sábado, 23 de noviembre de 2024

Xi Jinping concentra el poder político en China

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Desde Mao, ningún otro dirigente acumuló tanto poder en el partido y en el gobierno.
 

Hay un nuevo precepto escrito en el programa del Partido Comunista chino: “Xi Jinping piensa en un socialismo con características chinas para una nueva era”. Una época distinta a la de sus predecesores que no alcanzaron ese honor.

Es que Xi Jinping es el dirigente más importante y con más poder desde los tiempos del legendario Mao Tse Tung. Y así se fue reconocido al final de este congreso del Partido Comunista que se celebra cada cinco años. Hace un lustro sirvió para designar un primer término de Xi. Ahora lo ratificó, con el voto de sus 2.300 delegados, como máximo dirigente por otro periodo quinquenal.

Pero a diferencia de épocas anteriores no hay en el flamante Politburó un solo joven dirigente, lo que suele ser una pista sobre quién será el sucesor del actual líder. Algunos observadores piensan que ello se debe a que Xi no se conformará con diez años de liderazgo y aspira a permanecer más tiempo en la cumbre.

Habrá que ver cómo le sale esta jugada. Lo cierto es que en este momento ha acumulado una porción gigante, inédita, de poder dentro del partido, del gobierno y de las fuerzas armadas. Deng Xiaoping hizo la gran transición desde Mao en adelante. Y mantuvo el poder concentrado en el Partido, a pesar de la heterodoxia económica, capitalista en el accionar.

Deng fue autor del concepto “teoría socialista con características chinas”. Una manera de justificar, en los años 80, las reformas de libre mercado, capitalistas, según el modelo de Occidente.

Los dos sucesores, Hu Jintao y Jiang Zemin mantuvieron la línea de Deng, fueron eficientes administradores, pero no mostraron signos del ambicioso liderazgo que exhibe el actual conductor del partido y del país.

Para todos los observadores está claro que Xi ha consolidado notoriamente su poder, a pesar de que se hizo de enemigos influyentes. Especialmente por su decidida lucha contra la corrupción que dejó un tendal de heridos y resentidos. Sin embargo, en lo visible, ha logrado aplastar toda oposición. Además, a partir de ahora, oponerse a Xi puede equivaler al suicidio, al menos político. Nadie se opondrá a sus directivos. Lo que acrecienta el riesgo que supondrá los errores que pudiera cometer.

Hasta 2022 ejercerá el poder in limitaciones. En cuanto a la sucesión, es algo bien incierto, aunque abundan los que piensan que, por lo menos, gobernará hasta 2027. Lo normal era que el líder en ejercicio, al comenzar el segundo periodo, incluyera una figura joven, de su preferencia, en el círculo íntimo del Politburó. Xi no lo ha hecho. Para sorpresa general, el firme aliado de Xi en la cruzada contra la corrupción, Wang Quishan, fue degradado y ya no forma parte siquiera del comité central del partido (es cierto que tiene 68 años y pasó la edad habitual de retiro).

Las circunstancias de este congreso partidario son inéditas. China no es más un país asediado por el contexto internacional, con enorme pobreza y subdesarrollo. Es ahora una megapotencia mundial en lo económico, en lo comercial y en lo militar.

Justo cuando Estados unidos prefiere refugiarse en el aislamiento y abandonar su posición de fijar la estrategia de todo el mundo occidental. Cuando Trump desprecia los esfuerzos por mejorar el clima y el ambiente.

China aprovecha ese vacío y se lanza a la conquista de nuevos espacios. Seguramente el modelo que pretende imponer es el de una potencia responsable antes los grandes desafíos de la humanidad, pero con una vida económica, política y social, regida por un partido único.

Ya no es más Mao intentando hacer frente al modelo occidental. Es el abanderado de un nuevo modelo que pretende reemplazar totalmente al matrimonio del capitalismo y la democracia liberal. Algo más parecido a la visión que tenían los emperadores de hace varios siglos en lo que se conocía como “el Imperio del Centro”.

 

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