Los analistas más ponderados dicen que hay mucho de leyenda en este
tipo de afirmaciones. Críticos constantes y admiradores entusiastas coinciden
en que es una gigantesca maquinaria de producción física y también
infatigable constructora de poder. Desde esta perspectiva Techint siempre trata
de influir sobre los poderes públicos y sobre la opinión pública.
Jamás ha estado mal con un gobierno. Pudo tener más o menor inserción,
pero nunca ha practicado el aislamiento.
Gracias a Techint, advierten algunos industriales, el país tiene una
clara y bien pensada estrategia de desarrollo industrial. Para otros, especialmente
los del sector automotriz, merced al proteccionismo que siempre impulsó
el grupo de los Rocca, hay que pagar caro el acero en la Argentina.
Los que han sido –a lo largo de los años– interlocutores
de sus directivos sostienen que nunca plantean un tema pedestre o de corto plazo.
Para la izquierda, el deporte favorito de la Organización es imponer
a los sucesivos ministros de Economía, desde Krieger Vasena hasta Roberto
Lavagna. Lo que a todas luces parece una desmesura, aunque sin duda la gestión
de ambos ministros satisfizo y convino a los intereses del grupo.
Para confirmar aquello de que “nadie es profeta en su tierra”, el
grupo no ha tenido demasiado éxito en el gremialismo empresarial. Especialmente
en la Unión Industrial, un organismo de base federal, donde las disparidades
de tamaño y geografía se traducen en intereses pocas veces convergentes.
En todo caso, Techint siempre mantuvo un discreto think tank que ha monitoreado
lo que ocurre y lo que se dice sobre temas económicos y políticos
y propone visiones articuladas acordes con la estrategia del grupo.
En su momento se empeñó en mantener y defender el IDI, el Instituto
de Desarrollo Industrial dentro de la UIA –con pocas simpatías
entre los demás industriales–. Fue durante el gobierno de Carlos
Menem y tuvieron el coraje de poner a su frente a José Luis Machinea
–y a su equipo–, quien después se convertiría en el
ministro de Economía de la Alianza.
En la primera mitad de la década pasada, Techint abrazó entusiasta
la ola privatizadora –según sus detractores se había terminado
“la patria contratista”– participando en distintos sectores.
Para la segunda mitad del decenio pasaron cosas importantes: se desprendió
–con ganancias– de esas participaciones; comenzó a liderar
activamente el grupo de opinión industrial que señalaba los riesgos
de la convertibilidad –“clamaban por la devaluación”
sostienen algunos actores de esa época–, y acentuaba su internacionalización.
Se definió en esa época su presencia en Venezuela, Italia y otros
mercados.
Durante la primer década del siglo fue el tiempo de llegar a Wall Street.
Primero fue Tenaris y más tarde Ternium. Ambas empresas cotizan en el
principal mercado bursátil del mundo.
Lo cierto es, más allá de luces y sombras, que a través
de Techint, la Argentina logró exportar un modelo de organización
y gestión empresarial, con un conglomerado que es una verdadera multinacional
originada en el país.
Roberto Rocca
Paolo Rocca
Cinco grandes áreas de negocios
En 61 años de actividad, las compañías del grupo han operado
y adquirido una vasta cantidad de experiencia en cinco áreas complementarias
de negocios:
a)- acero;
b)- infraestructura;
c)- energía;
d)- plantas industriales;
e)- servicios públicos.
La producción y fabricación integrada de acero es la actividad
central del Grupo Techint y representa la mayor parte de sus ingresos. Con unidades
de producción ubicadas en la Argentina, Brasil, Canadá, Italia,
Japón, México, Rumania y Venezuela, Tenaris es líder en
fabricación global de productos de tubos de acero y proveedor de servicios
de manejo, almacenamiento y distribución de tuberías para las
industrias energética, mecánica, de petróleo y gas, y primer
proveedor de tubos de acero en la región sudamericana.
