El espejismo del ajuste fiscal

    A fines del año pasado, las opiniones de los especialistas se
    dividían a la hora de hacer recomendaciones sobre la espinosa
    cuestión de cómo superar la etapa recesiva de la economía.
    Estaban, por un lado, quienes sostenían enfáticamente la
    necesidad de un fuerte recorte en el gasto público. Esta
    decisión, auguraban, constituiría el puntapié inicial de un
    proceso de restauración de la confianza de los inversionistas en
    la continuidad de la política económica vigente desde 1991. De
    ese modo, se restablecerían los flujos voluntarios privados de
    capital y, con ello, se reiniciaría un ciclo de rápida
    remonetización y crecimiento del crédito que luego habría de
    reflejarse en un aumento de las ventas, la producción, el empleo
    y la recaudación fiscal. Esto último, a su vez, contribuiría a
    fortalecer las debilitadas cuentas públicas.
    Estaban también quienes sostenían que transitar por ese camino
    sólo conduciría a la prolongación y profundización de las
    tendencias recesivas, porque un ajuste fiscal (menos gastos y
    más impuestos) conlleva una reducción inicial del nivel de la
    demanda agregada. Aunque planteaban un diagnóstico de
    insuficiencia de la demanda reconocían que la situación de
    penuria fiscal no brindaba márgenes mayores para una política
    de expansión del gasto público. Sugerían, de manera
    implícita, que mientras el mercado internacional de capitales
    proporcionara los recursos financieros necesarios, no debería
    ponerse en práctica una política de restricción fiscal. Por
    último, estaban quienes se ubicaban entre ambas posiciones:
    sostenían que se debían hacer anuncios de ajuste fiscal y, al
    mismo tiempo, financiar -mientras fuera posible- el desequilibrio
    con la colocación de deuda voluntaria. De esa forma, mientras se
    trabajaba sobre las expectativas de los agentes económicos se
    sostenía, a través del financiamiento del déficit, un
    determinado nivel de demanda agregada. A medida que va
    transcurriendo el año resulta cada vez más evidente que la
    conducción económica se decidió por esta última opción:
    sostener un piso en el nivel de actividad económica con el
    objeto de que se convierta en la plataforma de un posterior
    proceso de reactivación. En los hechos, y más allá de las
    leyes y decretos sacionados y de los constantes anuncios de
    medidas, el equipo económico desechó, en lo inmediato, la
    aplicación de un nuevo ajuste fiscal.
    Cuando se cierren con un nuevo déficit -como todo parece
    indicarlo- las cuentas fiscales correspondientes al segundo
    trimestre del año, se habrán cumplido dos años seguidos de
    quebranto en las finanzas públicas. Durante este período la
    conducción económica aplicó en algunos casos -y se limitó a
    anunciar en la mayoría de los restantes- medidas de restricción
    de los gastos y de aumento de los recuros. Los resultados no
    fueron particularmente exitosos. Aunque los gastos totales se
    contuvieron (e incluso se redujeron con respecto al primer
    trimestre de 1995), la mayor caída de los ingresos determinó un
    déficit cada vez más abultado, que se financió con un
    creciente endeudamiento neto interno y externo.

    Con otros ojos

    Esta situación de permanente déficit fiscal no derivó, como
    era habitual en la década de los ´80, en una generalización y
    profundización de la inestabilidad macroeconómica. Claro está
    que las condiciones son radicalmente distintas: no sólo la
    magnitud relativa del quebranto fiscal es menor, sino que,
    además, ahora se cuenta con una actitud más favorable por parte
    de los agentes económicos locales y externos y de los organismos
    internacionales. Lo cierto es que el déficit del Tesoro Nacional
    llegó en abril a casi $ 600 millones y que, para mayo, la
    estimación supera los 700 millones, debido a que se concentraron
    en el mes importantes pagos por intereses de la deuda. Sin
    embargo, nadie se rasgó las vestiduras frente al tamaño del
    desequilibrio. Más aún, el gobierno no sólo siguió colocando
    deuda voluntaria en los mercados locales e internacionales, sino
    que, además, anunció que seguirá con la política de nuevas
    emisiones de bonos y ampliaciones de las colocaciones ya
    realizadas. Tampoco se conmocionaron los mercados ni los
    organismos multilaterales de crédito (que habitualmente
    monitorean el estado de las cuentas públicas) con el
    reconocimiento, por parte del secretario de Hacienda, de que en
    marzo se habrían dibujado recursos por $ 120 millones a través
    de un adelanto realizado por el Banco de la Nación en concepto
    de 10 meses de pagos habituales correspondientes al IVA. La tasa
    de riesgo-país, por otra parte, se encuentra en franco descenso,
    hasta haber alcanzado uno de sus niveles más bajos de los
    últimos tiempos. Esto conduce a un interrogante fundamental:
    ¿siguen ingresando capitales externos a la economía argentina?
    La respuesta que proporciona el balance de pagos es que, por lo
    menos al término del primer trimestre, el monto ha sido
    claramente insuficiente como para impulsar un proceso de
    remonetización y de expansión del crédito. Según los datos
    proporcionados por el Banco Central, las reservas internacionales
    brutas aumentaron entre enero y marzo en apenas US$ 175 millones.
    Otro modo de abordar la cuestión es comparar la actual
    situación con la de los años inmediatamente anteriores a 1995
    (es decir, antes de que se manifestara el impacto del efecto
    tequila). Si se comparan los ingresos de capitales del primer
    trimestre de este año con las cifras de los mismos períodos de
    1993 y 1994, se comprueba que los flujos actuales son
    significativamente más bajos: 55% menos que en 1993 y 34% menos
    que en 1994. Por el lado del sector privado, la caída es aún
    mayor: 46% y 59% respectivamente. Sin embargo, el flujo de
    capitales externos presenta en 1996 dos caracterísitcas
    distintivas con respecto a lo ocurrido durante 1995. Por una
    parte, el sector privado vuelve a tener una participación
    relativa creciente en la entrada de capitales, un proceso que ya
    se advertía a partir de los últimos meses de 1995. Por otro
    lado, los recursos que ahora capta el gobierno provienen, en su
    mayoría, de los mercados voluntarios de crédito. En síntesis,
    parece evidente que los mercados internacionales de crédito
    muestran disposición para financiar los desequilibrios fiscales
    y externos. Sin embargo, no exhiben la misma actitud para aceitar
    un proceso de remonetización y de expansión del crédito. Esa
    es, por ejemplo, una de las razones por las que el Banco de la
    Nación lanzó un amplio programa de refinanciación de pasivos.
    Esto significa que el lento camino de salida hacia la
    recuperación de la producción y de las ventas se seguirá
    apoyando en el nivel de actividad sostenida por el financiamiento
    del déficit fiscal y en los débiles estímulos que a través de
    la refinanciación de pasivos y de la rebaja de impuestos puede
    aportar la conducción económica. •