Como resultado aparecieron
productos destinados a no durar. Así fue surgiendo el apetito por productos
de corta vida, como el revolucionario desarrollo de DuPont en 1939 de las medias
de nylon para mujeres, una alternativa mucho más barata que las medias
hechas con seda japonesa.

El último capítulo del libro, titulado “celulares y basura
electrónica” (e-waste) es el más preocupante. Entre
muchas otras cosas dice que para finales del año 2002, más de 130
millones de teléfonos todavía en funcionamiento se habían
“retirado” en Estados unidos. Actualmente, unas 250.000 toneladas de
celulares descartados pero todavía usables aguardan en inmensas pilas,
que se les dé un destino final. Slade sugiere que los celulares se han
convertido en la vanguardia de una tendencia que crece a toda velocidad hacia
el descarte de los productos electrónicos. En Japón, la gente los
cambia cada año por el último modelo aparecido.

La duración cada vez más corta de la vida útil de los aparatos
digitales – computadoras, televisores, teléfonos, etc. – está creando
una avalancha de desechos electrónicos que amenaza con superar todos los
basureros del mundo con una sopa tóxica de toxinas biológicas permanentes,
como arsénico, plomo, níquel y cinc. “Cuando el desecho electrónico
es quemado en cualquier parte del mundo, una cantidad de contaminantes quedan
sueltos en el aire, con consecuencias potencialmente desastrosas para la salud
en todo el globo. Cuando se lo utiliza para rellenar terreno los minerales terminan
por filtrarse en la tierra envenenándola”, escribe Slade.

El libro explica con toda claridad que hasta ahora Estados Unidos viene exportando
gran parte de su desecho electrónico a países en desarrollo para
que allí se les dé su destino final. Luego aclara que pronto tendrá
que eliminar esa práctica cuando se ponga en práctica el esquema
de control sobre movimiento internacional de desechos peligrosos dispuesto por
las Naciones Unidas.

Volviendo a los celulares, Slade cita al sociólogo Rich Ling, quien ve
el desarrollo y proliferación de ese artefacto como una extensión
de la serie de inventos que incluye trenes, la hora estándar, el teléfono,
el auto y el reloj personal. Todas esas innovaciones tienen en común su
capacidad para coordinar las interacciones sociales de los seres humanos.

Pero según el autor es el pequeño tamaño de los teléfonos
celulares lo que los hace un peligro tóxico digno de ser tenido en cuenta.
Como no vale la pena el esfuerzo de desarmarlos para recuperar sus diminutos componentes,
casi todos son tirados a la basura.

La descripción de soluciones es la parte más pobre del libro., Slade
sugiere que los fabricantes cobren algo más por productos durables que
se puedan desarmar y volver a usar. O que la agenda para las reuniones de institutos
electrónicos deberían incluir la aprobación de diseños
ecológicos , algo que parecería que lentamente comienza a aparecer.
Pero a pesar de todo, en una entrevista reciente donde comentó su libro
dijo lo siguiente.: “Mucha gente muy sofisticada ha dedicado mucho tiempo
y pensamiento a desarrollar este sistema de consumo constante. Debemos analizar
el problema creativamente para recrearlo. Toda nuestra economía está
basada en comprar, tirar y volver a comprar.”

El libro es la historia de una estrategia industrial que ha ensañado a
la gente a comprar, tirar y volver a comprar, y que ahora es necesario cambiar
porque ya no quedan lugares para esconder sin peligros todo lo que no se quiere,
lo que ya se usó o lo que quedó obsoleto.

La ética de tirar a la basura comenzó en Estados Unidos, cuenta
Slade, a mediados del siglo 19, cuando las industrias pusieron a disposición
de la gente una cantidad de materiales baratos. Al principio, para los hombres:
la hojilla de Gillette, pecheras, cuello y puños de papel. Pero al comenzar
el siglo 20 los empresarios comenzaron a ver a las mujeres como las controladoras
de la economía familiar, y para el comienzo de la Primera Guerra Mundial,
Kimberly-Clark sacaba las toallitas femeninas Kotex y Johnson & Johnson sus
apósitos Band-Aids. Entusiasmados con sus primeros éxitos con descartables,
los papeleros pronto sacaron papel higiénico, vasos de papel, toallas de
papel y sorbetes de papel. Y la gente comenzó a adoptar el hábito
de tirar no sólo esas cosas, sino otras.

