Para la mayoría de los países representados en la cumbre del G20, el pleito entre chinos y estadounidenses es de vital importancia. Lo que está en juego no es solamente la paz comercial, o el futuro de la globalización, sino también lo que ocurra con las inversiones y la hegemonía en tecnología de vanguardia. Por último, un fantasma que parece lejano pero que puede aproximarse: un conflicto bélico a gran escala.
Especialmente difícil es la situación de la Unión Europea, que siente que ha perdido a su principal aliado, Estados Unidos, mientras que China les ofrece comercio e inversiones (estas últimas son las que más temen) que pueden “desnacionalizar” importantes sectores de la industria.
La guerra comercial de Donald Trump con China, además de su indiferencia general hacia el orden multilateral basado en reglas, está generando ansiedad en todo el mundo, sobre todo en Beijing (ya que son los chinos el blanco principal de los aranceles del presidente de Estados Unidos).
Pero el comercio no es lo esencial. Lo que está detrás del conflicto comercial es el veloz desarrollo tecnológico chino, en especial en el campo de la Inteligencia Artificial. La comunidad estadounidense de seguridad nacional, por ejemplo, está profundamente preocupada por las posiciones que está ganando China en la carrera armamentista gracias a sus avances en inteligencia artificial y robótica.
Mientras sucesivas administraciones estadounidenses, inspiradas en los ideales del mercado libre, dejaron en libertad el accionar de los grandes ganadores en sectores de alta tecnología, Beijing adoptó una estrategia industrial coordinada para que el Gobierno pueda aprovechar la tecnología que necesita. Las empresas del sector privado tienen preocupaciones parecidas y ya están buscando acortar las cadenas de suministro. Una intensificación de la guerra comercial con China probablemente acelere este proceso de desglobalización.
Sin duda, hay retroceso del proceso globalizador.
En tiempos recientes, la administración Trump vuelca toda su atención a los próximos elementos en su estrategia para las elecciones de medio término: control de la inmigración y medidas proteccionistas a gran escala con foco en China, aunque también el Nafta y la Unión Europea. O sea, globalización al revés. Los primeros disparos de la Casa Blanca han sido de alcance bastante modesto y dirigidos a provocar poco daño a los consumidores estadounidenses pero luego las amenazas escalaron mucho y los mercados financieros especialmente en Asia comenzaron a prestar más atención.
Decir que esto se está convirtiendo en una guerra global en gran escala ya no se considera una locura. Claro, el preocupante estilo negociador de Trump oscila deliberadamente de un extremo al otro, con lo cual las sorpresas frecuentes son inevitables. El peor enemigo de hoy puede ser el mejor amigo de mañana con muy poco en el medio.
Pero la tendencia a largo plazo no es tranquilizadora. El equipo comercial del presidente ha venido construyendo un relato consistente sobre las prácticas comerciales desleales de China y sobre el robo de propiedad intelectual norteamericana durante más de 10 años. Esto parece una política que no va a desaparecer de un plumazo.
Además Estados Unidos advierte que tomará medidas bajo el artículo 301 de la investigación a China, sobre la supuesta apropiación ilegal de propiedad intelectual, y por separado promete arancelar con 25% las importaciones de autos provenientes de China y la Unión europea. Anuncios de este tipo parecen inevitables para este tiempo.
Los primeros US$ 50.000 mil millones de importaciones chinas a Estados Unidos equivalen a solo 0,2% del PBI de 2017; los siguientes US$ 400.000 millones llevarán el total a 2,2% y los aranceles a la importación de autos elevarán la cifra total a 4,1% del PBI estadounidense, una cifra que es difícil de ignorar aunque se haga sentir dentro de algunos años.