Desvistiendo santos

    Frente a la proximidad de las elecciones, el gobierno apeló
    a un recurso conocido: los anuncios que apuntan a atender antiguos
    reclamos de amplios núcleos de la población y que, en
    todos los casos, involucran la utilización de importantes
    fondos públicos. Lo singular es que esos anuncios se
    produjeron simultáneamente a la remisión al Congreso
    del proyecto de ley de Presupuesto para 1998. De manera que uno de
    los primeros interrogantes consistió en saber si en él
    estaban previstas las partidas presupuestarias que habrían de
    financiar semejantes medidas.

    En realidad, casi nadie se sorprendió de que los anuncios
    gubernamentales no estuvieran contemplados en el proyecto de
    presupuesto y que las fuentes de su financiamiento fueran, por lo
    tanto, desconocidas. Tanto respecto de los prometidos aumentos para
    los salarios de los docentes y los haberes mínimos de los
    jubilados y pensionados como del programa para fomentar el empleo de
    jefes de familia desocupados mayores de 45 años, no parece
    haber otra alternativa que desvestir a un santo para vestir a otro,
    con el riesgo de que los santos desvestidos generen los costos
    electorales que dejarían de causar aquellos otros que resulten
    vestidos.

    Si las mayores erogaciones para financiar esas medidas no estaban
    previstas en el proyecto de Presupuesto enviado al Congreso; si, en
    consecuencia, tampoco estaban previstos los recursos, y si el
    financiamiento de éstos a través de una
    reasignación de créditos presupuestarios provenientes
    de la misma función o finalidad podría tropezar con
    inconvenientes de tipo político, cabe preguntar cómo
    serán cumplidas esas promesas. Pueden inferirse tres
    vías posibles: un recorte general de gastos que permita cubrir
    esa mayor demanda de fondos (alrededor de $ 1.500 millones), un
    aumento de la presión tributaria o un incremento del
    endeudamiento público.

     

    Hipótesis de conflicto

     

    Respecto de la primera alternativa, debe tenerse en cuenta que los
    gastos por remuneraciones, pago de intereses de la deuda,
    prestaciones de la seguridad social y transferencias corrientes
    -excluidas las que reciben las provincias por coparticipación
    de impuestos- suman, según el proyecto de Presupuesto para
    1998, casi $ 42.000 millones. Ese monto representa 95% de los
    ingresos totales del sector público no financiero. En otras
    palabras, el margen para el recorte de gastos es muy estrecho.

    En cuanto a la segunda, la actual presión impositiva
    -equivalente a 19% del PBI, igual a la que se proyecta para 1998-
    está entre las más bajas desde 1992 (ese año fue
    de 19,8%, en 1993 de 20,3% y en 1994 de 20%; cada punto porcentual
    representa más de $ 3.000 millones). El nivel actual es
    semejante al de 1995, cuando la economía retrocedió
    debido al efecto tequila, lo que significa, con independencia de las
    derivaciones políticas de una decisión de esa
    naturaleza, que habría algún margen para elevar la
    presión tributaria.

    Sin embargo, cuando se atiende a los cálculos de recursos
    del proyecto de Presupuesto, esa afirmación debe ser
    relativizada. De presupuesto a presupuesto -sin contemplar los
    recursos que efectivamente se recaudarán este año-, los
    ingresos totales de la DGI y de la Aduana deberían aumentar el
    año próximo 9,7% y los de la seguridad social, 4,3%.
    Sin embargo, si la comparación considera al proyecto de
    Presupuesto ´98 con las previsiones de la mayoría de los
    analistas acerca de la recaudación real de este año, la
    percepción fiscal debería aumentar 12,3% y la
    previsional, 12%.

    Respecto de la tercera alternativa, es cierto que, como dice Roque
    Fernández, la Argentina “nunca va a conseguir un
    préstamo internacional para aumentar salarios”, pero
    también lo es que se puede colocar deuda para financiar los
    desequilibrios públicos y las amortizaciones de capital, como
    el gobierno ha venido haciendo desde el segundo semestre de 1994,
    cuando comenzó a incurrir en déficit fiscales
    permanentes.

    En todo caso, se trataría de colocar durante el año
    próximo $ 1.500 millones adicionales a lo ya previsto. Y de
    recolocarlos durante los años siguientes, hasta que el sector
    público vuelva a alcanzar un superávit que permita
    absorberlos. Obviamente, ese camino no sería gratuito: no
    sólo introduciría interferencias en la cada vez
    más complicada negociación con el FMI, sino que,
    además, constituiría una señal negativa para los
    mercados financieros internacionales, dado el ya abultado nivel de la
    deuda externa pública, estimada en casi US$ 100.000 millones
    para fin de este año, y por los crecientes desequilibrios en
    la cuenta corriente del balance de pagos.

     

    Cuentas al rojo vivo

     

    Para 1997 las estimaciones oficiales arrojarían un
    déficit corriente de $ 13.400, aumento de las reservas por $
    2.000 millones, inversión directa por un monto similar al de
    1996 y, por ende, un flujo adicional de fondos de $ 11.100 millones.
    La perspectiva no mejoraría durante 1998, ya que el
    déficit de cuenta corriente alcanzaría a $ 15.200
    millones y la demanda de fondos adicionales llegaría a $
    12.600 millones, dado un aumento esperado en las reservas por $ 2.300
    millones e inversiones directas por $ 5.000 millones. En suma,
    parecería que no existe un margen demasiado amplio para seguir
    incurriendo indefinidamente en crecientes déficit externos y,
    a la vez, financiarlos a través de un aumento del
    endeudamiento público. Esta preocupación, como la
    correspondiente a los mayores gastos públicos y su
    financiamiento, parece constituir el telón de fondo de la
    decisión del FMI de postergar hasta fin de año la firma
    de un nuevo acuerdo con la Argentina.

     

     

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