sábado, 6 de diciembre de 2025

Scott Bessent, el estratega detrás del día que quebró al Banco de Inglaterra

El 16 de septiembre de 1992 pasó a la historia como el Miércoles Negro, cuando una ofensiva de inversores liderada por George Soros forzó la salida de la libra esterlina del Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio. Detrás de aquella maniobra —que hizo tambalear al Banco de Inglaterra y redefinió el equilibrio entre mercados y Estados— se encontraba un operador de perfil más discreto: Scott Bessent, el hombre que transformó la intuición especulativa en una tesis económica.

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La historia de ese día comienza mucho antes del colapso. A inicios de los años noventa, el Reino Unido se encontraba en una situación incómoda dentro del Sistema Monetario Europeo. Desde 1990, la libra esterlina estaba atada al marco alemán a una paridad fija de 2,95 marcos por libra, con una banda de fluctuación del 6%. La decisión, tomada bajo el gobierno de John Major, buscaba dar estabilidad a la inflación británica, imitando la disciplina monetaria del Bundesbank. Pero esa estabilidad tenía un costo: una economía en recesión, un desempleo creciente y un sistema financiero presionado por tasas de interés altísimas.

Mientras Alemania enfrentaba las tensiones fiscales de la reunificación, su banco central mantenía una política contractiva que arrastraba al resto de Europa. El Reino Unido, atrapado en ese esquema, debía sostener artificialmente una moneda sobrevaluada. Cada punto de aumento en los tipos de interés se traducía en cuotas más elevadas para las familias endeudadas con hipotecas a tasa variable, que representaban la mayoría. La libra, sostenida por la voluntad política más que por los fundamentos económicos, se transformó en una presa fácil.

El fondo Quantum y la anatomía de una apuesta

En Nueva York, George Soros observaba ese escenario con creciente interés. Su Quantum Fund, uno de los fondos de cobertura más grandes del mundo, se había especializado en aprovechar desequilibrios macroeconómicos. Entre los analistas que alimentaban las estrategias del fondo se encontraba un joven de 30 años llamado Scott Bessent, recién incorporado tras haber trabajado en Brown Brothers Harriman y en otros bancos de inversión.

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Bessent no era un especulador impulsivo. Su método combinaba datos macroeconómicos, observación política y psicología de mercado. Según testimonios posteriores de David Smick —entonces asesor de Soros—, fue Bessent quien argumentó con mayor claridad que el Reino Unido no podría resistir el peso de su propia defensa cambiaria. Su razonamiento era simple: si el Banco de Inglaterra elevaba las tasas para proteger la libra, asfixiaría la economía doméstica; si no lo hacía, la libra caería. En ambos casos, el equilibrio era insostenible.

Stanley Druckenmiller, estratega principal del fondo, compartía esa visión. Juntos diseñaron la operación: vender libras a gran escala, financiándose con marcos y dólares, con la expectativa de recomprarlas a un precio mucho menor una vez que el Reino Unido se viera obligado a devaluar. Era, esencialmente, una apuesta contra la política monetaria británica.

Para mediados de 1992, el Quantum Fund había acumulado posiciones cortas por más de 10.000 millones de dólares. Soros, convencido por el análisis de Bessent, autorizó incrementar la exposición. El objetivo no era simplemente obtener una ganancia: se trataba de anticipar un movimiento inevitable del mercado.

El día que se quebró la libra

El 16 de septiembre de 1992 amaneció con los mercados de divisas bajo una tensión inédita. En las horas iniciales de Londres, el Banco de Inglaterra comenzó a intervenir comprando libras para sostener el tipo de cambio. La magnitud de las órdenes de venta, sin embargo, superó todas las previsiones. En pocas horas, las reservas británicas empezaron a agotarse.

A media mañana, el gobierno anunció una suba de los tipos de interés del 10% al 12%, y más tarde al 15%. La medida buscaba frenar la salida de capitales, pero tuvo el efecto contrario: evidenció desesperación. Mientras tanto, Bessent insistía en redoblar la posición. Sabía que la defensa era insostenible: los bancos comerciales británicos, los fondos europeos y hasta algunos inversores locales ya vendían libras por anticipado.