Agrupadas en Ternium, Siderar en la Argentina y Sidor en Venezuela son grandes
productoras de productos planos y largos de acero y ofrecen, a través
de sus instalaciones y centros de servicios, productos competitivos para mercados
nacionales y de exportación. Las instalaciones siderúrgicas combinadas
del grupo tienen una capacidad total de producción de más de 10,7
millones de productos de acero terminado por año.
Para una mayor integración de las capacidades del grupo en el negocio
siderúrgico, las compañías en Italia, Alemania, Estados
Unidos y recientemente China diseñan y proveen una variedad de equipos
y maquinarias de la más avanzada tecnología.
Infraestructura
Gracias a su vasta y dilatada actividad, las empresas Techint acreditan una
reconocida capacidad para diseñar e implementar grandes proyectos de
infraestructura, aun en los terrenos más difíciles y de acuerdo
con los exigentes requerimientos ambientales de la actualidad. Como principales
contratistas de tuberías para petróleo crudo y gas natural, esta
unidad de Techint ha instalado más de 70.000 kilómetros de tuberías
en todo el mundo, inclusive 16 tendidas en la Cordillera de los Andes, llegando
a altitudes de 5.000 metros sobre el nivel del mar.
Las empresas del grupo también son activas en una serie de otros campos
de infraestructura como plantas para el tratamiento de aguas y efluentes, tuberías
para agua y minerales, redes de telecomunicaciones, líneas de transmisión
de energía, sistemas de automatización e informática, ferrocarriles,
caminos y autopistas, terminales marinas, puentes, diques y aeropuertos. Las
empresas desarrollan diferentes áreas de negocios y know how
para satisfacer necesidades específicas en los países donde operan,
mientras simultáneamente comparten su experiencia en todo el grupo.
Plantas industriales
A lo largo de los años, las empresas Techint han desarrollado una amplia
experiencia y destreza en el campo de plantas e instalaciones industriales,
donde son capaces de proporcionar servicios de contratación, construcción
e ingeniería para una amplia selección de sectores industriales.
Ellos incluyen plantas siderúrgicas, químicas y petroquímicas,
energéticas y de producción para la industria eléctrica.
Esas capacidades son integradas y fortalecidas por la producción de maquinaria
industrial especializada.
Empresas en Brasil, China, Italia, Alemania y Estados Unidos proporcionan maquinaria
y equipamiento innovador para plantas siderúrgicas, hornos de precalentamiento
y recalentamiento; rollos moledores para acero, aluminio e industria del papel;
sistemas y equipamientos para manejo de materiales; maquinaria especializada
para la industria plástica y de latex; líneas de procesamiento
para acero y aluminio; y maquinaria para producir lana de vidrio y otros productos
aislantes.
En el campo energético
Con Tecpetrol el Grupo Techint se involucra en el desarrollo, operación
y exploración de yacimientos de petróleo y gas en la Argentina,
Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela. A través de Tecgas, Techint
actúa en la operación de empresas de transmisión de gas,
entre ellas TGN, la compañía de Transporte de Gas del Norte en
la Argentina, y TPG, la compañía de viaductos Camisea en Perú,
además de otros desarrollos energéticos en el Cono Sur.
Servicios y tubos para la industria del petróleo y gas son suministrados
por Tenaris, líder mundial en producción de tubos sin costura,
y también principal proveedor de caños soldados para oleoductos
y gasoductos en Sudamérica.
Las empresas Techint son constructoras de primera línea de oleoductos
y gasoductos en todo el mundo.
También poseen una fuerte tradición de servicios de ingeniería
y contratación para la industria energética. Su expertise
incluye el diseño y ensamblado de plantas energéticas, de instalaciones
para el manejo a granel de combustibles, además de construir las líneas
de alto voltaje y subestaciones.
Dalmine Energie fue una de las primeras compañías proveedoras
de energía y en entrar, con la liberalización, a los mercados
italianos de gas natural y electricidad.
Servicios
En Italia, Techint es activa en salud a través de TecHosp y el Grupo
Humanitas.
