-¿Qué condicionamientos le impone la actual recesión
al próximo gobierno?
-Esta recesión es más profunda y prolongada que la del tequila
y, además, se presenta en un país que ya viene de padecer varios
años de altas tasas de desempleo y de pobreza; por eso es más
pesada para el cuerpo social. Ya lleva doce meses y puede seguir seis más.
Otro problema es que la Argentina ha padecido un shock externo que afecta
su competitividad: a la caída de los precios de los productos de exportación
se sumó la apreciación del dólar.
No creo que vayamos a salir de la recesión hasta que asuma el próximo gobierno. No porque la nueva administración tenga una varita mágica, sino porque va a generar certidumbre a los inversores extranjeros, a los bancos locales, que van a volver a prestar (el crédito no crece desde hace nueve meses) y también a la población en general.
Creo que eso va a ser suficiente para salir de la recesión, lo cual no quiere decir que se hayan resuelto entonces los problemas básicos, que tienen que ver con el crecimiento a largo plazo y la competitividad.
-¿El cambio de gobierno alcanza para mejorar sustancialmente la
calificación de la Argentina en los mercados internacionales?
-Creo que va a haber más confianza. Claro que no es tan sencillo bajar
significativamente el riesgo país, no solamente con respecto a
los niveles actuales (lo que sería relativamente fácil) sino en
relación con los niveles que teníamos hace un año o un
año y medio. Esto es algo que tiene que ver con cuestiones locales e
internacionales. Por el lado de la Argentina, los factores determinantes son
la situación fiscal, el déficit de cuenta corriente, los vencimientos
a corto plazo de la deuda, las exportaciones. Si no avanzamos en todos esos
planos, y si el contexto internacional es muy malo, tendremos problemas.
-¿Puede esperarse que la marcha de la economía mundial contribuya
a la recuperación argentina?
-La evolución no será, seguramente, tan favorable como hasta
1996 (que fue espectacular en términos de tasas de interés, entrada
de capitales a países emergentes y crecimiento de la economía
mundial), pero tampoco tan negativa como en este período más reciente.
Creo que vamos a tener una situación más razonable que la del
último año, pero no tan buena como la de la primera mitad de la
década.
-¿Cómo podrán financiarse, en ese contexto, los programas
de reparación social que forman parte de la plataforma de la Alianza
y del justicialismo?
-No hay margen para que el ajuste fiscal venga de la mano del aumento de las
alícuotas o de la creación de nuevos impuestos. Y no se puede
subir el gasto público; de modo que los programas sociales tendrán
que basarse en una mejor asignación del gasto existente y una readecuación
de partidas.
Ahora bien, yo creo que se equivoca quien piense que los problemas de desempleo y pobreza que tiene la Argentina se van a resolver con programas sociales. Cuando uno tiene un tercio de la población viviendo por debajo de la línea de pobreza, cuando los problemas de empleo afectan a más de 30% de los trabajadores, no alcanzan los planes de asistencia que sí funcionan en países donde los pobres representan 3% o 5% de la población.
Aquí, el imperativo es lograr un crecimiento más integrador, que incorpore a las Pymes, a las economías regionales. En la transición habrá que mejorar la asistencia social, pero nada se arregla si no volvemos a crecer, con un crecimiento que sea más integrador que en el pasado.
-¿Con la convertibilidad fiscal desaparece el último instrumento
de política económica que quedaba disponible para el gobierno?
-Como, efectivamente, carecemos de instrumento cambiario y el monetario es
muy limitado, me parece que lo que necesitamos es garantizar la posibilidad
de tener política fiscal. La única manera de hacerlo es contar
con un fondo de estabilización, donde se acumule ahorro durante las épocas
expansivas del ciclo y al que podamos recurrir en una recesión.
-¿Qué tipo de alianza o consenso con el sector privado requerirá
el diseño de una política de crecimiento?
-Yo creo que esa política necesariamente tiene en la Argentina una
prioridad, que es la exportación. No es que con las exportaciones arranque
toda la economía. Pero sin crecimiento de exportaciones no hay crecimiento
posible, no solamente porque nuestros índices de deuda/exportación
son malos, sino porque, sin capacidad de entrar en nuevos mercados y adquirir
nuevas tecnologías, es muy difícil pensar en la expansión
del mercado interno.
Estamos analizando detalladamente cuáles serán las medidas, los estímulos y la manera más eficiente de interactuar con el sector privado. Lo que se puede hacer desde el Estado es promover políticas integradoras, de las Pymes, de la tecnología, de las economías regionales, para favorecer la inversión. Pero no creo que haya incentivos específicos. Lo poco que tenga el Estado lo va a tener que destinar a infraestructura, porque esto no apunta sólo a la integración territorial, sino a la competitividad.
-¿Ustedes no están pensando en políticas activas
del Estado para promover exportaciones?
