El problema tiene su raíz en la mayoría de los calmantes que legalmente se prescriben contienen productos derivados del opio de la amapola y generan euforia. Ya en el año 3400 antes de cristo los sumerios de la Mesopotamia hablaban de la amapola como “la planta de la alegría”. Los pacientes los toman cuando los necesitan, y luego cuando dejan de necesitarlos los siguen tomando con receta o buscando alguna alternativa.
Por estos días hay 2 millones de norteamericanos que abusan de calmantes opiáceos como el Oxycontin y Opana. Esto ha generado un feroz debate en la comunidad médica del país. De un lado están los médicos que creen que su profesión ha pasado décadas recetando opiáceos por demás con la intención de que los pacientes sufrieran cero dolor pero sin darse cuenta que estaban empujando a muchos a la adicción.
Por el otro están los que dicen que la solución debe buscarse en una nueva generación de opiáceos con características físicas y químicas adecuadas para reducir el consumo inadecuado.
Desde mayo, la Food and Drug Administration emitió un conjunto de lineamientos para instar a la industria farmacéutica a desarrollar drogas seguras, que no lleven al abuso. Aquellos laboratorios que desarrollen comprimidos con tecnologías novedosas serán premiados con una etiqueta que les permita comerciar sus productos con la leyenda “Impide el abuso”.
Para hacerse acreedoras de ese galardón esas drogas de verán tener cualidades físicas que dificulten el uso recreacional como cápsulas duras diseñadas para aguantar mordidas o agentes que impidan disolverlas en agua antes de inyectarlas. Métodos más avanzados incluyen incorporar un químico que ayude a contrarrestar el efecto del opiáceo dentro de la cápsula que se libera si la droga es alterada, el equivalente a un inmovilizador de autos que se activa cuando el auto es robado.
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