TecHosp promociona, implementa y maneja iniciativas sanitarias. El Grupo Humanitas
incluye un muy bien equipado Instituto Clinico Humanitas (ICH) , hospital cercano
a Milán, construido por Techint, y prestigiosos hospitales privados en
Bergamo, Turín y Catania. La provisión de salud en estas estructuras
está basada en el modelo de gestión, económicamente exitoso,
sostenido por un alto nivel de información integrada. A través
de redes y compañías de ingeniería en sistemas, el Grupo
Techint es activo en el sector telecomunicaciones, tanto en Italia como en la
Argentina, donde la experiencia también incluye el manejo de servicios
de telecomunicaciones. Compañías especializadas también
aportan servicio de facturación e información geográfica.
M
Comienzos heroicos y continua expansión El nombre original era “Compagnia Tecnica Internazionale”. |
La gravitación del grupo
La tan mentada influencia
Hacía muy poco que Néstor Kirchner estrenaba la banda presidencial.
No había revalidado aún los vozos y la línea de poder heredados
del interinato de Eduardo Duhalde. El 24 de noviembre de 2003, dos de los grupos
económicos más influyentes del país, como Techint y Repsol,
concurrían a la Casa Rosada a fotografiarse con el primer mandatario.
Por Rubén Chorny
Era el marco para la presentación del proyecto con el que prácticamente
el gobierno estrenaría su gestión: el gasoducto nordeste.
Kirchner dijo entonces: “Señores: nosotros convocamos al capital
nacional, convocamos también a las inversiones que quieran venir a la
Argentina a hacer crecer este país, con todas las posibilidades que les
brinda, pero que todos entiendan que queremos hacer un país con sustentabilidad
interna y con integración externa”.
Minutos antes habían mantenido una reunión a solas con Paolo Rocca,
heredero del imperio industrial imaginado desde Milán 61 años
antes por el abuelo Agostino.
El empresario coincidió: “Esperamos que este proyecto integrador
contribuya a catalizar otras inversiones internas y externas, atraídas
por un contexto favorable, por un gobierno que tiene un rumbo definido y políticas
adecuadas, por un país que crece y ofrece ventajas competitivas sostenibles”.
Desde la cabecera, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, asentía
orondo: se estaba consumando la comunión entre el grupo que había
sido uno de sus principales clientes en la consultora Ecolatina y el gobierno
que él integraba en una inédita línea de continuidad respecto
de la administración anterior.
El párrafo atribuido por el periodista Carlos Liascovich a Luis Verdi,
comunicador de Eduardo Duhalde, en el libro “Lavagna, la biografía”,
editorial Planeta, 328 páginas, sugiere las ligazones: “Yo, el
día anterior había hablado con vos (le dice Verdi a Duhalde según
la entrevista) sin saber que estabas buscándolo a Lavagna, y esa misma
sugerencia me llega a mí de Luis Betnaza y de Héctor Massuh, de
la Unión Industrial… Y yo después te llamé por teléfono
y te dije que no había contraindicaciones”. Betnaza, vicepresidente
de la UIA y titular de la Fundación, es el encargado de las relaciones
gubernamentales de Techint.
La carpeta del gasoducto entregada por Lavagna marcó un antes y un después
en las relaciones de Techint con el poder, signadas por la decisiva participación
que había tenido uno de sus aliados, Ignacio de Mendiguren, en el réquiem
a la convertibilidad. La etapa que asomaba desplazaría el eje hacia la
exportación, la normalización de la banca y el superávit
fiscal que garantizaría el repago de la deuda con los organismos internacionales
y los reprogramados. Se inspiraba en un plan entregado a los candidatos presidenciales
en el ’99, elaborado por dos operadores externos de la Organización,
Carlos Tramutola y Javier Tizado.
Tres años después de la gran devaluación y del clamor “que
se vayan todos” disparado de la clase media hacia arriba, el proyecto
del gasoducto presentado por Rocca en persona hacía su entrada en el
radio de acción de un entonces enigmático ministro de Planificación,
Julio de Vido.
