La historia económica de la Argentina parece condenada a reescribirse en bucles. Cada intento de estabilización, cada promesa de reforma estructural, tropieza con la misma piedra: la falta de tiempo político para consolidar una estrategia de largo plazo. El informe de coyuntura del IERAL, publicado en octubre, lo deja entrever con claridad: la transición entre la desinflación lograda vía ajuste fiscal y el inicio de un ciclo de crecimiento sostenible es el momento más complejo del programa económico, y ese momento es ahora.
La afirmación de Rudiger Dornbusch citada al comienzo del texto no podría ser más pertinente: “El aspecto más difícil de la estabilización es la transición hacia el crecimiento”. El gobierno ha logrado —con un costo social notable y un andamiaje institucional cada vez más frágil— enfriar los precios. Pero enfriar no es congelar el deterioro: las expectativas siguen volátiles, la demanda de pesos no se recupera, y los dólares que entran al sistema son cada vez más escasos. No hay magia posible: sin reservas, sin crédito externo y sin clima de negocios, la economía no puede sostenerse sólo con motosierra y licuadora.
En ese marco, el documento del IERAL es revelador en varios frentes. Primero, porque señala con precisión los límites del ajuste fiscal como única ancla de credibilidad. Segundo, porque pone sobre la mesa una opción que en el oficialismo libertario suena a herejía: la necesidad de asistencia externa —FMI y Tesoro de EE.UU.— como muleta para evitar un nuevo colapso del sistema de pagos. En sus palabras: “Requieren ‘muletas’ que, en el primer caso, puedan ser proporcionadas por algún tipo de garantía (…) para alejar el riesgo de default de los bonos soberanos”.
En este punto, el informe no se anda con eufemismos. El riesgo país no bajará por inercia ni por fe doctrinaria, sino por hechos concretos: menores vencimientos, mayor acumulación de reservas y una mejora real en la percepción de gobernabilidad. El FMI, por su parte, parece tenerlo claro: para que la deuda argentina sea sustentable, el riesgo país debería caer a 500 puntos en 2026 y a 450 en 2027, algo que luce lejano con un mercado sin señales claras y con reformas que apenas asoman en el horizonte.
A la escasez de dólares y la fragilidad del frente externo se le suma un dato inquietante sobre la dolarización informal de la economía argentina. Según el informe, la formación de activos externos de personas físicas ya roza el 6,8% del PIB, mientras que la inversión extranjera directa sigue siendo una promesa incumplida. No es casual: sin reglas claras, sin estabilidad tributaria ni seguridad jurídica, la Argentina sigue siendo un país del cual fugarse, no uno al cual apostar.
Y aquí aparece otro concepto clave del informe: la economía bimonetaria necesita institucionalización, no represión. “Una economía bimonetaria con tipo de cambio flexible permite distribuir de un modo menos disruptivo los impactos de ciclos (…) La clave es que existan opciones de activos externos diversificados”, dice el texto. Es decir, la solución no es perseguir al que dolariza, sino crear mecanismos para que esa dolarización temporal vuelva al sistema financiero y no al colchón. Una agenda de instrumentos financieros, confianza macroeconómica y disciplina monetaria.
Pero el mayor desafío no es financiero, sino político. El informe apunta, con pragmatismo, a la necesidad de un acuerdo con sectores de la oposición para poder motorizar reformas de fondo. Y plantea una posibilidad concreta: mientras que en el Senado puede haber dificultades, en la Cámara de Diputados existe una mayoría potencial favorable a un rumbo productivista y reformista, particularmente en provincias donde el empleo privado tiene peso específico. Es el germen de un acuerdo “programático” que evite repetir el error del kirchnerismo en 2011: volver al cepo como estrategia estructural es, según el IERAL, condenar al país a una nueva década perdida.
En paralelo, se enumeran las reformas imprescindibles: actualización tributaria, modernización laboral, mejora de la calidad del gasto público, inserción inteligente en las cadenas de valor globales y apoyo a sectores estratégicos como el agro, los hidrocarburos, la energía nuclear, la minería, la salud, el turismo y la economía del conocimiento. Ninguna de ellas se resuelve con slogans ni con batallas en redes sociales.
El informe también retrata el riesgo inminente de una crisis bancaria si la salida de plazos fijos se acelera: “Un eventual retiro de plazos fijos repercutiría en venta de títulos públicos por parte de las entidades, complicando el roll over de la deuda doméstica”. Hasta ahora, los depósitos privados en dólares se mantienen en niveles altos (33.800 millones), pero esa confianza puede evaporarse en días si no se estabilizan las expectativas cambiarias y políticas.
Y es aquí donde el informe marca una paradoja inquietante. El gobierno logró un récord de liquidación del agro en septiembre (7.100 millones de dólares) gracias a la eliminación de retenciones. Pero el resultado fue magro para el Tesoro, que sólo captó el 38% de ese flujo. Peor aún, la medida generó un “efecto manta corta”: lo que se ganó en septiembre se perderá en octubre-diciembre, cuando las liquidaciones caerán a un promedio mensual de entre 700 y 800 millones. Una vez más, la urgencia política devora la estrategia económica.
En definitiva, la economía argentina transita un momento bisagra. Si el gobierno consigue el respaldo del Tesoro de EE.UU. y el FMI para sostener el frente externo, y si se alinea con sectores de la oposición para impulsar reformas estructurales, el escenario puede estabilizarse. Pero si sigue apelando a medidas transitorias, ajustes inconsistentes y mensajes contradictorios, la transición puede derivar en un nuevo punto de quiebre.
Como bien resume el texto del IERAL: “No volver atrás es la única vía razonable para que el riesgo país pueda retomar un ciclo descendente”. Pero no volver atrás no significa avanzar a ciegas. Significa construir, con paciencia y legitimidad, una arquitectura económica y política que permita dejar de vivir de crisis en crisis. Porque si algo ha quedado claro en estos años es que la inflación puede bajar en pocos meses, pero el desarrollo se construye en décadas.












