lunes, 8 de diciembre de 2025

Francia sin salida: el experimento de Macron y la reaparición de Lecornu

La re-nominación exprés del Primer Ministro refleja la crisis de gobernabilidad más profunda desde 1958. Un presidente sin mayoría, una Asamblea fragmentada y un país sin brújula institucional.

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La política francesa atraviesa una etapa crítica, donde cada movimiento revela una fragilidad estructural que compromete la legitimidad del poder. El retorno, en menos de una semana, de Sébastien Lecornu a Matignon, tras haber presentado su renuncia, no es una rareza anecdótica. Es el síntoma de un agotamiento sistémico que ni el talento presidencial ni la ingeniería constitucional logran resolver.

A lo largo de la Quinta República, Francia vivió tensiones, alternancias y reformas estructurales. Pero el contexto actual es inédito. La renominación de un primer ministro dimisionario, sin respaldo parlamentario suficiente, y sin haber logrado consensos para un nuevo gabinete, revela no sólo el aislamiento del Ejecutivo sino la erosión de la arquitectura institucional que lo sostiene.

La apuesta de Macron y su contragolpe

Todo comenzó con la decisión audaz (y según algunos, temeraria) de Emmanuel Macron de disolver la Asamblea Nacional tras las elecciones europeas de junio de 2024. Lo hizo al constatar el avance del Rassemblement National (RN), la extrema derecha encabezada por Jordan Bardella, que obtuvo más del 30% de los votos.

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La lógica presidencial fue estratégica: forzar una reconfiguración parlamentaria antes de que la marea nacionalista lo arrastrara hacia el fin de su segundo mandato. Convocar elecciones anticipadas suponía apostar a la sorpresa o al reagrupamiento del centro. Pero el resultado fue exactamente el contrario.

El Nuevo Frente Popular (NFP), coalición de socialistas, comunistas, ecologistas y la Francia Insumisa, emergió como la primera fuerza. Le siguieron la alianza presidencial Ensemble, debilitada, y luego el RN. Ningún bloque alcanzó la mayoría absoluta. La fragmentación, con tres polos mutuamente excluyentes, convirtió la Asamblea en un órgano ingobernable.

Macron, imposibilitado de nombrar un primer ministro de su confianza con legitimidad legislativa, optó por fórmulas híbridas. François Bayrou intentó encarnar un centrismo de coalición, pero sucumbió frente a una moción de censura. Lecornu lo sucedió como figura de recambio técnico y obediente. Ni el carisma ni el programa; solo la disciplina.

La renuncia más corta de la historia

El 6 de octubre, a horas de anunciar su gabinete, Sébastien Lecornu presentó su renuncia. La maniobra fue interpretada como una retirada estratégica ante la inminencia de una nueva censura. Sin margen de maniobra, sin ley de presupuesto ni acuerdos con los bloques legislativos, el jefe de gobierno prefirió ceder.

Pero la sorpresa vino días después. El 10 de octubre, el presidente volvió a convocarlo a Matignon, esta vez con un argumento de emergencia: “asumir por deber”, dijo, para garantizar al menos un mínimo de continuidad en un Ejecutivo que ya no ejecuta.

Es la primera vez, desde la fundación de la V República en 1958, que un jefe de gobierno es re-nombrado luego de dimitir en tan corto plazo. El sistema, diseñado para evitar las parálisis de la IV República, se encuentra enfrentando exactamente aquello que buscó desterrar: la inestabilidad crónica.

El problema no es Lecornu

El foco no debe estar en Lecornu, funcionario competente, pero sin base política. El problema es que no hay quien pueda —ni quiera— gobernar Francia bajo las condiciones actuales.

La izquierda no acepta cogobernar con Macron sin garantías sustantivas, incluyendo la suspensión de la reforma previsional. La derecha republicana se encuentra dividida entre moderados y un ala dura que flirtea con el RN. Y los macronistas, lejos de actuar como bisagra, aparecen como una minoría residual con escasa capacidad de convocatoria.

El Parlamento no legisla, la oposición no se coordina y el gobierno administra lo indispensable. Todo recuerda más al estancamiento de la Tercera República que a una república moderna con pretensiones de liderazgo europeo.

Los desafíos inmediatos

En el cortísimo plazo, Lecornu deberá presentar un presupuesto. No es un trámite técnico, sino el núcleo del conflicto: el déficit fiscal debe reducirse, pero no hay consenso sobre cómo. Recortes sociales, suba de impuestos, redistribución o inversiones verdes. Cada bloque propone una vía distinta.

Si no hay presupuesto aprobado, el Estado funcionará con prórrogas. Y si se intenta imponerlo con el polémico artículo 49.3 —que permite aprobar leyes sin voto legislativo— se profundizará la ruptura institucional. Lecornu anunció que no apelará a ese mecanismo. Pero sus márgenes se reducen día a día.

Un horizonte sin liderazgo

Francia se aproxima a un punto muerto. Macron no puede presentarse a una nueva elección presidencial en 2027, según la Constitución. Su liderazgo se erosiona, sus aliados se dispersan y sus opositores no encuentran un proyecto común.

La idea de una nueva disolución parlamentaria no es viable legalmente hasta 2025. Hasta entonces, se impone una cohabitación de facto sin acuerdo, con un Ejecutivo débil y una Asamblea enfrentada.

La figura presidencial, en otras épocas respetada incluso por sus adversarios, ha perdido centralidad. La re-nominación de Lecornu fue leída por gran parte del electorado como un gesto vacío, burocrático. El “pompon reste au même endroit”, ironizó Jean-Luc Mélenchon: todo gira en círculos, sin avanzar.

El riesgo de una tentación populista

La historia enseña que los vacíos de poder no duran. La desafección ciudadana frente a las instituciones democráticas alimenta opciones autoritarias. El avance del RN no es un fenómeno episódico. La impotencia de los partidos tradicionales le allana el camino a la extrema derecha.

Lo que Macron quiso evitar con su disolución anticipada —una victoria de Bardella en 2027— puede terminar materializándose como consecuencia de su estrategia fallida.

La salida no es sencilla. Requiere de acuerdos transversales, generosidad política y reformas institucionales profundas. Pero nada de eso parece asomar en el horizonte inmediato.

Francia, potencia nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad, epicentro del europeísmo, se encuentra gobernada por un poder que no gobierna. Y lo más preocupante: ya no escandaliza.

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