En el otro hemisferio
Mientras Lavagna timoneaba como podía las amenazas presidenciales ante
el establishment financiero internacional, del lado boreal del Ecuador,
otro “amigo de la casa”, el entonces secretario de Relaciones Económicas
Internacionales dependiente de la Cancillería, Martín Redrado,
lidiaba con las autoridades de la administración de George Bush para
formar una comisión mixta que estudiara levantar las restricciones a
la importación de productos siderúrgicos. Techint había
comprado la mexicana Hylsamex, con cinco centros de servicio en Estados Unidos,
destino que absorbe 20% de sus ventas junto con Canadá. La gran apuesta
era el ALCA. Y si Kirchner pateaba el tablero, como muchas veces amagara, las
puertas podrían cerrársele al complejo siderúrgico. Así,
se hizo transnacional: Tenaris estableció su sede en Luxemburgo, desde
donde una nueva sociedad, Ternium, monitorearía las principales plantas
productoras: Siderca y Siat (la Argentina), Siudor (en Venezuela), Confab (Brasil),
Tamsa (México), Algoma (Canadá), Dalmine (Italia), Silcotub (Rumania)
y la japonesa NKK a riesgo compartido desde 1999.
Paolo Rocca alternaba Buenos Aires, Luxemburgo y Milán, que es donde
reside la mayor parte de la familia accionista.
Desde que la carpeta del único proyecto de Techint dentro del país
se transfiriera a la órbita de Planificación Federal, a Lavagna
no le quedó más sustento político dentro del gobierno que
el afán de Kirchner por obtener un rotundo triunfo en las legislativas
de octubre de 2005.
Pero De Vido tuvo, al menos, dos intervenciones decisivas que compensaron al
grupo:
1) Durante la última Cumbre de las Américas, en Mar del Plata,
apeló a su contacto directo con Hugo Chávez y armó para
Rocca y Daniel Novegil de Ternium una reunión, en la que participó
también el canciller Alí Rodríguez. El primer mandatario
venezolano había amenazado con expropiar Sidor, la empresa de Techint.
Había US$ 250 millones en disputa y se partió la diferencia.
2) Al facilitar el ingreso directo del grupo en el contrato de Yacyretá
a través de Impregillo.
Relaciones exteriores
Las relaciones diplomáticas con el establishment del Norte siempre
estuvieron aceitadas. Desde que el abuelo Agostino viajara a Nueva York, en
1945, para entrar con su know how siderúrgico y la ingeniería
en los planes de reconstrucción de los países devastados por la
guerra. El apellido Einaudi pesaba en la mesa del Plan Marshall.
Después de ser presidente de Italia, Luigi fue embajador ante la OEA
y trabajó en el llamado Diálogo Interamericano. Medió en
representación de Estados Unidos en el conflicto entre Perú y
Ecuador. Es hermano de Sergio, la cara institucional más fuerte del grupo
en la Argentina. Otro Einaudi, Mario, había formado parte del equipo
fundador de Agostino en 1946.
Las puertas del despacho del canciller de Perón, Juan Bramuglia, se abrieron
de par en par luego que Torcuato Di Tella padre, el hacedor de Siam, regresara
de Turín adonde había ido a interesar a Agostino para fabricar
tubos sin costura en la Argentina. También Fiat con Pirelli empujaron,
localmente, el proyecto de trasplantar Dalmine a la localidad bonaerense de
Campana. De este modo, Techint pasó de ser una sigla extraída
de los télex a lanzar en 1947 el gasoducto Comodoro Rivadavia-Buenos
Aires, de 1.800 km de longitud, inaugurado en 1949. Entre 1948 y 1950 construyó
2.000 km de líneas de alta tensión, 150 subestaciones y 1.000
km de red ferroviaria.
Esa incursión fundacional de su familia en la primera época peronista
fue la que refrescó Paolo en la Casa Rosada frente a Néstor Kirchner.
Pero, en realidad, el golpe de Estado que derrocara a Perón en 1955 marcó
un nuevo viraje en la política de negocios de Techint. Raúl Prebisch
había convencido a la “Revolución Libertadora” para
que la Argentina ingresara en el Fondo Monetario Internacional. Hacia Washington
partió Adalbert Krieger Vasena, un recordado ministro de Economía
“aperturista” del gobierno del general Juan Carlos Onganía.
