El mismo período en que SpaceX completaba otro lanzamiento de su constelación Starlink desde la base Vandenberg en California encontró, al otro lado del Pacífico, a investigadores chinos presentando un modelo para dejarla fuera de servicio sobre una zona equivalente a Taiwán. La simultaneidad no es casual: condensa la tensión entre una infraestructura privada que se expande a escala global y Estados que se preparan para el escenario en que esos sistemas se conviertan en objetivos militares.
Una constelación que no deja de crecer
El 4 de diciembre, un Falcon 9 Block 5 despegó desde el Complejo de Lanzamiento 4 Este (SLC-4E) de Vandenberg Space Force Base, en California, para la misión Starlink 11-25. El cohete colocó en órbita 28 satélites adicionales de banda ancha en órbita baja, parte de la segunda generación de la red, y recuperó su primera etapa sobre la barcaza Of Course I Still Love You en el Pacífico.
De acuerdo con datos de SpaceX y de sitios especializados, la misión fue el 114.º lanzamiento dedicado a Starlink en lo que va de 2025 y el 66.º despegue del año desde Vandenberg. La base consolidó así su rol como polo de lanzamientos hacia órbitas polares y heliosíncronas, clave para servicios de observación de la Tierra y comunicaciones de baja latencia.
Cada vuelo amplía una constelación que se aproxima a los 9.000 satélites en órbita baja, con cobertura creciente sobre América, Europa y Asia. Para los usuarios, el resultado es mayor capacidad de datos y redundancia. Para los planificadores militares, la misma característica implica un problema: una red distribuida, resiliente y operada por una compañía extranjera.
La simulación china
En paralelo, un grupo de investigadores de la Universidad de Zhejiang y del Beijing Institute of Technology publicó en la revista Journal of Systems Engineering and Electronics un estudio sobre cómo bloquear Starlink sobre un área del tamaño de Taiwán. El trabajo fue recogido por medios como South China Morning Post, The Independent y otros portales especializados.
La propuesta no describe un sistema operativo, sino una simulación de guerra electrónica a gran escala. Los autores modelan un “escudo electromagnético” formado por entre 935 y 2.000 drones o globos de gran altitud equipados con equipos de interferencia, ubicados a unos 20 kilómetros de altura y espaciados entre 5 y 10 kilómetros. Según el modelo, ese enjambre podría degradar o impedir la conectividad de Starlink durante 12 horas sobre la isla.
El diseño busca responder a una característica central de la constelación: el movimiento constante de los satélites y la capacidad de SpaceX para ajustar frecuencias y protocolos mediante actualizaciones de software, como se observó durante la guerra en Ucrania frente a intentos de interferencia rusos. En lugar de unos pocos transmisores potentes, el estudio asume la necesidad de cientos o miles de fuentes de interferencia sincronizadas.
De la economía del espacio a la guerra de redes
Los propios autores reconocen que el despliegue de un enjambre de esa escala implicaría una operación inédita, con desafíos logísticos, de mando y control, y con alta vulnerabilidad frente a defensas antiaéreas. Sin embargo, el hecho de que instituciones ligadas a la defensa china dediquen recursos a este tipo de simulaciones muestra que las megaconstelaciones comerciales se consideran ya un componente crítico de la infraestructura de guerra.
Para la economía del espacio, la escena sugiere un doble movimiento. Por un lado, empresas como SpaceX continúan expandiendo modelos de negocio basados en constelaciones masivas, conectividad global y servicios de baja latencia, donde Starlink funciona tanto como fuente de ingresos como plataforma tecnológica para otros proyectos. Por otro, grandes potencias incorporan esa infraestructura en sus escenarios de conflicto y analizan cómo neutralizarla, replicarla o sustituirla mediante sistemas propios.
La coincidencia temporal entre el nuevo lanzamiento desde Vandenberg y la difusión internacional del estudio chino no altera la rutina operativa de SpaceX, pero introduce una señal para gobiernos y empresas: la expansión de la conectividad satelital ya no se discute sólo en términos de cobertura y tarifas, sino también en términos de vulnerabilidad, soberanía digital y capacidad de operar en un entorno donde las redes comerciales pueden entrar, de manera explícita, en el tablero de la disuasión militar.













