Algo realmente distinto

    El primero es un concepto casi romántico con el que ambos emprendedores
    encararon el negocio. Ellos, antes que nada, se definen como “locos por
    el vino”. Tanto, que Claudio Fontana construyó una cava subterránea
    en el jardín de su casa (previo paso por el living de kilos y kilos de
    tierra) con capacidad para guardar 4.000 botellas con todas las condiciones
    necesarias para su óptima conservación. Este dato es suficiente
    para entender por qué se empecinaron en construir Terroir a la medida
    de sus exigencias, algo que, según su propia visión, no existía
    en el mercado.
    Terroir es una casona clásica escondida en la calle Buschiazzo 3040,
    entre las exclusivas callecitas que rodean el Automóvil Club Argentino.
    Desde afuera, este lugar no es más que una casa sofisticada y elegante,
    como otras que se encuentran en el barrio. No tiene cartel, casi no existe publicidad
    de sus servicios, no se dictan cursos. Pero basta tocar el timbre y atravesar
    el portón de hierro negro, para entender por qué Terroir es diferente.
    Los ambientes están armonizados en tonos claros; hay un living confortable,
    música para escuchar, habanos y lectura para elegir. En el interior,
    las salas relacionadas a diferentes actividades del vino comienzan a aparecer:
    se destaca la de exposición, donde las botellas están clasificadas
    según su terroir específico, la sección de vinos top o
    los Best Buy (los que tienen mejor calidad/precio). Luego sigue la sala de degustaciones,
    donde se realizan reuniones, almuerzos y cenas empresariales, con capacidad
    para 20 personas. Las bodegas más importantes de la Argentina presentan
    aquí, periódicamente, sus mejores etiquetas.
    A continuación, el Cuarto de Vinos Especiales, una habitación
    a 16 grados, donde se guardan más de 650 etiquetas que incluyen cosechas
    agotadas (con orgullo, Emiliano Budman comenta que en Terroir es posible realizar
    lo que en términos técnicos se llama “una vertical del vino”,
    es decir probar distintas cosechas de un mismo vino, incluso aquellos que hoy
    están agotados en el mercado, como por ejemplo la serie completa de Catena
    Zapata desde el año 1990 (a $ 750 la botella) hasta la de 1999 (a $ 140).
    También se conservan aquí los vinos extranjeros y las rarezas,
    como un vino francés de US$ 5.000, el Romane Conti. “Ése
    es una obra de arte, casi como si compraras un cuadro. Yo no lo compraría
    para tomarlo, lo compraría para tenerlo”, dice Emiliano, definiendo
    todo un estilo.
    Por último, la moderna terraza completa la oferta de servicios. Es allí
    donde se organizan encuentros que están marcados por el sello característico
    de la parrilla, a cargo del chef Pablo Osan.
    Una cofradía
    Para pertenecer a la exclusiva cofradía de Terroir, no es necesario hacerse
    socio, basta con tocar el timbre y sumergirse en el mundo de Baco de la mano
    de la sabiduría y buen consejo de sus dueños. Se puede degustar
    un vino, comprar una botella, armar una caja de una cepa específica,
    de una cosecha, o se puede pasar sólo para saber cuáles son las
    novedades de la semana.
    Las botellas se venden al mismo precio que un local a la calle, un supermercado
    o una vinoteca. Pero, como dice Budman “la gente no encuentra en cualquier
    lado todo lo que nosotros tenemos. Y, además, se lo cobramos al mismo
    precio”.
    También es posible utilizar el lugar para hacer degustaciones o para
    una cena privada. Incluso, se puede contratar al sommellier para algún
    evento en la casa de algún cliente.
    Éstos son los servicios básicos, pero también los dueños
    de Terroir asesoran de distintas formas a sus clientes.
    La más reciente prestación es el asesoramiento a un cliente puntual,
    al que le debían US$ 50.000 y le pagaron $ 50.000. Los socios de Terroir
    le sugirieron comprar vino para guardar y vender en un tiempo, cuando esas botellas
    se coticen mejor, con el objetivo de recuperar en dos o tres años, la
    cifra original en dólares. “Esta inversión se hizo en agosto
    de 2002 y hoy ya recuperó sus US$ 50.000. Obviamente, compró vinos
    muy específicos que le indicamos nosotros y salió muy bien”,
    comenta Emiliano.
    Otro servicio, consiste en “educar” a los clientes sobre las mejores
    maneras de guardar el vino. En Terroir, se puede comprar una heladera que tiene
    tres temperaturas diferentes: para champagne a 4 oC, para vinos blancos a 8
    y para tintos a 16 oC. ”Nosotros las mandamos a hacer a Rosario. Asesoramos
    al cliente sobre cómo guardar sus vinos en su casa, incluso podemos ofrecer
    un servicio para construir muebles a medida, con todas los requisitos necesarios
    para poder conservar los vinos de la mejor manera, ya sea dentro de un placard,
    de una habitación o de una cava subterránea”, dice Emiliano.
    El negocio
    Emiliano Budman aporta todos sus conocimientos en marketing y comercialización;
    Claudio Fontana, su experiencia financiera. Pero ambos van un poco más
    allá del negocio: atienden Terroir con pasión. “Cuando recomendamos
    un vino a un cliente ponemos nuestro nombre en juego. Nosotros nos tomamos este
    trabajo de esa manera. No vendo un vino porque es más rentable, porque
    me regalaron dos cajas o porque gano más con uno que con otro. Eso es
    parte del negocio, que va paralelamente, pero nosotros probamos todos los vinos
    antes de incorporarlos, vemos si están bien o mal, hacemos una especie
    de cata interna. Si Claudio y yo no creemos en el producto, no lo vendemos.

    Tenemos 650 etiquetas, no vendemos el vino comercial, vendemos el vino para
    cada ocasión. No hicimos un curso de sommellier y tampoco lo vamos a
    hacer porque creemos en el gusto personal. Llegamos a un punto de dedicación
    en que suena el teléfono y es un cliente que está en un restaurante
    y nos pide consejo para ver qué vino va mejor con el plato que va a comer.
    Yo le pido que me lea los vinos de la carta y le aconsejo. No hubo vez que no
    me llamaran al día siguiente para agradecerme el consejo.
    “El negocio funciona así: Terroir abre de 9.30 a 22, para que la
    gente pueda venir incluso antes de ir a la oficina”, comenta Budman.
    Para inaugurar Terroir y que sea “algo más” que una casa de
    vinos, Budman y Fontana tuvieron que invertir
    $ 250.000 en la obra y la compra de stock inicial. Además, debieron realizar
    otra inversión similar para comprar vinos que quieren guardar para su
    posterior comercialización. Son vinos de ediciones limitadas, para que
    la gente sepa que en Terroir puede encontrar incluso lo que está agotado
    en el mercado. Por ejemplo, el Achával Ferrer Altamira, de línea
    argentina, del que se hacen sólo 3.600 botellas por año y casi
    toda la producción se exporta. En el exterior, ronda los US$ 80. En Terroir,
    más de una botella espera a su dueño.
    Así, Terroir ofrece un concepto nuevo sobre la manera de consumir vino.
    Basta pasar por allí y tocar el timbre. Más de una sorpresa embotellada
    está lista para hacer estallar los sentidos. M