Desde que Hong Kong fue devuelto a China por parte del Reino Unido en 1997, este puerto clave ha tenido siempre algunos derechos como libre expresión, autonomía gubernamental y elecciones locales. Pero para elegir un nuevo gobernador los candidatos a esta elecciones deberán contar con la aprobación del partido comunista que gobierna en Beijing. En agosto, el gobierno central anunció que la elección del líder del ejecutivo hongkonés en 2017 será por sufragio universal, pero sólo podrán presentarse dos o tres candidatos designados por un comité leal a Pekín. Para los activistas pro democracia, esta condición es inaceptable.
Las diferencias entre Hong Kong en 2014 y Beijing en 1989 son también importantes. En los 25 años que separan el actual episodio de violencia urbana con aquellas protestas lideradas por estudiantes que exigían reforma democrática , China se ha convertido en un país inmensamente más rico y poderoso. Las autoridades chinas esperan que las actuales manifestaciones en Hong Kong no tengan el final dramático de aquel desgraciado episodio en la plaza. Además, las autoridades centrales tienen más margen de maniobra que en 1989, si deciden usarlo, porque Hong Kong no es la capital del país, sino una ciudad regional que goza de un estatus especial bajo la fórmula de “un país, dos sistemas”, que fue la base de la devolución de Gran Bretaña a China.
Según esa fórmula, Hong Kong sigue disfrutando prensa libre e independencia judicial, libertades que no existen en el continente. El tema ahora es si a Hong Kong se le permitirá dar un paso más hacia la democracia y elegir su propio gobernador sin que los candidatos sean previamente aprobados por Beijing.
Una respuesta inteligente del partido comunista sería permitirle actuar como laboratorio de pruebas de las reformas democráticas. La fórmula de un país, dos sistemas es perfecta para permitirle a Hong Kong avanzar con las reformas democráticas sin generar demandas inmediatas de cambios similares en el continente. Un Hong Kong democrático podría luego servir como modelo para la gradual introducción de reformas similares en el resto de China.
Lamentablemente, el gobierno central en Beijing parece decidido a tomar el camino opuesto. No puede correr el riesgo de permitir que florezca la democracia dentro de sus fronteras. No puede permitir que nadie desobedezca los deseos del partido. Y al tomar esa decisión, opta por el camino de la confrontación con los manifestantes. Y si los manifestantes no ceden, crece el riesgo de una intervención violenta por parte del gobierno central.
Pero las cosas no tienen por qué ser necesariamente así, en opinión de Gideon Rachman. Durante varios años luego de la devolución del puerto en 1997, pareció que China manejaba Hong Kong con mucho tacto. Luego algo cambió. El partido comunista se volvió menos tolerante o tal vez nunca estuvo dispuesto a arriesgar que surja una verdadera democracia en Hong Kong.
Decisiva en este proceso será, sin duda, la reacción del pueblo en el continente chino. Si las manifestaciones continúan, podrían tratar de aprovechar incluso un latente antagonismo entre hongkoneses y chinos. Mientras tanto, el gobierno central estudia su próximo paso.