La sordidez de la prostitución es una de las razones por las cuales los gobiernos han tratado siempre de prohibirla o confinarla a prostíbulos autorizados o a “zonas de tolerancia”. Los puritanos creen que las mujeres que venden sexo son pecadoras, los bien intencionados dicen que son víctimas. La realidad, dice la publicación británica, es más compleja. Algunas prostitutas sufren el tráfico, la explotación o la violencia; sus abusadores deberían terminar tras las rejas por sus crímenes. Pero para muchas otras personas, tanto hombres como mujeres, el sexo es sólo trabajo.
La ficción de creer que todas las prostitutas son víctimas, dice The Economist, es muy difícil de sostener a medida que la compra y venta de sexo se traslada a la web. Hay páginas web personales donde una prostituta puede poner a la venta sus servicios y crear su propia marca. Y hay sitios de reseñas donde se encuentran opiniones confiables de clientes sobre el intercambio comercial de sexo. Con este traslado a la web la actividad se presenta cada vez más como un normal negocio de servicios.
The Economist analizó datos de precios, servicios y características personales tomados de un gran sitio internacional con 190.000 perfiles de mujeres prostitutas. Los resultados muestran que los caballeros realmente las prefieren rubias, quienes cobran 11% más que las morenas. Las flacas esqueléticas como las de las revistas de moda se cotizan más que las rellenitas, pero menos que las de un peso más saludable. Las mismas prostitutas actúan como un cuentapropista en el mercado laboral. Arreglan visitas, toman pedidos, eligen qué servicios van a ofrecer y si se especializan o no. Hacen trabajos temporarios, part-time y adecuan el trabajo de manera de poder criar a sus hijos.
Los moralistas que condenan la prostitución lamentan el pase a la web porque, dicen, fortalecerá el comercio del sexo. Será más fácil para compradores y vendedores encontrarse y acordar transacciones. Nuevos proveedores entrarán al oficio que ahora es más seguro y menos oscuro. Para los clientes nuevos será más fácil encontrar la prostituta que ofrezca los servicios que desean y confirmar su calidad. Todo esto es mala noticia para proxenetas y madamas porque la Internet debilitará su capacidad de controlar el mercado.
Pero el sexo online es buena noticia para todos, dice The Economist. El sexo negociado en la Web y vendido desde un departamento o habitación de hotel es menos irritante para terceros que un prostíbulo o un distrito rojo. Lo más importante es que la web hará más segura la prostitución de lo que cualquier legislación ha logrado hasta ahora. Los chulos serán menos abusadores si las prostitutas tienen una ruta alternativa al mercado. Y finalmente, los sitios especializados permitirán a compradores y vendedores evaluar mejor los riesgos.
Por todos lados aparecen apps y sitios que a ambos permiten confirmar las identidades de cada uno e intercambiar resultados verificados de pruebas de salud sexual.
Los gobiernos deberían aprovechar la oportunidad para repensar sus políticas. La prohibición, sea total o parcial, no logró nunca hacer desaparecer el comercio sexual. Y además tiene resultados desagradables. Por ejemplo, la violencia contra las prostitutas no se castiga porque las víctimas son marginales y como tales no suelen ir a pedir justicia y tampoco la obtienen. Otro resultado negativo es el problema del turismo sexual, una plaga en países como Holanda y Alemania, donde la parte legal del negocio está circunscripta a un pequeño distrito y allí es muy visible.
En los países ricos muchos gobiernos están optando por penalizar la compra de sexo en lugar de la venta. Suecia fue la primera, en 1999, seguida de Noruega, Islandia y Francia. Canadá está modificando su legislación y el Parlamento Europeo quiere adoptar el modelo sueco para toda la Comunidad Europea. En Estados Unidos se habla de lo mismo.
Pero esta nueva moda de penalizar la compra, dice el semanario, también está equivocada. Prohibir la compra está tan mal como prohibir la venta. La criminalización de los clientes perpetúa la idea de que todas las prostitutas son víctimas obligadas al trabajo. Algunas ciertamente lo son (por sus parejas, por traficantes o por drogadicción) pero ya hay leyes muy duras contra la agresión y el tráfico. Los adictos necesitan tratamiento, no una condena a prisión para sus clientes.
La prostitución online va a crecer les guste o no a los gobiernos. Si intentan interponerse van a hacer daño. El poco realista objetivo de terminar con el comercio del sexo distrae a las autoridades de los verdaderos horrores de la esclavitud del día de hoy y prostitución infantil. Los gobiernos deberían concentrarse en desalentar y castigar esos crímenes, y dejar que los adultos que dan su consentimiento sexual lo negocien online en forma segura y privada.