lunes, 8 de diciembre de 2025

Mussolini: Hijo del siglo, o cómo el fascismo sigue hablándonos

La nueva serie de Joe Wright, protagonizada por Luca Marinelli y que estrenará MUBI el próximo 10 de septiembre, propone un retrato inquietante y teatral del ascenso de Benito Mussolini. Lejos de la lección de historia, interpela al presente con una advertencia: el autoritarismo no irrumpe, se infiltra.

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La miniserie Mussolini: Hijo del siglo, dirigida por Joe Wright y basada en la novela de Antonio Scurati, recorre los años formativos del fascismo italiano, entre 1919 y 1925. En ese intervalo, Benito Mussolini pasa de agitador socialista a jefe indiscutido de una nación sometida. Pero más allá de la fidelidad cronológica, lo que propone la serie —disponible desde septiembre en MUBI— es una atmósfera: el clima enrarecido en que una democracia empieza a ceder ante el vértigo de la obediencia.

La actuación de Luca Marinelli, distante del registro paródico, construye un Duce que seduce tanto como inquieta. La serie evita demonizarlo: lo presenta como un sujeto real, volátil, dominado por una mezcla de ambición, resentimiento y capacidad teatral. Y es justamente esa teatralidad el eje formal del relato. En varias escenas, Mussolini rompe la cuarta pared y se dirige al espectador. Lo interpela. Lo seduce. Lo desafía. En ese juego, la serie no representa el pasado: lo revive.

Joe Wright, conocido por trabajos como Darkest Hour y Atonement, recurre aquí a un dispositivo estético más audaz. La música electrónica de Tom Rowlands (Chemical Brothers) marca una tensión constante, mientras que la puesta visual coquetea con el expresionismo. No hay reconstrucción museística del siglo XX. Hay una estilización que desnaturaliza. Porque, como advirtió The Guardian, se trata de “un retrato hipnótico y perturbador de un monstruo patético”.

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La recepción en Europa ha sido intensa y, como suele ocurrir con el pasado incómodo, dividida. Mientras festivales como Séries Mania y el Nastri d’Argento la premiaron como una de las grandes producciones del año, algunos historiadores italianos criticaron su uso laxo del dato documental. La tensión no es nueva: toda ficción histórica se debate entre el rigor y la alegoría. Pero en este caso, lo que está en juego no es solo el pasado de Italia, sino el presente del mundo.

Porque Mussolini: Hijo del siglo no es una serie sobre Mussolini. Es una serie sobre cómo nace un líder autoritario. Cómo una sociedad puede entregarse, gradualmente, a alguien que promete orden frente al caos. Cómo el lenguaje, la prensa, el miedo y la estética pueden conjurarse para transformar un Estado liberal en un experimento totalitario. La advertencia es clara: el fascismo no es un archivo, sino una posibilidad.

El mérito de la serie no reside en ilustrar. Reside en incomodar. En mostrar que las palabras de Mussolini resuenan todavía, no porque las repitamos, sino porque sus lógicas subsisten. En el culto a la fuerza, en el desprecio por las instituciones, en la exaltación del líder como cuerpo de la nación. En tiempos donde el autoritarismo vuelve a vestirse con ropajes democráticos, Mussolini: Hijo del siglo funciona como un espejo que nadie quiere mirar demasiado tiempo.

En esa incomodidad, precisamente, reside su valor.

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