La pregunta de fondo es sencilla y a la vez compleja: ¿cuál es la estrategia regulatoria espacial de Brasil? La respuesta que se observa en las últimas decisiones de la Agência Nacional de Telecomunicações (Anatel) puede resumirse en cuatro ideas: expandir la conectividad, cuidar el entorno orbital, evitar la concentración de espectro y negociar reglas globales que protejan los intereses del país.
Del caso Starlink a una política más amplia
El punto de partida visible fue la decisión de abril de permitir la ampliación de la constelación de Starlink. Anatel autorizó que la compañía sume 7.500 satélites de segunda generación y use nuevas bandas de frecuencia, manteniendo la licencia vigente hasta 2027. No fue una aprobación automática: el Consejo Director acompañó esa decisión con un “alerta regulatorio” y ordenó estudios técnicos adicionales.
En esa misma decisión aparecieron varios temas que hoy organizan el debate. Por un lado, la necesidad de garantizar banda ancha en regiones remotas, donde las redes terrestres no llegan o resultan muy costosas. Por otro, la preocupación por la ocupación de la órbita baja, el aumento del riesgo de colisiones y la posible concentración de espectro en pocas manos.
A partir de allí, Anatel llevó el tema a una reunión conjunta de sus comités de Infraestructura y de Espectro y Órbita. El foco ya no fue solo Starlink, sino el conjunto de constelaciones no geoestacionarias autorizadas en Brasil: además de Starlink, sistemas como OneWeb, Kuiper, Telesat o Iridium. La pregunta pasó a ser cómo organizar un mercado donde conviven varios actores globales y una cantidad creciente de satélites.
Sostenibilidad orbital como condición de negocio
En esa reunión, la gerencia de Espectro presentó un cuadro general del entorno espacial. Desde 1957 se lanzaron más de 23.000 artefactos al espacio y cerca de 15.800 siguen activos. A eso se suman millones de fragmentos de basura espacial. Buena parte del crecimiento reciente se explica por los servicios de banda ancha global en órbita baja.
Sobre esa base, los participantes coincidieron en que la sostenibilidad orbital ya no es un asunto solo técnico. Se transforma en una condición para la continuidad del negocio satelital. La capacidad de maniobra, los planes de desorbitación al final de la vida útil, el intercambio de datos sobre órbitas y maniobras y los límites de potencia pasan a ser variables reguladas, no solo decisiones de cada empresa.
Anatel estudia exigir planes de fin de vida para cada constelación, indicadores concretos de riesgo orbital y reglas diferenciadas para los sistemas de gran tamaño. La idea es simple: quien ocupe más “espacio” y más espectro deberá cumplir criterios más exigentes en materia de seguridad y transparencia.
Competencia y uso del espectro
El otro eje de la estrategia aparece en el plano competitivo. En el expediente de Starlink, empresas rivales advirtieron que la compañía podría concentrar una parte muy significativa del espectro asignado a servicios satelitales y a soluciones direct-to-device. Esa advertencia fue recogida en el debate y colocó la cuestión de la concentración en el centro de la agenda.
La respuesta preliminar de la agencia combina dos líneas. Por un lado, no bloquear la expansión de la conectividad satelital en un país con grandes extensiones rurales, amazónicas y fronterizas. Por otro, usar nuevas condiciones de autorización para limitar posiciones dominantes, exigir pruebas de uso eficiente del espectro y abrir espacio para más constelaciones y futuros proyectos brasileños o regionales.
En este enfoque, órbita y espectro se tratan como recursos estratégicos escasos. No solo se analizan desde el punto de vista técnico, sino también como insumos económicos que pueden reforzar o debilitar la competencia.
Una agenda que mira a la WRC-27
El cuarto eje es internacional. Anatel vincula estas decisiones con la preparación para la próxima Conferencia Mundial de Radiocomunicaciones (WRC-27). Allí se discutirán, entre otros puntos, zonas de silencio para la radioastronomía, límites a la interferencia agregada de grandes constelaciones y parámetros más estrictos para la operación de satélites no geoestacionarios.
Brasil busca llegar a esa cita con una posición clara y coherente con su debate interno. La agencia participa de forma activa en foros como la UIT, COPUOS, UNOOSA y CITEL, y al mismo tiempo propone una mayor coordinación doméstica con la Agência Espacial Brasileira, el Comando da Aeronáutica y las universidades. El objetivo es desarrollar criterios propios y no depender solo de modelos externos.
En síntesis, la estrategia regulatoria espacial de Brasil se organiza alrededor de una idea central: aprovechar el impulso de las megaconstelaciones para reducir brechas de conectividad, pero sin perder de vista la sostenibilidad orbital, el equilibrio competitivo y la gestión responsable de recursos como la órbita y el espectro. El caso Starlink fue el detonante visible de este movimiento; las normas que surjan en los próximos años definirán hasta qué punto el país logra transformar ese desafío en una política de Estado para la nueva economía espacial.












