El valor del dólar se ha debilitado en el mundo en estos días, como reflejo del temor a una caída del PBI estadounidense como consecuencias de los daños devastadores producidos por el huracán (y luego tremenda lluvia) Harvey que anegó ciudades, campos e incluso explotaciones petroleras que han dejado de operar momentáneamente.
Aunque no tan dañina, la situación no es nueva para los argentinos que se encuentran hoy con más de la mitad de la provincia de Buenos Aires inundada, con riesgo de perder total o parcialmente la próxima cosecha.
Con todo, lo realmente intimidante para quienes siguen de cerca el cambio climático es el calentamiento global que está amenazando con la desaparición de la inmensa capa de hielo en el occidente de la Antártida. Con la consecuente elevación de las aguas oceánicas, y por ende el avance sobre la actual línea costera.
Lo que puede producir ingentes daños en las costas pobladas con ciudades que podrían resultar anegadas.
Este es un temor que viene, por lo menos, desde 1968. Un excéntrico geógrafo, el británico John Mercer sostenía la tesis del derrumbe de estas masas de hielo antártico. La razón: podría colapsar porque en verdad está asentado sobre tierra que está por debajo del nivel del mar.
Un colapso, anunció entonces, que puede ser rápido y catastrófico. Lamentablemente las más recientes investigaciones tienden a confirmar esta hipótesis de alto riesgo. Lo que precipita el proceso ahora, es la deriva, el viaje de los grandes témpanos flotantes que al marchar hacia el norte sufren la tremenda erosión del mar y de temperaturas más altas, hasta terminar por desaparecer (Algo muy similar está ocurriendo en el Polo Norte, en especial en el caso de Groenlandia). Más de 15 metros se puede elevar el nivel del mar desde los niveles actuales. Con lo que es fácilmente imaginable lo que puede ocurrir con grandes urbes costeras.
Inundaciones provocadas por el temporal de esta última semana de agosto.
