Es evidente que en Silicon Valley hay otro boom de inversiones pero no como el que se conoció en 1999 cuando empresas nuevas sin historial ni mucho que mostrar lograban cotizaciones impresionantes en Wall Street.
Ahora las valuaciones también están creciendo, pero la fiesta se celebra a puertas cerradas. Circulan, entre los analistas, muchos temores. Uno es que se esté gestando otra burbuja. El crecimiento de la inversión privada plantea también algunas cuestiones sobre la transparencia con que pueden funcionar los mercados de capitales a tan gran escala sin la vidriera o los controles o los balances publicados por la bolsa.
Esta locura por invertir en la industria tecnológica también genera preocupación sobre la forma en que se reparten estas ganancias y si el juego de la inversión es solo para los privilegiados que están adentro o los que tienen las conexiones adecuadas o el mayor poder de inversión.
Por mencionar solo ejemplos de la última semana: Uber anunció que está a punto de aumentar su capital total a US$ 10.000 millones, un récord para una tecnológica privada. Luego se supo que Palantir, una compañía de inteligencia artificial de la que se sabe muy poco porque no aparece mucho, se encuentra en negociaciones para reunir cientos de millones de dólares con una valuación de US$ 20.000 millones, con lo que se colocaría segunda detrás de Uber (que está valuada en US$ 40.000 millones).