Entre la crisis y las promesas de bonanza

    El año que acaba de concluir tuvo rasgos singulares en
    muchos aspectos. Se consolidaron las AFJP y el sistema financiero. El
    gobierno, finalmente, pudo poner en funcionamiento el nuevo sistema
    de cobertura de accidentes laborales, que a través de las ART
    (Administradoras de Riesgo del Trabajo) apunta a corregir el clima de
    inseguridad que las empresas enfrentaban en este campo, derivada de
    las desproporcionadas indemnizaciones (la llamada industria del
    juicio) que debieron enfrentar durante mucho tiempo y que en algunos
    casos culminaron con quiebras de las organizaciones involucradas.

    A fines de noviembre, las ART cubrían a casi 3 millones de
    trabajadores frente a un total de 4 millones de personas que
    constituyen la población económicamente activa. Lo que
    indica que, a partir de este año, deberían aumentar en
    más de 30% su cobertura.

    Las ART recibirán su primera prueba de fuego en 1997; desde
    enero sus empresas-clientes estarán en condiciones de cambiar
    de entidad, lo que traerá aparejada una nueva puja comercial,
    en momentos en que posiblemente deban enfrentar una mayor tasa
    siniestral si se confirma la recuperación de la actividad
    económica y las empresas deciden fomentar las horas extras en
    lugar de incorporar nuevo personal.

    Si bien es todavía muy prematuro anticipar los resultados
    operativos de las ART (iniciaron las actividades a partir del 1º
    de julio), todo indica que la rentabilidad del primer año
    será muy magra, con tendencia, en muchos casos, a mostrar
    abultadas cifras en rojo, por la brusca disminución de las
    tarifas que originó la feroz competencia durante el
    período de afiliación.

    Esto hace pensar que a partir de 1997 las primas deberían
    subir radualmente para evitar que siga acentuándose el
    deterioro económico y financiero de las ART, lo que
    atentaría contra la calidad del servicio que prestan, con el
    consiguiente deterioro social de los sectores afectados.

     

    Lenta convalecencia

    En lo que respecta a los seguros, el sector siguió
    exhibiendo las características de crisis de los años
    anteriores, originada por la brusca caída de la actividad
    económica de 1995 y la lenta e irregular recuperación
    de 1996. A ello hubo que sumar la actitud restrictiva que
    continuó manteniendo el Inder con respecto al pago de los
    siniestros correspondientes a las empresas que en su momento se
    reaseguraron en el organismo.

    La situación parecía tender a regularizarse
    después del anuncio, formulado el miércoles 23 de
    octubre por el presidente Menem, de que el Inder quedaría
    totalmente liquidado en un plazo máximo de tres meses.

    Sin embargo, el anuncio presidencial no resultó de
    fácil instrumentación debido a la complicada
    maraña administrativa y judicial que rodea a la materia.

    A ello se agrega que el accidentado proceso que caracterizó al
    relevo del interventor Roberto Guzmán: el primer candidato a
    reemplazarlo, Víctor Naymark, designado por el ministro de
    Economía, Roque Fernández, no llegó a asumir sus
    funciones cuando se reveló que pesaban sobre él
    diversos pedidos de quiebra y había sido inhabilitado por el
    Banco Central para operar en el sistema financiero.

    La premura con la que actuó el Ministerio de Economía
    en este asunto revela las fuertes presiones por parte de las empresas
    para que el Inder regularizara la situación, a lo que se
    agrega la intención de los legisladores de transferir a la
    Tesorería los fondos que el Inder tenía acumulados en
    sus arcas, y que, según lo informó MERCADO en la
    edición de noviembre, superaban $ 310 millones.

    Por esa vía los legisladores pretendían obtener
    recursos para paliar el déficit fiscal. Para ello, las deudas
    que el Inder mantenía con las empresas serían
    canceladas mediante una nueva emisión de bonos que los
    beneficiarios se mostraron poco interesados en recibir.

    Si bien el Inder finalmente logró sortear la embestida de los
    legisladores y retener esos fondos, la situación legal del
    organismo todavía es incierta y recién para junio o
    julio la liquidación total podría quedar resuelta.

