Investigación científica, promoción de la salud y la cultura y capacitación empresaria, son las actividades preferidas a las que se dedican buena parte de las fundaciones que operan en el país.
Grandes corporaciones, bancos y empresas aportan recursos destinados a reactivar estas áreas, que de otra forma verían limitadas sus posibilidades de acción a los siempre escasos presupuestos oficiales.
Es cierto que las desgravaciones impositivas constituyen un incentivo especial para que algunas compañías desarrollen sus propias fundaciones, pero también lo es que, sin su existencia la ciencia y el arte tendrían pocas oportunidades de prosperar.
Si Luis F. Leloir, por ejemplo, no hubiese recibido en 1947 el aporte económico del industrial Jaime Campomar para crear el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, difícilmente sus trabajos habrían avanzado hasta el punto de obtener el Premio Nobel de Química en 1970.
Precisamente, Campomar es una fundación “pura” dedicada en exclusividad a la ciencia y que se maneja principalmente con el dinero donado por empresas y organismos como el Conicet y la Universidad de Buenos Aires, al que se suman ingresos menores propios. Pero existe otro tipo de fundaciones, nacidas al amparo de grandes corporaciones madres que inyectan fondos.
Los titulares de fundaciones son renuentes a brindar información detallada sobre presupuestos y orígenes de los fondos, ya que prefieren hablar de las realizaciones. Si bien nadie discute que este tipo de organizaciones cumple un relevante papel social, no queda claro cuánto le cuesta al fisco sostener este subsidio indirecto a través de impuestos que no percibe (algo similar, salvando las distancias, de lo que ocurre con la promoción industrial).
Un experto en fundaciones, el doctor Jorge Carranza, autor de un interesante trabajo legal sobre este tipo de entidades, señala que la importancia de la actividad de control por parte del Estado se explica “en la necesidad de impedir que las fundaciones se desvirtúen; que no cumplan sus
finalidades estatutarias o que bajo la apariencia de entidades sin fines lucrativos se erijan empresas de otro carácter, al amparo de reglas desgravadoras”. Y “off the record”, el directivo de una de las fundaciones consultadas por MERCADO intenta ser más explícito, al señalar que bajo el paraguas de una legislación protectora “hay quienes colocan todos sus bienes personales a nombre de fundaciones con el solo fin de eludir impuestos”.
El ingeniero Gonzalo Fernández Madero, secretario general de la Fundación Bunge y Born, sostiene que para descargar impuestos no es necesario crear una fundación: “con el hecho de realizar una donación debidamente certificada -dice- se puede solicitar a la DGI exención impositiva
mediante la cual los donantes pueden deducir parcialmente el importe de la donación de sus balances impositivos”.
Por su parte, entidades como el Banco Mayo, por su carácter cooperativo, destinan parte de los ingresos a actividades de interés social. En ese marco, según expresa el presidente de la Fundación, Adolfo Safdie, la entidad se alimenta de los beneficios que obtiene el banco y de donaciones privadas. Un análisis de los estados contables de la Fundación Banco Mayo puede brindar una idea general de cómo funciona este tipo de entidades. Su útlimo balance, cerrado en junio del ´90, registra ingresos por A 1.820 millones, de los cuales 1.476 millones provienen de donaciones y contribuciones privadas, 153 millones de acciones del banco; 171 millones de venta de abonos (para escuchar a su célebre orquesta) y 18 millones de inversiones financieras y venta de un inmueble.
Cada fundación realiza una gama de actividades, pero por lo general, hace hincapié en una específica. De las entidades consultadas por MERCADO, Campomar es la que se dedica a la ciencia por excelencia y su nombre está estrechamente ligado a Luis Federico Leloir. Buena parte de la historia moderna de la bioquímica argentina está resumida en Campomar; sus orígenes se remontan a cuando Leloir, Houssay (también Premio Nobel) y otros docentes fueron dejados cesantes por la Universidad en los años ´40, en una de las típicas “razzias” que cada tanto sobrevienen.
Desde sus comienzos, la idea de la entidad fue hacer ciencia básica en bioquímica y crear recursos humanos altamente calificados. Hoy continúa en esa senda gracias al aporte de empresarios y organismos estatales como el Conicet, que paga los sueldos de los investigadores.
Pero Campomar no es solamente el sitio para que los eruditos canalicen sus ansias de investigar, sino que pretende hacer (como en las naciones desarrolladas) ciencia aplicada a la industria.
