¿Filantropía o marketing social?

    El proceso privatizador, la racionalización encarada dentro
    de la estructura del Estado -y su consiguiente retiro de algunas
    áreas vitales- sumado al creciente protagonismo que ganaron
    las empresas, abonaron el terreno para que muchas
    compañías nacionales decidieran, en los últimos
    años, asumir un compromiso más activo en su
    vinculación con la sociedad.

    Una de las vías transitadas por los principales grupos
    empresarios del país para redefinir esa relación con su
    entorno social asumió la forma jurídica de las
    fundaciones. (Arcor, Bemberg, Bunge y Born, Juan Minetti,
    Pérez Companc e YPF son ejemplos conocidos). Definidas como
    entidades sin fines de lucro y generalmente financiadas con el aporte
    de un porcentaje de las utilidades obtenidas por las
    compañías que decidieron su creación, estas
    organizaciones se proponen aplicar a la acción
    filantrópica la lógica de planificación,
    racionalidad en el empleo de los recursos y profesionalismo que
    guía la gestión de la empresa-madre.

    Su estrategia suele estar dirigida a convertir la donación
    aislada en un proceso de promoción social que, sostenido en el
    tiempo, contribuya al mejoramiento de la calidad de vida de la
    sociedad -local, regional o nacional- en la que actúan. Pero
    también -aunque en la mayoría de los casos no se admita
    abiertamente- buscan generar en la comunidad una mejor imagen de los
    grupos empresarios que les dan su nombre y aportan los fondos con que
    sostienen sus programas de actividades.

    Para Mario Roitter, investigador del Centro de Estudios de Estado
    y Sociedad (Cedes), es difícil explicar el fenómeno del
    auge y consolidación de las fundaciones empresarias desde una
    única perspectiva, “porque en él convergen muchas
    causas: por un lado, la demanda de la sociedad civil y sus
    organizaciones por lograr que las empresas asuman un nuevo compromiso
    social, distinto del histórico compromiso económico que
    sólo las instalaba como productoras de bienes y servicios o
    generadoras de empleo. Pero también se suman la
    extensión del pensamiento empresario al área de las
    relaciones institucionales, la generación de beneficios para
    los propios empleados y sus familias, o la fuerte exposición
    pública a la que algunas empresas -en especial, las que se
    hicieron cargo de los servicios públicos privatizados- deben
    hacer frente. Esas compañías, que tienen millones de
    consumidores, deben comenzar a adoptar una actitud proactiva, y no
    reactiva, en su relación con la sociedad”.

     

    Demasiado lejos de Malasia

     

    Algunas siguen la tradición de aportantes de donaciones de
    las compañías que les dieron origen, con lo que
    conservan un sesgo asistencialista. A otras las moviliza el nuevo
    papel de promotoras sociales que se proponen jugar frente a la
    comunidad, de la que esperan obtener el reconocimiento de “actores
    sociales responsables”. Pueden concentrar su acción en una
    única área, o tratar de extenderse a una variedad de
    terrenos. Algunas optan por atomizar su ayuda -una elevada cantidad
    de subsidios de montos reducidos- y otras se concentran en pocas
    acciones, pero importantes.

    Lo cierto es que, a la hora de definir las razones que las
    impulsan a crear sus propias fundaciones y definir un campo de
    acción, las respuestas que se obtienen de las empresas son
    tantas como el número de entidades existentes. “Esas
    motivaciones tienen que ver con el perfil del grupo empresario, los
    objetivos que persigue y los valores que pone en juego al decidir
    asumir un compromiso social más activo”, explica Ricardo
    Ferraro, director ejecutivo de la Fundación YPF que, creada a
    fines de 1996, concentra sus actividades en los temas educativos.

    “Nos movemos en un modelo económico en el que la
    educación es un valor cada vez más crítico y
    decisivo, y creemos que en esa área hay una tarea importante
    por desarrollar. Un país como Malasia, por ejemplo, cuenta con
    programas para enviar cada año a unos 20.000 graduados a
    cursar estudios de posgrado en universidades de Estados Unidos y
    Europa occidental. En la Argentina no llegamos a los 500. Es
    fácil deducir qué diferencias, a nivel de
    competitividad, pueden llegar a establecerse entre una y otra
    sociedad en un período de cinco a diez años”, opina
    Ferraro.

    Hasta ahora, la Fundación YPF encaró tres
    actividades. La primera -el Programa de Becas de Posgrado José
    Estenssoro- renueva una convocatoria lanzada el año pasado por
    la empresa, que habilitó a 13 graduados nacionales a cursar
    estudios en universidades del exterior. Para 1997, el programa se
    amplió: los beneficiarios de la beca serán 20, y cada
    uno de ellos recibirá US$ 40.000 para costear los gastos que
    demande su perfeccionamiento académico.