    El nuevo (y no cuestionado) liquidador, Daniel Di Nucci,
    asumió el compromiso de abonar en estos días la deuda
    exigible con las empresas hasta el 30 de noviembre, que superaba $
    210 millones. Pero las compañías no recibieron la
    totalidad de ese importe. Debieron dejar en garantía 30% de la
    suma, que recién percibirán despues que las cifras
    abonadas resulten verificadas y aprobadas por los organismos de
    control gubernamentales.

    Si después de esta decisión oficial el Inder entra, por
    fin, en su etapa definitiva de liquidación, se habrá
    dado un paso muy importante en la recuperación y en la
    transparencia del sector, aunque no todas las culpas que se achacan
    al organismo son reales; en la crisis que atraviesan muchas empresas,
    la responsabilidad recae directamente en sus fallas de
    conducción.

    El corte definitivo que el gobierno tiene previsto dar al conflicto
    del Inder contribuirá también a atenuar las
    críticas de quienes sostenían que con la continuidad en
    las condiciones en que venía desarrollando sus actividades
    parecía revelar que el Estado evadía sus compromisos.

     

    Un negocio de 9.000 millones

    Por el flanco de las AFJP, la situación exhibió un
    desarrollo más armónico; no hubo conflictos graves que
    afectaran la normal evolución de las operaciones en este
    ámbito.

    El sistema viene recoletando mensualmente entre $ 250 y $ 270
    millones. Finalizó el año con una cartera global
    ligeramente superior a los $ 5.300 millones, un nivel que ya comienza
    a reflejar la verdadera dimensión que estas entidades
    tendrán dentro del mercado financiero institucionalizado.

    Si se cumplen las estimaciones de los economistas, en el sentido de
    que el año próximo se caracterizará por un mayor
    grado de actividad económica, y si se registra el aumento de
    la relación entre afiliados y aportantes reales, podría
    estimarse que en 1997 las AFJP terminarán con una cartera de
    inversiones de $ 9.000 millones, a los que deberían
    adicionarse $ 1.000 millones en concepto de intereses. (Este
    cálculo se realizó computando una renta anual de 15%
    sobre los saldos mensuales acumulados.)

    Los pronósticos de los economistas indican que a fines de 1997
    el PBI se situará entre $ 310.000 y 315.000 millones; la
    gravitación de las carteras de las AFJP sobre ese total
    alcanzará a 3,2% y probablemente equiparen el nivel de
    depósitos que para esa fecha tendrá el principal banco
    del país.

    A fines de agosto los depósitos del Banco Nación
    sumaban $ 7.488 millones y las previsiones indican que, si no hay
    circunstancias especiales, se elevarán a $ 10.000 millones al
    concluir 1997.

    El gobierno figurará entre los principales beneficiarios de la
    expansión de la cartera de las AFJP: tendrá la
    posibilidad de colocar mayores emisiones de títulos. Los
    operadores financieros (bancos y mercado accionario) también
    resultarán beneficiados, lo mismo que las empresas, que
    tendrán por primera vez en la historia del país la
    oportunidad de acceder a préstamos de largo plazo a
    través de inversores institucionales locales.

    Los que aparentemente soportarán restricciones para captar
    inversiones de las AFJP serán los Fondos Comunes de
    Inversión (FCI), que en 1996 se constituyeron en la vedette
    del mercado, al finalizar el año con una cartera conjunta
    superior a $ 1.750 millones.

    La Superintendencia que nuclea a las AFJP, a través de la
    Resolución 721, del 18 de octubre, les impuso a esas entidades
    limitaciones a las inversiones que realizan en los FCI, al establecer
    la obligación de adquirir únicamente cuotas partes de
    los fondos cuyas carteras se encuentren constituidas
    únicamente por títulos que cuenten con el valor
    mínimo de calificación exigido por esa
    Superintendencia.

    Según la Cámara que nuclea a los FCI, esta medida no
    beneficia a nadie. Los directivos de la entidad se preguntan si el
    motivo es evitar que por esta vía las AFJP adquieran en forma
    indirecta títulos y valores que no pueden comprar
    directamente. ¿Cuál es la diferencia para aceptar que
    adquieran acciones de empresas calificadas, cuyo management puede
    adquirir cualquier activo financiero no permitido para una AFJP?
    Responder a este interrogante, sostienen, no es fácil,
    especialmente si se considera que los FCI se encuentran regulados por
    un organismo oficial, como la Comisión Nacional de
    Valores.

