domingo, 7 de diciembre de 2025

La nueva gramática del conflicto: el poder se libra en los algoritmos

La Revista Fortín de la Universidad de la Defensa Nacional propone una reflexión profunda sobre la transformación del conflicto en la era digital. En su último número, el artículo “Una nueva gramática del conflicto” analiza cómo el ciberespacio y la inteligencia artificial están redefiniendo las nociones clásicas de soberanía, guerra y seguridad.

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La defensa ya no se libra solo en la tierra, el mar o el aire. Tampoco basta con dominar el espacio exterior. El campo de batalla más reciente, y quizás el más complejo, es el ciberespacio: un entorno donde los flujos de datos reemplazan al territorio, y donde el poder se mide en líneas de código más que en despliegues militares.

El artículo “Una nueva gramática del conflicto”, publicado por la mesa editorial de la Revista Fortín de la Universidad de la Defensa Nacional, invita a repensar la lógica de la guerra en tiempos de inteligencia artificial. Según sus autores, el ciberespacio no es una simple extensión digital del mundo físico. Es, más bien, una discontinuidad: un nuevo régimen ontológico en el que las nociones de soberanía, jurisdicción o causalidad lineal pierden vigencia.

“El ciberespacio no es una abstracción —advierte la analista Lorena Pereyra Gualda, citada en el artículo—, sino una estructura material sustentada en cables, centros de datos y nodos energéticos. Pero lo que lo define no es su soporte físico, sino su lógica operativa”. Esa lógica, agrega, permite actuar sin desplazarse, atacar sin presencia visible y multiplicar identidades en entornos distribuidos.

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El texto de Fortín recorre los ejemplos más claros de esta nueva era del conflicto. El caso Rusia-Ucrania es paradigmático: los ciberataques a la red eléctrica ucraniana en 2015 y 2016 demostraron que una acción digital puede tener consecuencias físicas devastadoras. Miles de hogares quedaron sin energía, los sistemas financieros colapsaron temporalmente y la confianza en el Estado se vio erosionada.

A partir de allí, el artículo traza una línea que une la guerra informática con la inteligencia artificial. Los llamados Sistemas de Ciberarmas Autónomos introducen un nuevo tipo de incertidumbre estratégica: pueden detectar vulnerabilidades, infiltrarse en redes y ejecutar operaciones sin intervención humana directa. Las decisiones ya no se toman en un centro de comando, sino en el interior de un algoritmo entrenado con datos y patrones probabilísticos.

Esa autonomía plantea dilemas inéditos para el derecho internacional y la ética militar. ¿Quién responde por un ataque lanzado por un sistema autónomo? ¿Cómo se garantiza el cumplimiento del derecho humanitario si los objetivos son definidos por una máquina? El texto recuerda que, en un entorno donde un servidor puede alojar tanto una base de datos militar como la historia clínica de un hospital, la distinción entre blanco legítimo y civil se vuelve difusa.

La proliferación tecnológica agrava el panorama. Las herramientas necesarias para desarrollar ciberarmas —desde software de acceso público hasta plataformas en la dark web— están disponibles para individuos y grupos no estatales. El poder, antes monopolio de los Estados, se fragmenta en manos de actores difusos.

El artículo también aborda la cuestión de la disuasión. A diferencia de la lógica nuclear, donde la visibilidad del arsenal garantizaba el equilibrio, la ciberdisuasión se desarrolla en la ambigüedad. ¿Cómo amenazar con represalias si el atacante no puede ser identificado con certeza? Esa incertidumbre altera el equilibrio estratégico y desdibuja los límites entre guerra, espionaje y sabotaje.

La inteligencia artificial añade una capa más a este desafío. Su velocidad operativa supera la capacidad humana de deliberación, comprometiendo los principios de proporcionalidad y evaluación del daño colateral. Y su potencial de manipulación cognitiva abre un nuevo frente: la guerra informacional. Los algoritmos ya no solo ejecutan ataques, sino que moldean percepciones, amplifican narrativas falsas y erosionan consensos sociales.

“En este escenario —plantea Fortín—, la frontera entre lo simbólico y lo operativo se disuelve.” La IA se convierte en un arma de guerra cognitiva capaz de alterar el comportamiento colectivo sin disparar un solo misil.

La dimensión jurídica, por su parte, enfrenta un rezago estructural. Las normas internacionales fueron concebidas bajo supuestos hoy obsoletos: control territorial, actores estatales definidos, separación entre tiempos de paz y de guerra. El ciberespacio, al ser distribuido y transnacional, quiebra esos marcos. Los datos pueden estar en múltiples jurisdicciones, y la autoría de un ataque, diluida entre redes de proxies.

En su cierre, el artículo cita datos del Center for Strategic and International Studies: entre julio de 2023 y mayo de 2025 se registraron más de cien ciberataques de alta relevancia contra gobiernos e infraestructuras críticas en más de treinta países. No se trata de una amenaza futura, sino de un conflicto cotidiano.

Fortín advierte que el desafío no es técnico, sino conceptual. El ciberespacio no puede entenderse como un nuevo frente dentro del viejo esquema de guerra. Representa una mutación profunda en la naturaleza del conflicto: uno donde la fuerza se mide por la capacidad de controlar flujos, anticipar decisiones y moldear entornos invisibles.

En ese sentido, la revista propone una conclusión contundente: la defensa del siglo XXI ya no se libra con armas, sino con arquitecturas de información. Y la inteligencia artificial, más que un instrumento, es el nuevo campo de batalla.

 

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