<p>El autor sostiene que la puja por influencia económica y política en el primer cuarto de siglo enfrentará a tres jugadores (Unión Europea, EE.UU., China) en un campo que define como “segundo mundo”, sin nexos con el viejo esquema de primero, segundo y tercero. Ello involucra cinco regiones principales: Asia meridional y oriental, salvo China (Khanna no se detiene en Japón ni Rusia), Asia central, Levante, Europa sudoriental y Latinoamérica/Caribe (África subsahariana no se menciona). Ese conjunto deberá buscar alianzas con uno o más “imperios” para desarrollarse.</p>
<p>La influencia sobre ese “segundo mundo” se basará no en fuerza militar sino más bien en una mezcla amplia de variables: productividad, porciones mercado global, innovación tecnológica, recursos naturales y población. Además, pesarán intangibles como voluntad nacional y habilidades diplomáticas.</p>
<p>Este tipo de imperios esgrime el poder de maneras muy distintas. Estados Unidos sigue aferrado al “modelo de coaliciones”, en pos de acuerdos tema por tema (contraterrorismo, apertura de mercados). Por su parte, la UE prefiere un “modelo de consensos”, aprovechando su enorme mercado, su pluralismo y sus atractivas políticas socioeconómicas –menos ligadas al sector privado- para captar socios y aliados.</p>
<p>Finalmente, China tiene un “modelo consultativo” flexible, que depende del interés de otros países en tratar con Beijing por sus ventajas comerciales o económicas. Este modelo echa a un lado temas tan controvertidos –en Occidente- como derechos civiles, ecología o transparencia de los gobiernos (o sea, corrupción).</p>
<p>Para Khanna y su New American Foundation, esas variables le serán de peculiar relevancia a EE.UU., si alguna vez resuelve adaptar el modelo de coaliciones a un mundo en transformación. ¿Podrá Washington superar sus tendencias a privilegiar sus intereses en materia diplomática o económica, aunque suelan dificultarle hacer amigos en el mundo? ¿Debiera seguir atando sus políticas exteriores a sus empresas en un marco global más competitivo?</p>
<p>Durante los años 90, Washington suponía que toda globalización era buena porque era norteamericana. Por el contrario, el fenómeno llevó en la década siguiente a la declinación del poder estadounidense y no promovió sus valores más que los de muchas otras culturas. Insistir en aquella idea simplemente trasunta ceguera a lo que ocurre fuera, donde existen modelos de globalización europeo, chino o indio, e ignorar el perfil del mundo a principios del siglo XXI.</p>
<p>Hoy EE.UU. es apenas una entre varias “marcas” que compiten. Basta notar la frecuencia con que el país se queda solo, militar, política o económicamente, le guste o no. No es que el planeta se torne antinorteamericano, sino que deja de ser norteamericano. </p>
<p>Sea como fuere, un mero cambio de políticas no resolvería un problema crítico: el sector privado también mantiene una visión del mundo por demás centrada en EE.UU. En parte, porque así han evolucionado los nexos entre el gobierno y el sector privado. Entonces, interpretan lo que sucede fuera en términos de “nosotros versus ellos”. Pero los balances indican claramente que esa visión es anacrónica e interesa a los propios empresarios ayudar a que cambien los esquemas mentales de quienes deciden sobre política exterior.</p>
<p>Hay un punto clave en el libro: no existen ya intereses norteamericanos sino globales. Los ejecutivos debieran ser los primeros en percibir la falacia de “si hago tal cosa, será bueno para EE.UU.” y sustituirla por “será bueno para mi negocio y éste es mundial”.</p>
<p>Ante todo –afirma Khanna-, “los norteamericanos debieran dejar de temer al mundo exterior o de vacilar entre compromiso y aislamiento. También deben entender que el ‘segundo mundo’ ofrece innumerables opciones en materia de seguridad, comercio, economía, asistencia tecnológica, etc.”. Pero, para volver a ser atractivo en el nuevo contexto, EE.UU. ha de reactivar su propia economía, reducir desigualdades entre ricos y pobres, ser fiscalmente más responsable y dejar de ser el mayor deudor del globo.</p>
<p>Cada uno de los tres “imperios” tiene su esfera geográfica natural de influencia. La UE extiende su órbita a Europa sudoriental, el Cáucaso y África septentrional. China pone la mira en Siberia oriental y el sudeste asiático. Por lo mismo, EE.UU. debiera crear una especie de “unión norteamericana”, distinta del tratado homónimo. Ello permitiría optimizar recursos del hemisferio occidental, como los combustibles canadienses, el sector privado y el potencial latinoamericano. En particular, de países amigos de Washington. Esto significa un proyecto geopolítico cifrado en un hemisferio estable y pro estadounidense.</p>
<p>En verdad, “el futuro mundial cambiará si cambian las políticas norteamericanas en este hemisferio. Si el gobierno de turno encarara los problemas con Venezuela, si las reservas petroleras brasileñas fuesen como se supone y los hidrocarburos canadienses se explotaran a costos razonables, EE.UU. ni siquiera precisaría extender sus intereses en el resto del mundo, preocuparse con China, Levante o los europeos. LA respuesta reside en el propio patio trasero.</p>
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Siglo XXI: ¿empieza con tres imperios en liza, no uno?
¿Cómo podría EE.UU. competir con la UE el mayor PBI del mundo- y China? El futurólogo Parag Khanna cree que la clave reside en el patio trasero. Luego de recorrer más de cien países, publicó The Second World: Empires in a new order”.