-Pensamos en cosas muy claras y concretas. Por ejemplo, la fundación
ExportAr gasta US$ 4 millones por año en la Argentina. Pero una institución
de estas mismas características en Chile gasta 30 millones, y los australianos
disponen de un presupuesto de 300 millones. Quizá las cosas cambiarían
bastante si pudiéramos disponer de 20 o 25 millones para estos fines.
También hay mucho que hacer en materia de financiamiento. Los subsidios de tasas están permitidos por la Organización Mundial de Comercio en la medida que se mantengan los niveles internacionales.
-¿Cuáles son las vías por las que puede avanzar la
competitividad de la Argentina, manteniendo el régimen de convertibilidad?
-El país está, en este terreno, como un atleta que en 1991 empezó
a correr la carrera de los 3.000 metros. Largó con un impulso espectacular.
El tipo de cambio tenía atrasos significativos, había problemas
de competitividad muy serios, pero la situación mejoró gracias
a las iniciativas del sector privado, la reducción de impuestos y los
reintegros a la exportación. Sin embargo, cuando a este corredor le faltaban
500 metros, alguien le corrió la línea de llegada 2.000 metros
más lejos. Y resulta que el hombre venía medio cansado. Lo que
lo alejó de la meta fue la revaluación del dólar y la caída
de los precios internacionales.
El panorama es ahora más complejo, porque antes había mucho por hacer y hoy, en cambio, tenemos que hilar más fino. No hay una sola receta ni un solo aspecto a tocar en la cuestión de la competitividad. Se dice que el costo argentino es el costo laboral y yo creo que eso es una exageración. Hay costos argentinos de otro tipo. Desgraciadamente, lo que estamos viendo en el país es reducción de costos laborales de la mano de una hiperdesocupación. El mercado laboral argentino está muy flexibilizado. Quedan, sin embargo, algunas cosas por hacer, que tienen que ver con la descentralización de las negociaciones colectivas, y con la extensión del período de prueba a seis meses.
Y está la cuestión de los servicios, que son caros en la Argentina. Creo que ahí hay margen para regular más e introducir mayor competencia.
-¿En qué sectores, específicamente?
-Esto se aplica a las telecomunicaciones, a los combustibles líquidos
y gaseosos, a las obras sociales, a los fondos de pensión, que cobran
comisiones muy altas en la Argentina (aquí, por ejemplo, habría
que premiar a las administradoras que cobran menos, adjudicándoles la
afiliación de los indecisos).
Hay formas de introducir competencia, incluso a nivel del consumo domiciliario de gas y electricidad, como ya se está haciendo en Inglaterra.
Otro factor tiene que ver con el sector público, con la estructura impositiva y con la evasión. Por otra parte, los aumentos de productividad en los últimos años provinieron mayoritariamente del sector privado y muy poco del área estatal. Una tarea pendiente es corregir la hipertrofia del sector público, y otra tiene que ver con la transparencia general del gasto. Hoy en día, gracias a la Internet, se puede acceder rápidamente a la información y hacerla pública, para que todo esté a la vista. Esto se está haciendo en Estados Unidos, comienza a aplicarse con el área de la salud en Brasil, aquí se hizo en la ciudad de Buenos Aires, y habría que extenderlo a todo el país.
-¿Es posible intentar negociar una reestructuración de la
deuda externa sin provocar brotes de desconfianza en los mercados?
-Me parece que hay mucho margen para trabajar en la estructura de vencimientos
de la deuda argentina que, además, afecta el riesgo país
y por lo tanto hace subir las tasas de interés.
Lo que no tiene viabilidad es la idea de que vamos a negociar para no pagar los intereses por un año o dos. Decir eso hace aumentar el riesgo de la Argentina de una manera espectacular. No hay margen para hablar de otra cosa que no sea cambiar la estructura de vencimiento de la deuda.
-En cuanto al comercio exterior, ¿se puede mantener, a pesar de
todo, el actual esquema de apertura irrestricta?
-No vamos a cerrar la economía, pero tampoco vamos a tener una actitud
tan naif como hasta ahora.
Tomemos, por ejemplo, la situación de las negociaciones con Brasil en el sector automotor. No es posible seguir haciendo concesiones en ese terreno, y no porque nosotros seamos los malos de la película, sino porque Brasil dio subsidios muy fuertes a través de los estados para la radicación de la industria.
No se pueden subir los aranceles de importación de la Argentina, eso no es conveniente, pero sí se puede ser mucho más pro industria y empleo nacional. Porque hasta ahora, sistemáticamente, ante la duda, hemos jugado a favor de la importación. Uno puede ser más activo desde el punto de vista de algunas prácticas comerciales permitidas por la OMC, y proteger a la industria nacional sin necesidad de aumentar los aranceles.