Siempre se lo ligó a los intereses de Rocca y de una famosa ley referida
a los contratos públicos que sacó en 1967 se creó la simiente
de las privatizaciones.
Si algo habría para festejar de las conquistas obtenidas durante el paso
de Menem (y sobre todo de Domingo Cavallo) por la Casa Rosada fue la “pichincha”
de comprar Somisa y juntarla con Propulsora para liderar la siderurgia de planos
y no planos con la síntesis llamada Siderar.
En el medio habían alternado administraciones no tan amigas, por distintas
razones, como la de José Ber Gelbard y José Alfredo Martínez
de Hoz (aunque con él recibió los beneficios de YPF para Tecnopetrol),
con otras muy cercanas, como cuando Juan Sourrouille y José Luis Machinea
fueron convocados por Raúl Alfonsín para reencauzar la economía,
luego de la experiencia fallida de Bernardo Grinspun. En ese período
se incorporó el ajuste de las empresas públicas, usado luego como
piedra angular de las privatizaciones. Lavagna comulgaba con ese equipo de economistas
y fue funcionario del gobierno radical.
Ya por entonces Techint redoblaba la apuesta por Somisa. El 15 de setiembre
de 1985, “La Prensa” lo puso de relieve en un comentario sobre la
disertación de un conspicuo miembro del grupo, Arnaldo Musich (un frigerista
que presidía F.I.E.L. y el instituto CARI orientado a la política
exterior): “Con el plan Baker el sector privado será el protagonista
del desarrollo”.
Musich operaba con Einaudi en las relaciones internacionales, de resultas de
las cuales llegó Rockefeller al país y compartió un almuerzo
con Roberto Rocca en el departamento del edificio Cavanagh. Había ido
el extinto hijo Agostino, junto con Rudenstine y señora, presidenta de
una de las tres fundaciones más importantes de los Estados Unidos: Andrew
Mellon. Se hizo trascender que Rockefeller, entre salmón y ensaladas,
ponderó durante la comida lo bien que le había caído Carlos
Menem. M
El pensamiento inspirador
El Príncipe Mercante
En el invierno de 1899, un grupo de empresarios italianos, radicados en Latinoamérica,
exhibió sus logros en la Mostra degli italiani all’estero, que
fue parte de la Exposición Nacional Italiana de Turín. Luigi Einaudi,
destinado a ser Presidente de la República Italiana (1948-1955) tenía
entonces 25 años y acopió cuanto documento presentaron los expositores.
Por Daniel Alciro
Le impresionó una “magnífica carpeta” del “grupo
ítalo-argentino”: folios ilustrados con fotografías de laboratorios,
fábricas, campos y viñas, obra de italianos que, a fuerza de trabajo
y coraje, habían pasado de humildes jornaleros a hombres de considerable
posición económica”.
Pero nada le interesó más que un manuscrito del comerciante lombardo
Enrico Dell’Aqua.
Fue en honor de aquel hombre que, en febrero de 1899, escribió el libro
Un Principe Mercante.
Conviene evocar aquél libro, publicado en Turín en 1900, y del
cual Techint hizo imprimir, en 1995, mil facsímiles en Venecia.
El libro es importante porque:
1)- Muestra cómo, a principios del siglo 20, ya estaban dados los factores
que inspiraron la fundación de Techint en 1945: la magnitud del mercado
italiano externo, y de la comunidad de negocios establecida en países
con gran inmigración italiana; en particular la Argentina.
2)- Einaudi tuvo gran influencia en el pensamiento de Agostino Rocca.
Dell’Aqua había abierto una textil algodonera en su pueblo, y en
1885 concibió un proyecto que parecía temerario: exportar productos
de aquella fábrica recién nacida y carente, aún, de la
protección arancelaria que la industria italiana gozaría a partir
de 1887.
Confiado en superar a Italia y Alemania en calidad, entendió que necesitaba,
también, una ventaja cuantitativa. Para conseguirla, decidió seguir
la corriente inmigratoria de su país; esto es, venir a la búsqueda
de los italianos radicados en América, y de aquellos que seguirían
llegando.
