La nueva Alemania

    Se aproxima el primer aniversario de Alemania como nación reunificada (un proceso que se inició el 1 de julio de 1990, con la unión monetaria, y culminó formalmente tres meses después), en un clima ciertamente menos jubiloso que el de las memorables jornadas posteriores a la caída del muro de Berlín.
    El canciller Helmut Kohl, aclamado entonces como el verdadero arquitecto de la unidad, enfrenta ahora profundos cuestionamientos. Los 16 lander (estados) de la Alemania reunificada siguen divididos por la frontera invisible que imponen sus diferentes experiencias y la persistente brecha económica.
    Sin embargo, a pesar de las muestras de descontento, pocos se atreverían a reclamar, tras apenas un año, un vuelco sustancial en las enormes disparidades con que se inició el proceso de unidad. La ex Alemania Democrática contaba con un territorio equivalente a 45% del que poseía la
    República Federal y una población de 16,7 millones, frente a los 61,7 millones de residentes en el territorio occidental. Pero su producto bruto interno de 1989 representó una décima parte del registrado por la RFA y su productividad laboral era (y aún es) 50% más baja que la que exhiben los alemanes occidentales.
    Las comparaciones resultaban no menos dramáticas en los indicadores del nivel de vida. En el Este, sólo 50% de la población tenía un aparato de televisión y 16% contaba con servicio telefónico en su domicilio. En Alemania Federal, los índices eran de 89% y 95%, respectivamente.
    La mayoría de los expertos coincide en que estas desigualdades sociales tenderán a disiparse pronto. Roland Berger, principal asesor del Programa Europeo de Comunicación, pronostica que las condiciones de bienestar en el Este se equipararán con las del sector occidental en cinco años más. Augura, incluso, que Alemania oriental llegará a ser, a fin de siglo, el Japón de la
    Comunidad Europea, con una estructura productiva aún más avanzada que la de la ex RFA.

    LUCES Y SOMBRAS.
    Pero estas promesas de un futuro brillante no alcanzan a disipar las sombras del presente. El propio Berger admite que, en el corto plazo, el desempleo podría afectar a más de tres millones de germano orientales.
    Aunque esta estimación es considerada exagerada por muchos expertos, lo cierto es que durante el último año la producción industrial se redujo significativamente en Alemania del Este.
    Sectores como el de equipos para minería, instrumentos ópticos de precisión y la manufactura de plásticos registraron caídas de entre 20 y 50%.
    También hubo una fuerte e inesperada retracción del sector agrícola. Los germano orientales se lanzaron masivamente a comprar alimentos producidos en el sector occidental y los excedentes no logran ser ubicados en los tradicionales mercados del ex bloque socialista europeo.

    LA VENTAJA DEL MAS FUERTE.
    El gobierno de Bonn esperaba que los efectos inicialmente negativos del proceso de reconversión industrial de Alemania del Este pudieran ser en parte amortiguados por los contratos de exportación todavía vigentes con países de Europa oriental. Sin embargo, la mayoría de estos acuerdos fueron cancelados, debido a la imposibilidad de obtener pagos en divisas.
    El proceso de privatización y reestructuración del aparato industrial oriental ha resultado ser más lento y costoso de lo previsto. No menos de una cuarta parte de las empresas están condenadas a desaparecer. Aquellas con oportunidades de supervivencia requerirán un financiamiento de US$ 60
    mil millones durante la próxima década para alcanzar un nivel competitivo.
    Por otra parte, las compañías occidentales han mostrado cautela frente a las oportunidades de invertir en el Este, preocupadas por las enormes deficiencias de la infraestructura y por la perspectiva de que la ventaja de los bajos costos de mano de obra se esfume rápidamente bajo las presiones sociales. Actualmente, los trabajadores germano orientales perciben sueldos equivalentes a 60% de los que cobran sus pares del sector occidental. Pero en el último año sus salarios se incrementaron entre 30 y 50% en muchos sectores de la industria y los reclamos de nuevos aumentos continúan, sin que se hayan registrado aún mejoras sustanciales en la productividad.
    A pesar de todo ello, muchas de las empresas líderes alemanas parecieron comprender tempranamente que era preferible asumir los riesgos para asegurar desde el comienzo su presencia en el nuevo y casi virgen mercado. Los más fuertes y audaces han llegado así a controlar grandes
    segmentos de la economía germano oriental.
    Tal es el caso de la banca, dominada por dos gigantes de la talla del Deutsche Bank y el Dresdner, los seguros (la compañía Allianz compró la mayoría de las acciones de la única empresa estatal del sector) y la energía, donde los grupos RWE y Veba avanzaron con paso decidido.
    Entre los precursores en la marcha hacia el Este se destacaron, por cierto, las grandes empresas automotrices como Volkswagen (con inversiones previstas de US$ 3.000 millones), Mercedes Benz y BMW. El sector promete ser uno de los más dinámicos en la economía germano oriental, con estimaciones de venta de 500.000 unidades anuales a partir de 1995. Según fuentes de la industria, la producción de Alemania oriental llegará a 440.000 automóviles antes de que concluya la década.
    Para la poderosa industria alemana, la apertura del nuevo mercado dentro de sus propias fronteras nacionales llegó en buen momento, cuando la retracción económica comenzaba a debilitar la demanda de sus clientes tradicionales. El superávit del comercio exterior alemán descendió 20% en 1990 con respecto a los US$ 79.400 millones registrados en 1989.

    CRECIMIENTO EN 1991.
    Ya sea que las empresas germano occidentales decidan avanzar con sus plantas hacia el Este o prefieran enviar sus productos desde sus bases locales, lo cierto es que la onda expansiva continuará. El año pasado, la capacidad industrial alemana fue utilizada en un 90% (el índice más alto de las últimas dos décadas) y tendrá que ser incrementada para absorber los requerimientos del mercado una vez que se ponga en marcha la reactivación en el Este.
    Un signo de la buena salud del proceso, a pesar de todas las tribulaciones que lo aquejan, es el índice de crecimiento económico de 3% previsto para este año en Alemania occidental. El incremento del PBI combinado de ambas Alemanias llegaría a 5,5%, que al descontarle la inflación,
    estimada en 4%, arrojaría un crecimiento real de 1,5%.
    Para los socios de Alemania en la Comunidad Europea, la situación también está matizada por luces y sombras. Irlanda y los países meridionales de la CE temen, con razón, que las demandas de ayuda para la reconstrucción de Alemania oriental los prive, en buena medida, de los beneficios que recibían hasta ahora.
    Por otra parte, los inmigrantes provenientes de la región mediterránea ven peligrar sus puestos de trabajo en Alemania, donde ya han comenzado a ser desplazados por la nueva mano de obra local. El regreso de esta masa laboral a sus países de origen plantea no pocos problemas sociales y económicos.
    En cambio, para las principales potencias industriales de la CEE, las perspectivas son claramente alentadoras. El vasto programa de reestructuración de la economía germano oriental requerirá obras de infraestructura, bienes de capital, equipos de telecomunicaciones, generación de
    energía y aportes de alta tecnología. La reedición de un “milagro alemán” ofrece también oportunidades de crecimiento a los socios más fuertes de la Comunidad.