Envuelta en un impermeable amarillo, Hillary Clinton avanza rápida por el aeropuerto de Indianápolis. “Vamos a tener un buen día”, dice, con sonrisa vivaz y voz segura, al saludar a Susan Bayh, esposa del gobernador de Indiana. Se mueve velozmente en medio de un pequeño séquito de colaboradores y amigos, mientras cruza la terminal, con la misma energía que pondría un candidato a un alto cargo político. Pero Hillary Clinton es la esposa del candidato y, por cierto, una esposa muy particular. En Estados Unidos no hay antecedentes de una Primera Dama con una carrera profesional independiente, y abrir ese camino es más difícil de lo que parece.
Este año parece prometedor para las mujeres políticas norteamericanas. Hay muchas áreas donde podrían vencer en las urnas a sus colegas varones, mejor financiados y más conocidos.
Pero Hillary Clinton no se ha beneficiado mucho con esta irrupción femenina en la política. En realidad, resulta más sencillo, para una mujer fuerte e independiente, ser candidata que esposa de un candidato. Es más fácil para Geraldine Ferraro destrozar a un rival con discursos incisivos que para Hillary Clinton convencer al electorado de que sus ideas y proyectos no van a eclipsar a los de su marido.
Hillary Clinton, de 44 años, ha sido criticada y vilipendiada a pesar de que representa el tipo de persona competente, extrovertida y afectuosa que los votantes parecen querer: una mujer que ha sido abogada de grandes empresas, gran luchadora, tenaz defensora de la reforma educativa, miembro del directorio de varias compañías y, además, una madre dedicada. Su presencia no intimida: devora palomitas de maíz como un niño y festeja un buen chiste con una sonora carcajada.
Pero también proyecta algo que inquieta a algunos hombres: no parece necesitar nada. Por otra parte, demuestra una familiaridad con el poder que algunas mujeres encuentran arrogante y desconcertante. No es maleable, y eso irrita a los operadores políticos acostumbrados a la complacencia de las esposas de los candidatos. Ella es, en suma, una fuerza para tener en cuenta, y los republicanos se proponen agudizar la sospecha de que será ella quien detente el poder si Bill Clinton gana las elecciones. “Hillary aporrea el piano tan fuerte que la voz de Bill no se oye”, ha dicho el ex presidente Richard Nixon. “Uno quiere una esposa inteligente, pero no demasiado inteligente.”
La Cuerda Floja.
¿Qué es, entonces, lo que se espera de ella? Debe ser fuerte (pero no demasiado), debe comprometerse (pero no demasiado), y debe ser la personificación de los más altos valores familiares; en suma, todo lo que los estadounidenses proyectan en la imagen de una Primera Dama. Y así, ella camina en la cuerda floja, sabiendo que tiene que calmar los temores de los votantes, pero decidida a no ser algo que en realidad no es.
Nunca antes una mujer con méritos tan visibles y totalmente propios como Hillary Clinton ha llegado a ser Primera Dama en Estados Unidos. Eleanor Roosevelt moldeó su identidad y su proyecto depués de llegar a la Casa Blanca, pero Clinton es la primera en aspirar al rol con una carrera ya establecida, una carrera que, por otra parte, sirvió para mantener a la familia durante el período en que su marido ganaba poco como gobernador de Arkansas.
Una encuesta publicada este año por la revista Vanity Fair reveló que 84% de los norteamericanos dicen que no tendrían inconveniente en que la Primera Dama tenga una carrera propia. Pero, ¿cómo se traducirá en la realidad ese consentimiento teórico?
“Ella es como todos los innovadores. Abrirá caminos, pero no tendrá éxito. En ocho o diez años más alguna otra persona recogerá los frutos”, vaticina Roger Ailes, el conocido asesor del Partido Republicano.
La mujer cuyo futuro está siendo tan intensamente debatido evalúa sus opciones, reconociendo que aprende sobre la marcha. Toca el tema con cuidado, consciente de las trampas que encierra la tarea de diseñar confiadamente una función que puede no llegar a ejercer.
“No quiero que se me pague”, dice con firmeza, envolviéndose en su impermeable amarillo dentro del auto que atraviesa la verde planicie de Indiana. Tampoco intentaría seguir trabajando como abogada de empresas. “No es posible”, dice, “ya aprendí hasta qué punto la gente es sensible a los
posibles conflictos de interés”.
Carrera de Obstáculos.
Poco a poco, a medida que avanza la campaña, se está desprendiendo de compromisos profesionales. Se retiró de tres prestigiosos directorios, el de Wal-Mart, TCBY Enterprises y Lafarge. Ganaba más de US$ 60.000 al año con esos cargos, mucho más que los US$ 35.000 que recibe su esposo como gobernador.
Pero se resiste a renunciar por completo a la práctica de la profesión, lo cual es comprensible en una mujer que en dos ocasiones (1988 y 1991) fue seleccionada entre los 100 abogados más importantes de Estados Unidos por la revista especializada The National Law Journal.