Según el censo de 1895, la Argentina tenía 3.954.911 habitantes,
de los cuales 496.059 eran oriundos de Italia.
La comunidad italiana era mucho mayor: estaba formada por las familias que formaban
los inmigrantes. Aun sin contar con esa extensión, las cifras del censo
eran disputables. En los 38 años previos habían ingresado por
aduana casi un millón de inmigrantes italianos; exactamente 934.095.
Había que descontar los muertos (entre ellos, unos 9.000 que fueron víctimas
de la fiebre amarilla) y los que podían haber abandonado el país,
pero quienes seguían llegando superaban cualquier pérdida. En
1895 entraron 41.203 italianos; y en 1896, 75.204.
Aquí prosperaron, y en algunos casos se hicieron:
• Marinos fluviales y portuarios. Un caso notable fue
el del dálmata Nicola Mihanovich, de Dubrovnik, “la perla del Adriático”.
Aunque su ciudad pertenecía al Imperio Austro-Húngaro, Mihanovich
–fundador de la gran empresa naviera– hablaba en italiano y se sentía
parte de la comunidad ítalo-argentina.
• Agricultores. Algunos adquirieron grandes proyecciones,
como Carlos Nolasco, propietario de La Empresa Agrícola Pastoril. En
Mendoza y San Juan, los italianos ayudaron a desarrollar la industria vitivinícola.
Einaudi tenía en alta estima a “Antonio Tomba, el más grande
y famoso viticultor de América del Sur”.
• Industriales y metalúrgicos. Entre ellos, algunos
muy exitosos, como el fundidor Pietro Vasena, cuyos logros fueron eclipsados,
en la historia política de la Argentina, por la Semana Trágica
(1919; enfrentamientos de la policía con obreros de la fábrica,
que reclamaban mejoras sociales; la lucha se esparció a otros establecimientos
y dejó como saldo varios muertos).
• Artesanos y fabricantes. El censo de 1895 registró
que 275 de las 395 fábricas de Rosario (y 127 de las 164 que había
en La Plata) eran italianas.
• Obras públicas. Gian Battista Medici fue un
ingeniero muy importante, que intervino en la construcción de la ciudad
y el puerto de La Plata, aunque Einaudi exageraba al decir que había
hecho el trazado de la capital bonaerense. Arquitectos italianos, como Fernando
Tamburini y Vittorio Meano, fueron autores de obras monumentales: el Teatro
Colón y el Palacio del Congreso, que este año cumple un siglo.
Gian Buschiazzo fue el creador de la “españolísima”
Avenida de Mayo.
• Arquitectos y albañiles. Hasta el año
1880, en Buenos Aires nunca se habían construido más de 705 casas
al año. A partir de 1880, se duplicó tal cifra, y hacia fines
de siglo el promedio anual era 1.724 casas. Los italianos sobresalieron en esta
carrera por levantar palazzi, no sólo en Buenos Aires sino en Rosario,
La Plata y otras ciudades.
• Banqueros. El Banco de Italia e Rio de la Plata fue
establecido en 1872. El Nuovo Banco Italiano en 1885. En la Bolsa de Buenos
Aires, a fin de siglo, 1 de cada 4 socios era italiano.
El 12 de enero de 1887, Dell’Acqua abrió en la calle San Martín
una tienda con tejidos finos de Italia: E.D.F. (Enrico Dell’Aqua e
Fratello). Al año siguiente ya tenía una sucursal en San
Pablo, donde también existía una colonia italiana importante.
Era todavía un importador, que además de las telas traía
otros productos de su país; por ejemplo, Fernet Branca, del cual tenía
la licencia para el Brasil.
La crisis argentina de 1889, que derivaría en el default del año
siguiente, y enseguida la crisis brasileña de 1890, sumió a Dell’Aqua
en graves problemas financieros. Sus negocios estaban al borde de la quiebra.