    Las otras dos actividades se orientan a financiar proyectos que,
    seleccionados por concurso, promuevan innovaciones en materia de
    educación general básica y media y el mejoramiento de
    las acciones de museos e instituciones culturales orientadas al
    público que favorezcan el acceso al patrimonio cultural.

     

    Laboratorios sociales

     

    Además de la necesidad de redefinir su función
    -convertirse en agentes promotores del desarrollo social- las
    fundaciones intentan profesionalizar sus actividades para
    coordinarlas con las que llevan a cabo los poderes públicos y
    el resto de las instituciones que componen el denominado tercer
    sector -fundamentalmente organizaciones no gubernamentales- con las
    que comparten el trabajo solidario en las comunidades y un accionar
    que no persigue la obtención de utilidades.

    Luis Ulla, gerente de la Fundación Arcor, afirma que la
    decisión adoptada por el directorio de la empresa en 1991 de
    crear una organización que se ocupara de su acción
    filantrópica “tuvo que ver con devolver a la comunidad parte
    de aquello que permitió al grupo echar raíces y crecer.
    La estabilidad y una economía con reglas de juego más
    claras permitieron el crecimiento de las empresas. Y así como
    el entorno económico favoreció ese desarrollo, muchas
    compañías argentinas creemos que nuestra respuesta debe
    orientarse a consolidar un entorno social para que también la
    gente mejore su situación”.

    La Fundación Arcor concentra sus tareas en el fomento y
    subsidio de proyectos vinculados con las áreas de la
    educación -a través del padrinazgo de escuelas de
    frontera- la prevención de la salud y la nutrición
    infantil, y la integración y capacitación laboral de
    discapacitados.

    En opinión de Ulla, “las fundaciones no debemos tratar de
    reemplazar al Estado en las funciones que le son propias, sino actuar
    como pioneras, como líderes en la búsqueda de nuevos
    caminos para la solución de viejos problemas, asumiendo la
    capacidad de riesgo que el sector privado pone cotidianamente en sus
    actividades. Nuestro papel está más en financiar el
    ensayo de nuevos enfoques y metodologías para iniciar procesos
    de cambio, probar, evaluar y comprobar que existen vías
    alternativas a las que proponen las políticas sociales para
    dar solución a demandas que llevan larga data”.

    Alicia Rolando de Serra, gerenta de la Fundación Juan
    Minetti, coincide con la apreciación: “Dentro de este nuevo
    entorno económico, el Estado conserva responsabilidades que
    son indelegables -la educación, la salud, la justicia, la
    seguridad-, pero además debe ayudar a crear las condiciones
    para que se desarrolle un sector de la sociedad civil fuerte, que
    aporte alternativas de solución a las demandas sociales y con
    el cual pueda coordinar actividades”.

    Para las fundaciones de empresas, Rolando de Serra concibe una
    función que, asegura, “debe concertarse junto al resto de los
    actores sociales. Nuestro criterio es tratar de apoyar el desarrollo
    y la consolidación del papel que juegan las instituciones
    intermedias sin fines de lucro en el presente de la Argentina. Nos
    interesa financiar proyectos de organizaciones que trabajan en la
    prevención de aspectos que tocan directamente a poblaciones de
    riesgo, y ver cómo es posible articular los recursos propios
    -siempre escasos- con los de otros actores, públicos o
    privados, de modo de garantizar un efecto mayor de los proyectos
    desarrollados junto a esas poblaciones”.

     

    Sellos de goma

     

    Se estima que, actualmente, existen en la Argentina más de
    3.000 organizaciones que se arrogan el título de fundaciones.
    “Pero dentro de ese conjunto, sólo 30 -una cifra equivalente a
    1% del total- son las que, con su accionar, responden a la
    concepción original de la palabra: una organización que
    cuenta con recursos propios para llevar a cabo alguna acción
    en beneficio de la comunidad. El resto arma una estructura destinada
    a recaudar -y no a dar-, desvirtuando las buenas intenciones de
    quienes intentan trabajar seriamente y con transparencia”, apunta
    Andrés Thompson, director de Programas de la Fundación
    Kellogg para América Latina y el Caribe.

    La ventaja que suelen explotar las organizaciones que encubren sus
    actividades bajo la pantalla de una fundación es la
    exención del pago de impuestos. Por ser organizaciones sin
    fines de lucro, la legislación las libera de cualquier carga
    impositiva. De esa forma, algunas empresas de medicina privada
    llegaron a montar fundaciones para ingresar al país
    equipamiento médico costoso, que luego era donado a esas
    mismas empresas.