    La Cámara de los FCI sostiene también que la medida
    tampoco ayuda a mejorar la rentabilidad del capital administrado por
    las AFJP. Por el contrario, argumenta, disminuye la posibilidad y
    eficiencia de las entidades previsionales, al obligarlas a derivar
    muchos recursos humanos y económicos para realizar tareas de
    investigación, cuando ese esfuerzo y esa inversión son
    efectuados desde hace años por las sociedades gerentes que
    administran los FCI.

    El mercado inmobiliario será otro de los favorecidos por la
    abundancia de fondos que dispondrán las AFJP. A través
    de la securitización de la cartera hipotecaria de los bancos,
    las entidades previsionales estarán en condiciones de inyectar
    al mercado inmobiliario fondos adicionales para la
    construcción y compra de nuevas viviendas.

    Si bien desde el punto de vista de los afiliados las rentas obtenidas
    por las AFJP fueron muy elevadas (en 1996 rondaron 21% anual), no
    ocurrió lo mismo con los resultados de las empresas
    administradoras de esos organismos, que en los ejercicios finalizados
    el 30 de junio último soportaron un quebranto conjunto de $
    11,4 millones.

    Sin embargo, hubo excepciones. Las que exhibieron mayores niveles de
    ganancias fueron Consolidar ($ 17,4 millones) y Máxima ($ 13,6
    millones). Después se ubicaron Generar, con $ 3,7 millones, y
    Siembra, con $ 3,3 millones.

    Por el lado opuesto, se destaca Más Vida, con un quebranto de
    $ 10,9 millones, y Activa Anticipar, con $ 7 millones.

    A fines de 1996 las AFJP terminaron con una cartera accionaria
    cercana a $ 900 millones, que contrasta notablemente con la que
    poseen los Fondos Comunes de Inversión, que se mantiene, con
    oscilaciones, por debajo de los $ 150 millones.

    Las inversiones que a fines de 1997 las AFJP habrán volcado al
    mercado accionario no serían inferiores a $ 1.500 millones,
    que pasarían a constituir una base de sustentación muy
    importante para toda la plaza bursátil. Esas inversiones
    están destinadas a perdurar por mucho tiempo dentro del
    patrimonio de esas entidades. En consecuencia, permitirán que
    el mercado reduzca la gran volatilidad que lo caracterizó en
    épocas anteriores, al margen del mayor grado de seguridad que
    significará para los inversores del exterior la existencia en
    el país de inversores institucionales de la envergadura que
    con el tiempo adquirirán las AFJP.

     

    La hora de las fusiones

    En 1997 el mercado financiero se destacará también
    por la continuación de la profunda reestructuración que
    lo tuvo como protagonista en los últimos años.
    Consolidará, de esa forma, los enormes avances registrados en
    1996 con respecto a la banca oficial provincial.

    Sin embargo, y a pesar de lo que algunos analistas suponen, la
    transformación incluirá también,
    inexorablemente, a los grandes bancos nacionales, que no
    podrán sustraerse a este proceso.

    Para no perder posiciones, deberán participar de nuevas
    fusiones y, a partir de la consolidación de sus nuevas
    estructuras, proyectarse hacia el exterior. Este proceso se
    dará fundamentalmente a través del Mercosur, abriendo
    sucursales en la región o comprando bancos de esos
    países, que le permitan acceder a una participación
    más directa en los nuevos mercados.

    Siguiendo este análisis, Juan José Ezama, directivo del
    Banco República, pronostica que el país entra en una
    etapa en la que las fusiones y absorciones serán la nota
    sobresaliente del mercado financiero en los próximos
    años. Para el 2000, pronostica, quedarán en todo el
    sistema entre 40 y 70 bancos, “aunque me inclino más por
    la primera cifra que por la segunda”.

    De acuerdo con este pronóstico, desaparecerán
    más de 90 entidades, lo que arroja un promedio de casi dos por
    mes hasta el año 2000. Esto equivale a vaticinar que para esa
    fecha difícilmente queden en el mercado entidades con un nivel
    de depósitos inferior a $ 1.000 millones.

    Al 31 de agosto último, solamente 13 entidades superaban esa
    cifra y nueve exhibían volúmenes de depósitos
    que oscilaban entre $ 500 y $ 1.000 millones.

    L. G.

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