La mujer, cuyo nombre permanece en el anonimato, conoce muchas cosas de su vida, pero no tiene la capacidad para revivirlas mentalmente como cualquiera de nosotros que puede traer a la mente una determinada tarde de nuestra vida pasada. No tiene memoria episódica. Si comparamos la memoria con un libro cuyas páginas vamos dando vuelta hacia adelante pero podemos también volver hacia atrás, ella sólo tiene acceso al índice.
“Conozco pedacitos de lo que ha pasado”, dice sobre su infancia, pero ninguno de ellos tienen el sello de una experiencia personal. “No tengo ni imágenes ni impresiones de mí misma como niña”
No tiene recuerdos conscientes. Pero tiene personalidad. Sabe que es una mujer liberal blanca que se casó con un hombre negro a pesar de la oposición de su padre conservador. Sabe que es una católica que decidió, en algún momento de su vida, que la religión no era lo suyo. Es intuitiva, curiosa y divertida Tiene empleo y tiene hobbies, valores, creencias, opiniones y un grupo de amigas. Aunque no se acuerda de las anécdotas que la convirtieron en la persona que es sabe muy bien quién es.
Esto, a los médicos, les plantea este interrogante: ¿es imprescindible la memoria?