Lejos de amedrentarse, viajó a Italia para conseguir socios y constituir
la Società per la esportazione di prodotti italiani nell’America
del Sud, con sede en Milán, y sucursales en Buenos Aires y San Pablo.
La nueva sociedad asumió el pasivo de E.D.F. y ofreció acciones
de la nueva sociedad italiana a los acreedores argentinos y brasileños;
esto, en cancelación de sus créditos. Dell’Acqua se sometió
al control de un Consejo de Vigilancia. Era una suerte de convocatoria privada;
un salvataggio.
Para que el mecanismo funcionara, era necesario que se pudiera remesar oro desde
la Argentina y Brasil a la central milanesa: una misión que se hizo muy
difícil por las restricciones que ambos países impusieron tras
la crisis de 1889-1890. Dell’Aqua ideó entonces una “serie
especial” de acciones llamada Carta dell’ Argentina y Carta
del Brasile: títulos privados que –para socios y acreedores
italianos– tenían valor oro, respaldados en el giro comercial de
las filiales sudamericanas. Luego, frente a la volatilidad del precio del oro,
Dell’Acqua también creó un “fondo de seguro de cambios”
y una “reserva cambiaria”.
El propósito de este “príncipe mercante” no era hacer
negocios financieros sino pasar la tormenta. Para él, lo importante era
retener estos mercados en cuyo potencial confiaba; y, en cuanto fuera posible,
comenzar la faz industrial.
Después de la crisis, tanto la Argentina como Brasil decidieron proteger
a las industrias instaladas en sus territorios. Se inició entonces la
etapa que Dell’Acqua había aguardado con paciencia.
En 1892 inauguró en San Pablo “la primera fábrica moderna
de tejidos en América del Sur”. Dos años después,
abrió una planta de 13.000 m2 en Buenos Aires.
La sociedad comenzó a repartir dividendos (10 a 15%) todos los años
y a engrosar sus reservas. Fue, según Einaudi, la storia triunfale de
Dell’Acqua. No una historia trascendente. Su empresa no lo sobrevivió.
Sin embargo, como solía recordar Roberto Rocca –hijo y sucesor
de Agostino, que lideró Techint hasta su muerte, en 2003– la experiencia
de aquél lombardo había servido, a Einaudi, de ocasión
para sentar una doctrina.
La historia del principe mercante muestra que el éxito empresario
requiere:
• Un programma.
• Un mercado seguro.
• Capitali.
• Uomini; hoy diríamos: recursos humanos. Y no indiscriminados.
Einaudi le da, en su libro, gran importancia al lavoro scelta; esto
es, la mano de obra calificada.
• Imaginación, entereza y perseverancia.
No porque sí, cuando Einaudi aún vivía, Techint realizó
la edición fascimilar de aquel libro escrito en 1899. M
Fascismo Alrededor de Techint circulan los mitos más diversos. |
(Agostino Rocca, 1966)
Lecciones de competitividad
“El plan siderúrgico de Italia, que convirtió a ese país
en uno de los principales productores mundiales de acero, fue en gran medida
inspirado por el ingeniero Agustín Rocca. Así lo reconoció
el gobierno italiano al otorgarle el título de Cavaliere del Lavoro,
con el que se premia a quienes prestan servicios de excepcional mérito
en el campo económico-industrial. Radicado desde 1946 en la Argentina,
cuya ciudadanía adoptó en 1948, el ingeniero Rocca preside la
empresa consultora Techint S.A. y el más importante y moderno centro
siderúrgico argentino en el sector privado: el complejo Dalmine Siderca,
con una producción de 220.000 toneladas de acero, además de tubos
y otros productos terminados e intermedios. La inagotable energía del
ingeniero Rocca se vuelca ahora sobre el importante proyecto de Propulsora S.A.
(empresa que también preside) para la instalación de una planta
siderúrgica totalmente integrada”.
De esta manera, el semanario Confirmado –que dirigía Jacobo Timerman–
presentó el 8 de septiembre de 1966 una entrevista exclusiva al viejo
Agostino Rocca.