    La artimaña -que se multiplicaba en un sinnúmero de
    actividades- llevó al Estado a rever las condiciones en que
    los fondos invertidos por las empresas en filantropía eran
    deducibles de sus balances impositivos. Antiguamente, el total del
    dinero que las empresas donaban a entidades de bien público
    -entre ellas, a sus propias fundaciones- estaba exento del pago de
    tributos. Luego se estableció la eximición sobre la
    totalidad de esos fondos, siempre y cuando no superaran la barrera de
    20% de las utilidades de la empresa donante. Posteriormente, ese
    límite se bajó a 15%, hasta llegar al que rige
    actualmente, que fue fijado en 5%.

    Finalmente, una ley sancionada en 1995 -la 24.475-
    estableció que esas deducciones fueran limitadas al
    contribuyente -persona física o jurídica- que hiciera
    donaciones directas a instituciones encargadas de prestar asistencia
    médica, atención a minusválidos o a la
    niñez.

    “De esta forma, si cualquier empresa -pongamos por caso la
    Cervecería Quilmes- dona equipamiento a un hospital, ese
    aporte es deducible de su balance impositivo. Pero si transfiere esos
    recursos a la Fundación Bemberg para que ésta se
    encargue de llevar a cabo la donación al mismo hospital, los
    fondos no están liberados del pago de impuestos. El criterio
    no se entiende. Por eso, el año pasado, junto al Grupo de
    Fundaciones -un agrupamiento que nuclea a las fundaciones Arcor,
    Antorchas, Bemberg, Bunge y Born, Kellogg, Juan Minetti y Navarro
    Viola- hicimos una presentación ante la Secretaría de
    Hacienda para solicitar que se rectifique el sistema. Pero hasta
    ahora no obtuvimos respuesta”, señala Horacio García
    Belsunce, presidente de la Fundación Bemberg.

    Aunque desde las fundaciones empresarias admiten que el momento
    por el que atraviesan las finanzas públicas no permite al
    gobierno restar ningún ingreso del presupuesto, no dudan en
    afirmar que el cambio en la legislación obstaculiza y
    desalienta la voluntad de las empresas de destinar mayores fondos
    para el financiamiento de las actividades de sus fundaciones:
    impuestos mediante, ser solidarios a través de ellas les
    resulta 33% más caro.

     

    Fondos y datos escasos

     

    Si bien en los últimos años las fundaciones de
    empresas han ganado un espacio destacado en el financiamiento de
    proyectos orientados a la promoción y asistencia social, los
    fondos que manejan para llevar a cabo sus acciones todavía
    resultan escasos. Se calcula que las principales fundaciones
    empresarias que actúan en el país movilizan anualmente
    unos US$ 45 millones para financiar sus programas de actividades. Si
    a eso se le suma el aporte directo de las empresas, que se
    materializa en donaciones realizadas fuera del ámbito de las
    fundaciones, la cifra puede llegar a rondar los US$ 80 millones al
    año.

    Por otra parte, el desarrollo de fundaciones empresarias parece
    estar limitado, hasta ahora, a los grandes grupos nacionales. Ni las
    empresas medianas y pequeñas, ni las grandes
    compañías multinacionales que tienen presencia en el
    país -salvo escasas excepciones- han creado entidades para
    extender su acción a la ayuda social.

    Según un relevamiento efectuado por la oficina local del
    Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el
    activismo filantrópico en el país se caracteriza por
    una baja tendencia a la institucionalización: sólo 15%
    de las empresas argentinas que ocupan los 100 primeros lugares en el
    ranking de ventas de MERCADO ha dado lugar al nacimiento de una
    fundación. Si se considera a las 1.000 empresas que más
    facturan en el país, esa tasa desciende hasta llegar a 2,5%.

    Para María Luisa Herrera Vegas, secretaria general de la
    Fundación Bunge y Born, “podría crecer el número
    de empresas argentinas que comienza a actuar en el área de la
    promoción social a través de fundaciones. Desde hace un
    año y medio, siete fundaciones tratamos de promover, desde el
    Grupo de Fundaciones, la asunción de una responsabilidad
    social por parte de las empresas. Queremos brindar transparencia al
    manejo de los fondos, profesionalizar el trabajo y desarrollar
    alianzas que permitan el financiamiento conjunto de programas.
    Decidimos agruparnos porque creemos que es necesario actuar juntos
    frente a los poderes públicos para que éstos generen
    las condiciones necesarias para el desarrollo del trabajo de las
    fundaciones existentes y otorguen alicientes para el nacimiento de
    otras nuevas”.

    La clave, según Herrera Vegas, “es coordinar los esfuerzos
    que realizan los sectores público y privado. En nuestro
    país faltan muchos datos, y eso lleva a que la mayoría
    de las veces las cosas se hagan mal, porque se duplican acciones y se
    malgastan los recursos existentes. En la medida en que los actores
    públicos y privados conozcan más unos de otros,
    podremos lograr que esos esfuerzos sean más eficientes y
    eficaces”.

    Mario Benechi

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