<p>En Port Sa’id, extremo noreste del país, la violencia se desarrolló mientras policías y soldados eran meros espectadores. El costado político era claro: los clubes al-Masr (Egipto) y Zamalek representan una clase media que prosperaba con Mubarak. En tanto, el campeón al-Ahlí refleja “un proletariado que jamás ha visto un celular ni una computadora”, observa el sociólogo Mohammed Gamal Beshir, autor de Kitab al-Ultrás (“Libro de los barras bravas”).<br />
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Mejor organizados que en Europa o Latinoamérica, los ultras estuvieron en primera fila durante los disturbios en plaza Tahrir, hace casi un año. Habían mutado con la “primavera árabe”. Pero no tenían nexos con los movimientos de Túnez, Libia, Yemén o los emiratos del golfo Pérsico. <br />
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En efecto, los extremistas ahlawíes (el club al-Ahlí), viejos enemigos del régimen depuesto, y los “caballeros blancos” (al-Masr, Zamalek) poco tienen que ver con los “demócratas” de la plaza cairota. Infiltrados en grupitos, los barras bravas entonaban cantos y lemas facciosos. “Al menos 80% de los egipcios comunes –subraya Beshir- no sabe nada de política. Pero estos sectores violentos están divididos en cientos de posturas, o sea ninguna, salvo la hostilidad a la policía”.<br />
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Hasta los comicios, los elementos moderados de plaza Tahrir apreciaban hasta septiembre el apoyo de los ultras. Ya no, pues han quedado expuestos como meros peleadores y fanáticos del fútbol (especie de Nueva Chicago miles de veces peor). Ahora, lo de Puerto Sa’id los coloca en postura desairada: más de 80 muertos y 1.200 heridos explican que la Hermandad los impugnen junto con la junta militar y su presidente, el general Huséin Tantawí. Sobre todos porque, en medio de la explosión, los ultras del Zamalek –su club favorito- se alzaron en El Cairo al suspenderse un partido por los hechos en el noreste del país.<br />
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Por supuesto, la Hermandad Musulmana y sus legisladores han tomado distancia. Máxime al ver por televisión cientos de adolescentes munidos de palos y piedras, persiguiendo jugadores del al-Ahlí… para matarlos en el campo de juego sa’idí.<br />
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Varios factores fomentan visiones conspirativas. Para comenzar, no existía una rivalidad particularmente fuerte entre al-Masr, al-Ahlí o Zamalek. Por otra parte, también llamó la atención la ausencia policial en Puerto Sa’id y la pasividad ante los desmanes. Obviamente, la tesis conspirativa favorita señala que la masacre pudo haber sido planeada por los propios militares, aconsejados por Mubarak mismo. Objeto: persuadir a la gente de que es preciso mantener las leyes de emergencia, que debían haberse derogado hace meses y datan de 1981.<br />
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Días atrás, en el primer aniversario de la revolución (25 de enero), Tantawí anunció que pronto levantaría parcialmente esas medidas. Pero no para casos de vandalismo. Al no definir el concepto, suscitó recelos en partidos políticos y organizaciones de derechos civiles. Lo ocurrido el martes le dio la razón. “La violencia en Puerto Sa’id fue orquestada y es un mensaje de los fulul, remanentes del régimen derrocado” (¿o no?). Eso denuncia Ziyad al-Elaimí, del partido Socialdemócrata. Igual sostenía el partido de Libertad y Justicia, brazo parlamentario de la Hermandad Musulmana. <br />
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Egipto: más de 80 muertos y un complot político
La madrugada de jueves, vísperas del feriado islamico, el costo en vidas se calculaba entre ochenta y cien. Rápìda en reaccionar, la poderosa Hermandad Musulmana (triunfante en recientes elecciones) acusó a quienes aún apoyan a Hosní Mubarak.