Los violentos presentan anomalías cerebrales

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Se ha descubierto que la agresión humana tiene base neurológica. Pero aunque la estructura cerebral depende mayormente de la genética, no siempre es determinante. El entorno puede modificar esa estructura.

Las actitudes violentas y la agresividad tienen un origen neuronal detectado por recientes investigaciones en el campo de la neurología. Déficits muy concretos en la estructura del cerebro parecen subyacer bajo las tendencias violentas y demasiado impulsivas, y su conocimiento podría servir para desarrollar tratamientos preventivos, así como para diagnosticar posibles futuros comportamientos violentos en niños y adolescentes, según un comunicado de la Society for Neuroscience norteamericana.

Aunque estos descubrimientos podrían tener un doble filo a nivel ético (el riesgo de estigmatizar a individuos analizados antes de que puedan hacer algo “malo” o de reducir la responsabilidad moral de asesinos o agresores por su condicionamiento neurológico), los neurólogos enfatizan que los análisis cerebrales sólo pueden predecir riesgos y que, en última instancia, como señala el neurólogo Craig Ferris, de la Northeastern University de Boston (Estados Unidos): “no somos esclavos de nuestra biología”.

El cerebro no es determinante

De hecho, investigaciones realizadas con animales y humanos han sugerido que las influencias del entorno tienen un fuerte impacto en el cerebro, tanto para bien como para mal, porque se ha demostrado que en individuos con predisposición genética a la violencia, el afecto y el cuidado maternos o de cualquier índole en la infancia reducen el riesgo a que se conviertan en adultos agresivos.

Las actitudes violentas y la agresividad tienen un origen neuronal detectado por recientes investigaciones en el campo de la neurología. Déficits muy concretos en la estructura del cerebro parecen subyacer bajo las tendencias violentas y demasiado impulsivas, y su conocimiento podría servir para desarrollar tratamientos preventivos, así como para diagnosticar posibles futuros comportamientos violentos en niños y adolescentes, según un comunicado de la Society for Neuroscience norteamericana.

Aunque estos descubrimientos podrían tener un doble filo a nivel ético (el riesgo de estigmatizar a individuos analizados antes de que puedan hacer algo “malo” o de reducir la responsabilidad moral de asesinos o agresores por su condicionamiento neurológico), los neurólogos enfatizan que los análisis cerebrales sólo pueden predecir riesgos y que, en última instancia, como señala el neurólogo Craig Ferris, de la Northeastern University de Boston (Estados Unidos): “no somos esclavos de nuestra biología”.

El cerebro no es determinante

De hecho, investigaciones realizadas con animales y humanos han sugerido que las influencias del entorno tienen un fuerte impacto en el cerebro, tanto para bien como para mal, porque se ha demostrado que en individuos con predisposición genética a la violencia, el afecto y el cuidado maternos o de cualquier índole en la infancia reducen el riesgo a que se conviertan en adultos agresivos.

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