Consideró la posibilidad de volver a trabajar en un organismo federal destinado a brindar asistencia legal a los pobres, pero llegó a la conclusión de que esto ofrecía muchos riesgos. “Esta oficina de servicios legales puede presentar demandas contra el gobierno”, dice.
Casi todos los caminos que Hillary Clinton podría elegir están plagados de obstáculos reales o imaginarios. Si aboga en el Congreso por cosas en las que cree, como mejor educación, atención prenatal y programas de vacunación infantil, ¿la acusará la gente de hacer lobby para su partido? Si trabaja para una organización de ayuda internacional, ¿qué pasa si está en juego dinero del Estado? La raíz del problema es que Hillary Clinton es demasiado notable. Entró en la escena pública convencida de que sus credenciales profesionales eran una ventaja. “Si usted vota por él”, decía con orgullo de su marido, “también me tiene a mí”. Eso provocó un estremecimiento nacional. En una encuesta reciente del US News & World Report se le preguntó a los norteamericanos si ella es una ayuda o un estorbo para su marido: 38% de los consultados dijeron que era una ayuda, pero 30% la calificó como un estorbo. Cuando se hizo la misma pregunta acerca de Barbara Bush, 79% contestó
que era una ayuda, y sólo 4% opinó que representaba un estorbo.
Como Siameses.
Si Bill Clinton gana, ella se convertirá en una exitosa figura emergente. Como los mellizos siameses, los Clinton comparten un mismo destino, en mayor medida, tal vez, que cualquier otra pareja presidencial en la historia de Estados Unidos. Los demócratas han hecho un evidente esfuerzo para limar las aristas más inquietantes de esta potencial Primera Dama. “Aprendí con los errores”, dice, refiriéndose a la conmoción que suscitó cuando dio la impresión de menospreciar a las amas de casa al afirmar que había decidido trabajar, en lugar de quedarse en su hogar “horneando bizcochitos y tomando el té”.
“Fue un daño que yo misma me causé, y ahora trato de hablar con más claridad”, reconoce. El rol que Clinton se está forjando ante el electorado es bastante similar al que ejerció en el estado de Arkansas. “No tiene sentido si no puedo hacer un servicio público”, afirma. Le atrae la idea de trabajar otra vez en una comisión especial, una tarea que le ganó respeto y admiración en Arkansas, donde presidió un comité sobre normas educativas que, después de agotadoras sesiones, recomendó cambios fundamentales en los sistemas de calificación de las escuelas públicas.
No hay duda de que, tarde o temprano, habrá una mujer de carrera en la Casa Blanca. Las tendencias son claras. Pero los detalles no lo son tanto. Eleanor Roosevelt, la Primera Dama más fuerte y recordada de este siglo, fue a la vez admirada y criticada por su vida pública independiente. Rosalynn Carter llegó a la Casa Blanca como una verdadera compañera de su marido, pero al público norteamericano no lo hacía feliz la idea de que ella se sentara en las reuniones de gabinete; y también le criticaban sus vestidos de cuello alto. Todo esto demuestra lo que pasa cuando la esposa del presidente no encaja en el cómodo casillero de estrella de la moda o de madre entrada en años.
La repercusión que tendrá una mujer profesional al convertirse en Primera Dama será considerable.
Ya sea Hillary Clinton o no, una mujer con una vida laboral independiente tiene una profunda influencia sobre su marido. Su perspectiva de los temas familiares y sociales no podrá evitar moldear la suya.
Este podría ser el puente que Hillary Clinton quiere tender en sus esfuerzos por ganarse a las mujeres, tanto a las que tienen un empleo como a las que permanecen en el hogar. Defiende su postura con fervor: “Un hombre sensible a las necesidades de las mujeres que trabajan debe ser sensible a las necesidades de las familias, que abarcan tanto los problemas de las mujeres en la casa, preocupadas por la calidad de la educación, como los de las mujeres en las oficinas, que se preocupan por la calidad del cuidado que reciben sus hijos. Yo sé lo que es, y también lo sabe Bill”, dice. “El tuvo una madre que trabajó, y conoce los problemas. El aporta mucha más sensibilidad que muchos hombres que no han tenido esa experiencia.”
¿Puede una mujer ser una esposa y mantener su libertad e independencia? ¿Hasta qué punto cada uno sigue siendo un individuo mientras al mismo tiempo se convierte en parte de la existencia del otro?
Hillary Clinton piensa largo rato antes de dar una opinión. “Quién sabe”, dice. “No se puede contestar hasta que no se ha vivido mucho y el matrimonio ha madurado con uno.” Pero ella conoce las consecuencias que todo esto tiene para su vida política, y sabe que muchos se preguntan por qué no se postula para un cargo.
“No sé si alguna vez habría sido candidata para la presidencia. La gente cree que todo está planeado cuando, en verdad, la vida tiene una manera de hacer que ocurran las cosas. Una es lo que es, no lo que es su marido. En el centro está nuestra propia identidad, y el desafío es descubrir quiénes somos.” Luego, con apenas un vestigio de sonrisa: ” Y yo sé muy bien quién soy”.
Patricia O´Brien.
1992 Working Woman.