A lo largo de esta estación, en el Medio Oriente el termómetro llegó a marcar 54° centígrados (con lo que se entiende mejor lo que está pasando en Siria, donde la inclemente sequía de cinco años arroja del país a centenares de miles de refugiados).
En un país de clima templado, como es Gran Bretaña, se han registrado inusuales marcas de calor. Los promedios superaron a los del año pasado, instalando un nuevo record. Lo central para explicar lo ocurrido, para analistas y científicos, ha sido el comportamiento de la corriente de El Niño, el fenómeno climático más notable del planeta.
Por un momento, a finales del año pasado, pareció que el clima estaba en el centro del escenario. Hubo, para ello, coincidencias temporales. A lo largo de varias semanas se produjeron hechos resonantes que lo pusieron en foco. La visita del Papa Francisco a Estados Unidos significó que un ámbito de resonancia como el Congreso (reunidas ambas cámaras) multiplicara la humilde y oportuna voz del pontífice pregonando la inevitable necesidad del compromiso mundial en la materia. Enseguida, la Asamblea General de las Naciones Unidas ratificó el compromiso de los países miembros en avanzar en serio en este campo. La implementación de la agenda 2015 a partir de esta reunión es un punto de inflexión que determinará la visión global predominante en desarrollo sustentable hasta 2030. A ello le siguió en pocos días, en París la cumbre de Naciones Unidas sobre el clima con participación de casi 200 países. La esperanza es que el resultado del encuentro en París obligue a tener resultados medibles e incrementar las acciones a lo largo de varias décadas.
La agenda 2030 para el desarrollo sostenible será una guía de intervenciones en desarrollo por lo menos para los próximos 15 años. Un aumento importante en la temperatura mundial puede imponer un costo de entre 10 y 30% del PBI global. O entre US$ 7 billones (millones de millones) y US$ 22 billones, a valores de 2013. Los costos están asociados a la masiva inversión en infraestructura industrial para adaptarse a las nuevas temperaturas y al nuevo nivel de los océanos.