Durante años creí que mi destino estaba en las canchas de fútbol. Me formé como periodista deportiva convencida de que el deporte era el lugar desde el cual quería contarle historias al mundo pero, como ocurre en tantos caminos profesionales, las puertas no siempre se abren cuando uno lo sueña de niño.
Durante muchos años, cuando el mercado laboral parecía esquivo y los roles para mujeres en espacios deportivos aún eran excepcionales, trabajé como administrativa, acumulando una distancia cada vez mayor entre lo que hacía todos los días y aquello que me apasionaba hasta que decidí hacer la maniobra más peligrosa de mi vida hasta ese momento: volantear y empezar de cero pasados mis treinta.
Comprendí que lo que más me atraía del deporte no era solo la competencia, sino la lógica del equipo y la estrategia pero, sobre todo, la construcción de identidad que hay detrás de una pelota y la pertenencia que sostienen los hinchas a lo largo de su vida. Y todos esos elementos, son igual de determinantes en la comunicación organizacional porque las empresas, como los hinchas, necesitan ese sentido de pertenencia e identidad. Necesitan líderes con claridad, visión y humanidad que muestren el rumbo y a quién darle la pelota.
El deporte en equipo es la fiel muestra de que hasta el mejor jugador del mundo depende del sistema que lo sostiene y en las organizaciones sucede lo mismo. Sin equipos alineados, sin una cultura que pueda expresarse y sentirse no hay crecimiento puertas adentro.
Hace ya mucho tiempo que me dedico a la comunicación y lo hago con la misma pasión con la que vivo el fútbol. El próximo domingo es el Boca – River y voy de espectadora, al mismo lugar al que voy hace más de 20 años. Y, si bien si me vieran ahí se sorprenderían, también entenderían la pasión que me movió hasta acá y la que me movió a fue mi norte para entender que el liderazgo se construye desde lo que nos interpela y conmueve.
Aprendí que los sueños no siempre se cumplen en la forma en la que fueron imaginados, pero pueden realizarse de manera más profunda cuando somos capaces de reinterpretarlos. El liderazgo actual necesita eso: flexibilidad para escuchar, volantear y adaptarse de ser necesario.
La gestión moderna demanda líderes que inspiren y que comprendan que la pertenencia genera compromiso y retiene talento y que la identidad puede sostener una organización a largo plazo. Al igual que en el deporte, lo que buscamos es articular un sentido compartido que legitime el esfuerzo colectivo.