Comenzaba allí la obsolescencia de los productos. A medida que aparecía
la cultura del descarte, poco a poco se modificaba la ética de la durabilidad
y de la economía. Al principio, la gente sólo tiraba al fuego productos
de papel. Pero luego la cultura fue permitiendo tirar objetos que no podían
ser consumidos por el fuego. Primero comenzaron a rellenar pozos de tierra con
cosas como aspiradoras viejas, porque con el tiempo todo se iba volviendo descartable.

Las empresas estadounidenses resistieron activamente la campaña por la
frugalidad del Departamento del Tesoro durante la Primera Guerra. En las tiendas
y almacenes había carteles que rezaban “Business as Usual”,
“Cuidado con la economía”. Slade descubrió artículos
que criticaban duramente la prudencia con el dinero: “La avaricia es despreciable,
la preservación es vulgar; ambas cosas son fatales para el carácter
y un peligro para la comunidad y la nación”. La cita es de C.W. Taber,
autor de The Business of the Household.

Nuevo y brillante

Made to Break describe las ideas e innovaciones que dieron lugar a la obsolescencia
a lo largo del siglo 20. Describe, por ejemplo, la primera batalla por el dominio
del mercado entre GM y Ford y las campañas de marketing automovilístico
durante los años de la Depresión, que invitaban a comprar “el
último modelos” todos los años. Como resultado aparecieron
productos destinados a no durar. Así fue surgiendo el apetito por productos
de corta vida, como el revolucionario desarrollo de DuPont en 1939 de las medias
de nylon para mujeres, una alternativa mucho más barata que las medias
hechas con seda japonesa.

El último capítulo del libro, titulado “celulares y basura
electrónica” (e-waste) es el más preocupante. Entre
muchas otras cosas dice que para finales del año 2002, más de 130
millones de teléfonos todavía en funcionamiento se habían
“retirado” en Estados unidos. Actualmente, unas 250.000 toneladas de
celulares descartados pero todavía usables aguardan en inmensas pilas,
que se les dé un destino final. Slade sugiere que los celulares se han
convertido en la vanguardia de una tendencia que crece a toda velocidad hacia
el descarte de los productos electrónicos. En Japón, la gente los
cambia cada año por el último modelo aparecido.

La duración cada vez más corta de la vida útil de los aparatos
digitales – computadoras, televisores, teléfonos, etc. – está creando
una avalancha de desechos electrónicos que amenaza con superar todos los
basureros del mundo con una sopa tóxica de toxinas biológicas permanentes,
como arsénico, plomo, níquel y cinc. “Cuando el desecho electrónico
es quemado en cualquier parte del mundo, una cantidad de contaminantes quedan
sueltos en el aire, con consecuencias potencialmente desastrosas para la salud
en todo el globo. Cuando se lo utiliza para rellenar terreno los minerales terminan
por filtrarse en la tierra envenenándola”, escribe Slade.

El libro explica con toda claridad que hasta ahora Estados Unidos viene exportando
gran parte de su desecho electrónico a países en desarrollo para
que allí se les dé su destino final. Luego aclara que pronto tendrá
que eliminar esa práctica cuando se ponga en práctica el esquema
de control sobre movimiento internacional de desechos peligrosos dispuesto por
las Naciones Unidas.

Volviendo a los celulares, Slade cita al sociólogo Rich Ling, quien ve
el desarrollo y proliferación de ese artefacto como una extensión
de la serie de inventos que incluye trenes, la hora estándar, el teléfono,
el auto y el reloj personal. Todas esas innovaciones tienen en común su
capacidad para coordinar las interacciones sociales de los seres humanos.

Pero según el autor es el pequeño tamaño de los teléfonos
celulares lo que los hace un peligro tóxico digno de ser tenido en cuenta.
Como no vale la pena el esfuerzo de desarmarlos para recuperar sus diminutos componentes,
casi todos son tirados a la basura.

La descripción de soluciones es la parte más pobre del libro., Slade
sugiere que los fabricantes cobren algo más por productos durables que
se puedan desarmar y volver a usar. O que la agenda para las reuniones de institutos
electrónicos deberían incluir la aprobación de diseños
ecológicos , algo que parecería que lentamente comienza a aparecer.
Pero a pesar de todo, en una entrevista reciente donde comentó su libro
dijo lo siguiente.: “Mucha gente muy sofisticada ha dedicado mucho tiempo
y pensamiento a desarrollar este sistema de consumo constante. Debemos analizar
el problema creativamente para recrearlo. Toda nuestra economía está
basada en comprar, tirar y volver a comprar.”

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