-¿Cuáles son, en su opinión, los problemas fundamentales
que encontrará la próxima administración?
-Más allá de la situación coyuntural, si tuviera que
hacer una síntesis muy apretada de cuáles son los grandes problemas
que enfrenta la Argentina, diría que uno es la competitividad, que no
involucra únicamente al sector de los bienes transables, sino también
a los servicios y al Estado. Otro es la distribución del ingreso, también
en un sentido amplio: no solamente el ingreso monetario de los sectores de más
bajos recursos, sino también cuestiones como el equilibrio regional.
Y el otro problema es el de la educación, al que yo le asigno la misma
importancia que a la competitividad y a la distribución, porque está
claro que sin mayor calidad en la educación resulta muy difícil
resolver ambos.
-¿Será posible encarar estas cuestiones estratégicas
si continúa aumentando la intensidad y la urgencia de los reclamos de
múltiples sectores de la sociedad?
-Es cierto que, a medida que pasan los meses, y con el trasfondo de la crisis
económica, las demandas van aumentando, y son de todo tipo: mejores salarios,
menos impuestos, facilidades crediticias… La transición política
y la crisis económica hacen una muy mala combinación, pero ésta
es la realidad.
Hay, sin embargo, un par de cosas a favor. Una es que ya no se pueden aplicar las recetas de los años ´80, cuando el Estado creía poder satisfacer cada demanda con aumento del gasto, o de aranceles, o con la modificación del tipo de cambio. Hoy tenemos menos instrumentos. Pero son más sanos y realistas. Nos encontramos en un escenario mucho más sensato, más transparente. De alguna manera estamos reconociendo que en la economía no hay milagros. Ahora sabemos que para los problemas de educación, competitividad y distribución no hay una única receta, porque se trata de cuestiones sistémicas.
Otro punto a favor es que ni la población en general, ni los partidos políticos ni los empresarios están planteando una ruptura con los pilares de esta organización económica.
-Pero el propio Duhalde cuestionó la capacidad de este modelo
para sostener el crecimiento futuro.
-Hay cuestiones centrales que tenemos que resolver. La primera es mantener
los equilibrios macroeconómicos. No hay ninguna experiencia en el mundo
de un país con grandes desequilibrios que haya crecido. Entonces, hay
que mantener la convertibilidad y la apertura, y consolidar la situación
fiscal, el sistema monetario y financiero.
Pero también hay que encarar la transformación pendiente en el Estado, y yo le asigno a esto una importancia crucial. Es muy difícil llevar adelante políticas que mejoren la distribución y la competitividad si no cambiamos internamente al Estado; es muy difícil crear condiciones de competencia igualitaria si unos pagan y otros no; es difícil mejorar la situación de los jubilados si tenemos 50% de evasión de los aportes; es difícil defender el trabajo nacional si la aduana está pinchada.
No es posible que gastemos en salud algo más que Inglaterra y el doble que Chile, con peores resultados. Estas cuestiones exigen emprender una tarea que lleva mucho empeño y esfuerzo, y mucho tiempo.
Yo creo que esta etapa que se inicia es muy distinta de la que está terminando. El período ´89/´95 fue muy intensivo en legislación. Ahora, con una ley no vamos a cambiar las cosas. La etapa que está por venir es mucho más gradual.
-¿Es posible hablar de un diseño de política económica
si sólo se trata de gestionar lo ya legislado?
-Bueno, pero esto es lo que pasa en todo el mundo. Estados Unidos tiene una
norma de solvencia fiscal, los europeos deben cumplir con las normas de Maastrich…
En todo el mundo se acepta que hay mucho por hacer dentro de la economía,
pero que no hay que tocar las cosas básicas.
-¿Qué le queda por hacer al próximo ministro de Economía
dentro de esos márgenes?
-El gobierno puede encarar políticas activas: desde la promoción
de exportaciones, el apoyo a las Pymes y a las regiones y toda el área
de la educación y la salud. También hay mucho por hacer en recaudación
de impuestos, para no caer en la vieja costumbre de plantear que lo que se necesita
es otra reforma tributaria. Hemos venido cambiando las normas permanentemente,
pero no pudimos cobrar lo que las normas establecían.
Hay un gran campo para hacer cosas, pero la política económica no va a tener la espectacularidad que muchos quisieran que tuviera. Cuando se analizan los procesos de los países exitosos, se advierte que fueron haciendo cosas todos los días y después de una cantidad de años pudieron decir que estaban mejor.
Yo tengo una visión muy optimista, pero es obvio que los problemas no se resuelven de un día para el otro. Eso equivaldría a pensar que todos los que gobernaron hasta ahora fueron incapaces, o perversos. Esto no es así. Cuando uno dice: vamos a poner en marcha un plan de capacitación para los desocupados, sabe que un programa de ese tipo, para un millón de personas, debe contar con unos 10.000 capacitadores. No se puede organizar algo así en cuestión de días. Quizá haya que empezar con 10.000 o 50.000 trabajadores desempleados.
Yo he seguido muy de cerca el proceso de las Pymes en Europa y en Estados Unidos. Ellos comenzaron en la década de 1950 y el avance fue gradual.
-De todos modos, estas políticas activas del Estado requieren
recursos.