Gran parte de la entrevista giró sobre aspectos coyunturales, que ya
no tienen vigencia. Por ejemplo, “el proyecto de Propulsora” se
hizo realidad y, más tarde, la empresa fue unida a Somisa –la ex
siderúrgica estatal, adjudicada en 1992 a Techint– para formar
Siderar: un gigante con siete plantas y una capacidad de producción de
2.700.000 toneladas de acero crudo.
Sin embargo, hay conceptos de aquella entrevista que siguen teniendo valor.
Por un lado, hay una nítida visión “industrialista”
y planificadora:
• “La Argentina está quedando seriamente rezagada como productora
y consumidora de acero y bienes terminados; urge llevar adelante los distintos
proyectos aprobados, para abastecer las necesidades de un país en expansión”.
• “Debe coordinarse los proyectos existentes para evitar la sobreproducción
en determinados renglones y los déficit en otros”.
Por otro lado, la entrevista muestra una noción de avanzada sobre la
competitividad.
En 1966, todavía había quienes sostenían que la Argentina
no disponía de “suficiente hierro” ni “suficiente carbón”
para fabricar acero a precios internacionales. Los postulantes de tal criterio,
orientado a las materias primas, afirmaban que la industria siderúrgica
debía estar cerca del mineral; y que necesitaba ser protegida de la industria
extranjera.
Rocca enseñaba que las siderúrgicas debían estar “cerca
de los centros de consumo” y que –como lo habían probado
Italia y Japón– se puede fabricar acero a precios internacionales,
aun careciendo de materias primas. A su juicio, “la siderurgia argentina
podrá competir en el mercado externo a condición de que se instalen
plantas modernas y eficientes y que se eliminen o reduzcan las cargas que pesan
sobre la industria privada”.
En el curso del reportaje dejó en claro que, aparte de la organización
y la tecnología de las empresas, un factor era clave a fin de asegurar
la competitividad: el tipo de cambio efectivo.
En un momento de la entrevista desarrolló así su idea, utilizando
un ejemplo de la época:
“Las industrias argentinas, siderúrgicas y de otro tipo, que disponen
de equipos modernos y eficientes, podrían producir a costos internacionales
y exportar sin necesitar subsidios. Hoy la situación no es esa, y nuestros
costos son elevados, sensiblemente más elevados que los internacionales.
Pero esto se debe a razones de carácter general, en primer término
a la inestabilidad monetaria y económica, no a la ineficiencia de las
empresas. Citaré un ejemplo: en 1957, Dalmine Siderca exportó
tubos a varios países, entre ellos Turquía, sin subsidios, obteniendo
precios altamente remunerativos; hoy, a pesar del draw back y de la
devolución de impuestos, se exporta a precios que cubren apenas los costos
directos y una mínima cuota de gastos generales. ¿Por qué?
Por una razón muy sencilla: en 1957, el cambio promedio fue de 40 pesos
por dólar, y el índice del costo de vida, que corresponde con
buena aproximación al de los costos de producción, era de 28 (base,
1960=100); hoy, el dólar está en 215, es decir, 5,35 veces más
alto, y el costo de vida es 366, es decir, 13 veces más elevado. Consecuencia,
los costos han subido 13 veces y los ingresos sólo 5,35, lo que evidentemente
hace difíciles, sino imposibles, las exportaciones. Para restablecer
la situación, no solamente el cambio debería fijarse a un valor
más elevado, sino también eliminarse o reducirse gravámenes
a la importación para fomentar, a través de la competencia, una
mayor eficiencia de las empresas. Con todo esto, insisto en recordar que las
causas de los mayores costos están fuera del control de los empresarios,
ya que radican básicamente en la inestabilidad económica general”.
Cuarenta años después, el modelo de Rocca conserva validez.
En el mundo de la globalización –no vislumbrada en 1966–
una industria nacional carente de subsidios, sometida a la competencia extranjera,
necesita de la eficiencia propia; pero también de un alto tipo de cambio
efectivo.
El oxígeno de la exportación no lo provee el proteccionismo. Lo
suministran la estabilidad y una adecuada política cambiaria. M