Jorge Daniele, su gerente de Relaciones Institucionales, señala que, además de la actividad docente, la entidad realiza investigaciones vinculadas al agro y la ganadería y otras relacionadas con enfermedades como el cáncer y el mal de Chagas. “En los últimos años también tratamos de que las empresas tomen conciencia sobre nuestra capacidad de hacer ciencia aplicada a la industria. Los patrocinantes bien pueden solicitarnos el estudio de un tema científico de aplicación inmediata a sus productos.”
También la Fundación Bunge y Born ha puesto el acento en la ciencia. Como dice Fernández Madero, su premio anual a la investigación científica goza de gran prestigio, no sólo por el monto que se otorga (el año pasado fue de US$ 15.000), sino por el jurado que selecciona al ganador, integrado por titulares de organizaciones científicas y académicas. Las especialidades premiadas son rotativas: en 1964, año de creación de la entidad, se eligió agronomía y en julio de 1991 el galardón recaerá en la ciencia médica.
Por el lado del Banco de Boston las cosas son distintas: allí los esfuerzos de su fundación están dedicados, esencialmente, a su Escuela de la Exportación y actividades colaterales; como la II reunión de “exportadores exitosos” de América Latina, cuya próxima edición se realizará el 25 de julio. Susana Trod, la subgerente principal, comenta que, además de la capacitación empresaria a través de seminarios y cursos, la fundación dedica esfuerzos a la cultura que incluyen, por ejemplo, conferencias del filósofo español Julián Marías y la entrega del premio “Metas” para el futuro argentino, que otorgará al mejor ensayo en la materia la suma de US$ 8.000.
Cuestión de Imagen.
Las fundaciones de los bancos Patricios, Mercantil y Mayo, por su parte, tienen un definido perfil volcado hacia la cultura. “Invertir en cultura representa para nosotros un buen negocio porque mejora y desarrolla la imagen institucional del banco”, dice Alberto Spolski, presidente de la Fundación Banco Patricios. La entidad tiene una decisiva inclinación hacia el arte pictórico y ha
destinado recursos para traer al país una muestra de Picasso, pintura veneciana, máscaras aztecas y otras perlas universales. “Ya ocupamos un espacio reconocido en el mundo de la plástica, porque nuestro objetivo es masificar el acceso a las obras de arte”.
También muy cerca del arte se encuentra la Fundación Banco Mercantil, donde se respira el liderazgo de Noel y Julio Werthein, dos hombres amantes de las expresiones artísticas. Según Horacio Walter Bauer, director de asuntos culturales, la entidad se destaca por la organización de muestras artísticas completas y de alto nivel, las que en su mayoría son acompañadas por videofilmes y conciertos. Diversos artistas como Edmundo Valladares, Ermenegildo Sabat y Cristina Santander, expusieron con el auspicio de la institución. La ayuda humanitaria a escuelas y hospitales también forma parte del espectro de actividades, siempre con fondos donados por el Banco Mercantil.
La Fundación Banco Mayo, por su parte, tiene como ejes de su accionar su orquesta de cámara de 22 músicos, el premio a la pintura “Vicente Forte” y el que se otorga a la investigación cardiológica en homenaje a Elías Teubal. Las tres actividades son relevantes, pero la orquesta dirigida por el maestro Mario Benzecry alcanzó un gran éxito de público y crítica, trascendiendo incluso al
exterior.
No por mencionarse última en este informe, la Fundación Antorchas es la menos importante. Nacida en 1985 con donaciones de un grupo de empresas, principalmente Petrosur, ahora se ha convertido en una institución totalmente independiente y vive exclusivamente de las inversiones financieras de ese capital original. Su actividad está centrada en educación, ciencia, cultura y promoción social, con algunos programas muy particulares como la reinstalación en el país de becarios que trabajaron en el exterior. Este programa incluye donaciones de hasta US$ 6.500 por beneficiario.
La fundación ofrece su apoyo financiero a proyectos que ayuden a combatir la marginalidad social y también promueve becas y subsidios con fines científicos y artísticos.
Como las anteriores, su finalidad comunitaria cubre sólo en una mínima proporción las enormes necesidades materiales de la ciencia, el arte y la cultura. Necesidades que, idealmente, tendría que satisfacer en su mayor parte el Estado, pero que en la Argentina de hoy resulta imposible.
Graciela Sasbon.
Jorge Daniele (Campomar).
G. Fermández Madero (Bunge y Born).
Adolfo Safdie (Banco Mayo).
Alberto Spolski (Banco Patricios).
Susana Trod (Banco Boston).
Horacio Bauer (Banco Mercantil).