Al caer la tarde, el gobierno británico reconoció lo inevitable. El ministro de Hacienda, Norman Lamont, anunció que la libra abandonaba el Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio. En cuestión de horas, la moneda se devaluó más del 15% frente al marco y el dólar. El Quantum Fund obtuvo una ganancia superior a 1.000 millones de dólares, una cifra que lo colocó en el centro del poder financiero global.

Bessent, la inteligencia detrás del golpe

Aunque la prensa bautizó a George Soros como “el hombre que quebró al Banco de Inglaterra”, dentro del fondo muchos reconocen que la arquitectura intelectual del ataque nació del análisis de Scott Bessent. Fue él quien identificó la vulnerabilidad estructural del Reino Unido y quien sostuvo la apuesta cuando las autoridades subieron los tipos en un intento de resistencia.

Esa serenidad en medio del caos lo convirtió en una figura respetada en Wall Street. Bessent entendía que las crisis monetarias no eran meros episodios especulativos: eran el resultado de desequilibrios acumulados por decisiones políticas erróneas. La libra, razonaba, no cayó por la audacia de los fondos, sino por la obstinación de un gobierno que pretendía mantener un tipo de cambio fijo en una economía recesiva.

Druckenmiller recordaría años más tarde que Bessent fue “el más convencido del grupo”. Su confianza provenía de los datos: observaba la caída del mercado inmobiliario británico, la fragilidad del consumo y la imposibilidad de sostener tasas al 15% sin provocar un colapso interno. Esa lectura lo llevó a reforzar la posición en el momento más incierto, cuando el Banco de Inglaterra parecía dispuesto a todo. Fue una intuición respaldada por análisis.

Consecuencias políticas y económicas

La derrota británica tuvo consecuencias duraderas. El gobierno conservador de John Major perdió credibilidad y allanó el camino para el ascenso del laborismo de Tony Blair. Paradójicamente, la economía británica comenzó a recuperarse tras abandonar el ERM. La devaluación mejoró la competitividad y permitió una política monetaria más flexible, lo que dio inicio a un ciclo de crecimiento sostenido.

Para los mercados, el Miércoles Negro marcó un punto de inflexión. Demostró que los fondos de cobertura podían doblegar incluso a un banco central del G7. También puso en evidencia una tensión estructural: los Estados-nación, con sus políticas monetarias, enfrentaban a un sistema financiero global con capacidad de mover miles de millones en cuestión de horas.

En ese nuevo mapa, Scott Bessent emergió como una figura central del capitalismo financiero. Continuó trabajando con Soros hasta mediados de la década siguiente y luego fundó su propio fondo, Key Square Capital Management. En 2015, tras una exitosa carrera de tres décadas, decidió incursionar en la esfera política, convirtiéndose en asesor económico y, años más tarde, en el secretario del Tesoro de la administración Trump.

La herencia de un estratega

El legado del Miércoles Negro no se limita a las pérdidas del Banco de Inglaterra ni a las ganancias de los fondos. Fue una lección sobre el poder de la información y la lógica de los mercados globales. Bessent comprendió antes que muchos que las monedas no se sostienen por decreto sino por confianza. Cuando las políticas públicas ignoran los fundamentos económicos, los mercados se encargan de corregirlas.

Tres décadas más tarde, ese mismo Bessent —ya lejos de los terminales de Bloomberg— se encuentra en el otro lado del tablero, administrando la política económica estadounidense. La historia lo enfrenta nuevamente a un desafío: sostener una moneda, esta vez el peso argentino, en un contexto de fragilidad macroeconómica.

La ironía es evidente. El hombre que ayudó a quebrar al Banco de Inglaterra en 1992 ahora busca salvar una economía en crisis, la Argentina, desde la posición de un funcionario público. Su experiencia le otorga autoridad; su pasado, una sombra inevitable. La historia, como los mercados, tiene memoria.

 

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