El gobierno de Donald Trump anunció hace más de un año, al asumir, que no toleraría importaciones que dañaran la economía estadounidense y que fueran prácticas comerciales desleales.
El primer objetivo era claramente China. Sin embargo nada concreto ocurrió en estos meses, a pesar de las reuniones entre ambos líderes de los dos países. Pero ahora, la amenaza comienza a tomar forma. Voceros del Departamento de Comercio en Washington anunciaron que se estudian medidas para imponer aranceles especiales a las importaciones de acero y aluminio provenientes de la potencia asiática. La intención sería aplicar un arancel global de 24% sobre compras de acero, y de ,7% en las de aluminio, por que esas importaciones “amenazan la seguridad nacional”.
De inmediato, China anunció que si se concretan esas medidas habrá represalias comerciales. Según Beijing, una confrontación de este tipo traerá pérdidas mutuas, y advitió que Washington debe cesar en distorsionar las intenciones estratégicas chinas.
Hasta ahora, el lema “America First” no ha pasado de declaraciones generales en el sentido de terminar con “prácticas comerciales desleales que sacrifican la prosperidad del país y hacen que empresas locales se instalen en el exterior”. La meta obvia es reducir el abultado déficit en el comercio externo del país. Traducir esos principios en reglas claras de política comercial no ha sido fácil de instrumentar para la administración Trump.
Los funcionarios de EE.UU insisten en que los demás países –pero China en especial- es que todos sacan ventaja de la economía más abierta del planeta.