-Algunas; otras no. En Pymes, lo que se necesita primero es un buen diseño
institucional que coordine las acciones de la Nación, las provincias
y los municipios. Además, hay que cambiar la legislación laboral
y facilitar el pago de impuestos. Para estas cosas no se necesita plata.
En cuanto a los créditos con garantía del Estado, el sostenimiento de tasas de interés, los planes de capacitación, se necesitan recursos, pero no tantos. Quizá menos que los que suman actualmente los programas para las Pymes. Hay alrededor de US$ 6.000 millones en créditos internacionales que no se utilizan porque no se ha encontrado la forma de aplicarlos.
-El próximo gobierno se enfrentará al dilema de que,
para recuperar la confianza de los inversores externos tendrá que mejorar
las cuentas en el terreno fiscal pero, por otra parte, una política muy
restrictiva del gasto público podría prolongar aún más
recesión.
-Yo creo que el equilibrio fiscal tiene un efecto más expansivo que
el déficit. Hace 20 o 30 años, la escuela keynesiana planteaba
que el gasto, independientemente del nivel de desequilibrio, generaba mayor
actividad económica. Hoy en día, con el nivel de deuda que tiene
la Argentina, el equilibrio fiscal, al bajar el nivel de riesgo país
y contribuir al descenso de las tasas de interés, tiene un efecto expansivo
mucho más extendido que el gasto público.
-¿Usted realmente confía en que se cumpla este razonamiento,
a pesar de la volatilidad de los mercados internacionales?
-Hay condiciones objetivas que hacen que nuestro riesgo país
sea alto. Por ejemplo, el déficit fiscal. Porque buena parte de la deuda
es pública, y si el Estado muestra que no puede pagar, y además
se sigue endeudando, crece el riesgo.
Pero es cierto que también está de por medio la cuestión de las expectativas: el comportamiento en manada de los capitales. Pero, si uno demuestra que la economía se mantiene ordenada y que va avanzando, este tipo de efectos pueden controlarse; otros países lo han hecho.
Ahora bien, si el mundo es como es, nos quedan tres alternativas. Una es desconocerlo, como en la década de 1980. Otra es oponernos, lo cual también es absurdo, porque la Argentina representa apenas 1% del PBI mundial, y el mundo nos guste o no funciona como una sociedad anónima, en la que los 22 países más desarrollados tienen más de 50% de las acciones, y se llevan muy bien entre ellos. La tercera opción es ver qué resquicios existen para insertarnos.
-¿Qué herramientas puede manejar el próximo gobierno
para promover una mayor competitividad internacional de la Argentina?
-Hay medidas de corto y largo plazo. Entre las de corto plazo, podemos bajar
los aportes patronales al sector de transables, o dar algún tipo de subsidio
a la tasa de interés para programas de exportación. A largo plazo,
tenemos que cambiar cuestiones más básicas. La Argentina sigue
produciendo lo que sabe hacer y vendiendo lo que quiere vender. Las cosas no
funcionan así; si Japón demanda un tipo de carne y no la nuestra,
hay que adaptar la producción a esa demanda. Y esto también se
relaciona con el sistema económico que tengamos para favorecer la competencia,
tanto en el sector público como en el sector privado.
-El régimen de convertibilidad no permite usar la herramienta
cambiaria para mejorar los precios de la Argentina. ¿Es posible compensar
esto con mayor productividad?
-Se puede aumentar la productividad de las Pymes, bajar el costo de servicios,
los costos impositivos. Hemos ido creando impuestos de fácil administración
pero que no son buenos en términos de asignación de recursos,
como los de renta presunta y el impuesto a los intereses. Tienen sentido desde
el punto de vista de la administración, porque son fáciles de
controlar, pero no contribuyen a una buena política económica.
-Hay dos temas en los que las declaraciones de Duhalde han provocado
inquietud: la deuda externa y la apertura del comercio exterior. ¿Cuál
es su posición al respecto?
-Según los indicadores internacionales, la Argentina está teniendo
una deuda alta, comparada con las exportaciones y también con el PBI.
Pero es lo que tenemos; no podemos volver a la década del ´80 y decir
no voy a pagar la deuda.
Sin embargo, uno puede hacer varias cosas al respecto, y de ahí vinieron las declaraciones de Duhalde. Por ejemplo, se puede pedir ayuda a los países más desarrollados para crear un fondo contingente que permita hacer frente a cambios en las condiciones internacionales. Por otro lado, los vencimientos de la deuda argentina están muy concentrados en los próximos años, lo que nos obligará a salir permanentemente al mercado a buscar capitales. De modo que sería bueno pensar en una reprogramación.
En cuanto al comercio exterior, yo creo que hay que tener una política mucho más activa y una aduana que funcione, y debemos utilizar todos los resquicios que permite la OMC para administrar el comercio, como hacen todos los países. Si la Argentina no cumpliera con la ley de patentes, que vence en diciembre, y la prorrogara cinco años más, seguramente Estados Unidos bloquearía de alguna manera la importación de maní, limones y acero. Eso es administración del comercio a partir de un diseño estratégico. Ellos tienen la capacidad de ver a su propio país como un todo, en tanto que nosotros nos vemos como la suma de partes aisladas; queremos satisfacer a uno por vez y nos olvidamos del conjunto. La defensa del trabajo nacional tiene que ser un objetivo de la política económica.