Por Jorge Beinstein
“El Topol-M no es para bromas”, advertía recientemente Victor Litovkin, columnista de la agencia rusa de noticias RIA Novosti. Se refería a un arma de última generación (“SS-X-27 Topol M2” según la clasificación occidental) que los militares rusos están comenzando a introducir en su arsenal. De acuerdo a numerosos especialistas podría hacer frente con éxito a cualquiera de los sistemas de disuasión antimisil existentes en la actualidad.
Posee un alto nivel de resistencia a impactos destructivos incluidas las armas nucleares, decenas de motores y un avanzado sistema de control digital le permiten maniobrar tanto en el plano vertical como horizontal y de ese modo su trayectoria es prácticamente impredecible desde el momento de su lanzamiento. Puede llegar a una velocidad de crucero que supera entre cuatro y cinco veces la velocidad del sonido lo que reduce drásticamente su vulnerabilidad(1).
Según Livotkin es esta maravilla tecnológica la que tenía en mente Vladimir Putin cuando en una rueda de prensa realizada en enero de este año anunció que Rusia disponía de armas sin parangón en el mundo frente a las cuales da lo mismo que exista o no un sistema de defensa antimisil. En ese momento la prensa occidental tendió a no tomarlo en serio. Luego del ostracismo sufrido en la década pasada la industria militar rusa emerge ahora con fuerza, multiplica sus exportaciones, vende armas (legalmente) a unos 90 países (dos tercios de las mismas van a China e India). Hoy es el segundo vendedor mundial después de los Estados Unidos. En 2003 exportó armamentos por US$ 4.400 millones, en 2004 subió a US$ 4.700 millones, en 2005 a US$ 6.100 millones y según las estimaciones oficiales superaría en 2007 los US$ 7 mil millones(2). Este éxito comercial-militar se inscribe en los que numerosos analistas comienzan a denominar “el renacimiento de Rusia”. A lo largo de la década actual su PBI crece año tras año, su gobierno ya no solicita sumiso la ayuda financiera de Occidente; por el contrario sus reservas de oro y divisas se expanden velozmente, el rublo se consolida.
En política internacional Moscú ha comenzado a jugar de manera cada vez más independiente recuperando su influencia en varias ex repúblicas soviéticas de Asia Central como es el caso de Uzbekistan, el país más poblado de esa zona, cuyo déspota-Presidente Islam Karimov, acaba de abandonar su romance con Estados Unidos exigiéndoles desmantelar la base militar que tenían instalada en su territorio, para retornar al regazo de su hermana mayor rusa. El gobierno pro occidental de Ucrania, cuya instauración ponía en peligro a mediano plazo la integridad nacional de Rusia, ha sido reemplazado por otro pro ruso.
Este año, después de un prolongado distanciamiento, realizó maniobras militares conjuntas con China, mientras aumentan las relaciones económicas entre ambas potencias que codirigen ahora al Grupo de Shangai, proceso de integración de alcance eurasiático que puede llegar a cambiar de manera decisiva el sistema de poder global(3). Han quedado atrás las humillaciones de los años 90 cuando el Kremlin aceptó pasivamente la primera guerra del Golfo y apenas se quejó ante las sucesivas intervenciones de la OTAN en Yugoslavia que culminaron con la instalación de una súper base militar en Kosovo. Ahora Moscú desafía a Washington y anuda acuerdos energéticos con Irán a quien brinda asistencia militar e invita a integrarse al Grupo de Shangai.
Es evidente, Rusia está de regreso, los medios internacionales de comunicación van reemplazando sus envejecidos informes sobre la “decadencia rusa” por otros muy diferentes, algunos haciendo referencia al resurgimiento económico y político del ex gigante enfermo, otros a su posible belicosidad futura, a su poder de chantaje en el área energética, a la recuperación de porciones importantes de sus viejas áreas de influencia en Asia.
La implosión
Tres lustros atrás el panorama era muy distinto, la implosión de la Unión Soviética (1991) fue acompañada por un discurso oficial acerca de la instauración acelerada del capitalismo llevada adelante por los dirigentes del régimen que acababa de ser disuelto.
Sin embargo, en lugar de una nueva élite de empresarios emprendedores emergió una avalancha de redes mafiosas dedicadas a depredar el aparato productivo convirtiendo a la economía en un caos. En Rusia contra (casi) todas las predicciones occidentales las elecciones legislativas de 1995 y las presidenciales de 1996 mostraron a los comunistas como alternativa de gobierno aunque luego de varios años de presencia amenazante y pese a la crisis de 1998 y el desprestigio del gobierno de Yeltsin demostraron su incapacidad para recuperar el poder naufragando en una interminable sucesión de amagos y gestos teatrales. Todo aparecía como una coincidencia (decadente) de impotencias: la de Yeltsin y sus aliados para gobernar y la de Ziuganov (el líder del reconstruido Partido Comunista) para sacar del Kremlim al primero, ambos enmarañados en infinitas disputas internas.
La producción se reducía año tras año; las evaluaciones no son muy seguras debido al desorden y la corrupción del Estado pero según numerosos expertos entre 1991 y 1998 el PBI cayó más de 50% (ver el gráfico “El PBI ruso, de la declinación al renacimiento”), las inversiones productivas bajaron 90%, la esperanza de vida masculina pasó de 69 a 58 años, la tasa de natalidad cayó de 14% a 9%, la tasa de escolarización descendió 10%, 70% de la población pasó a vivir por debajo de la línea de pobreza(4).
En la base del desastre se encontraba el proceso de “desestatización” iniciado en 1992 (cuando Igor Gaidar asumió como primer ministro), cuyo objetivo era la privatización de unas 115 mil empresas a través de un operativo calificado por el periodista francés Henri Alleg como “el robo más grande de la historia”(5), que permitió su apropiación por parte de los miembros de la vieja Nomenclatura (directores de empresas, altos funcionarios del Partido, etc.) y sus amigos por sumas irrisorias. Muchas de esas firmas fueron llevadas al borde de la ruina o liquidadas a causa del pillaje desenfrenado del que fueron víctimas. Dicho proceso fue acompañado por el derrumbe de las estructuras de seguridad social, de los sistemas sanitarios y educativos. Varias decenas de millones de rusos se encontraron de la noche a la mañana sumergidos en la indigencia.
La desindustrialización se realizó a un ritmo mucho más acelerado que la industrialización de los años 30; el desastre fue superior tanto en términos absolutos como relativos al causado por la invasión nazi. Según las estimaciones publicadas por la OCDE el PBI de 1946 era 23% inferior al de 1939(6) mientras que, como vimos antes, descendió más de 50% entre 1991 y 1998.
En agosto de 1998 Alexey Leseyev, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, publicaba un artículo en el periódico Pravda Rossiyi de Moscú en el que comparaba la situación rusa de ese momento con los planes del alto mando nazi citando un documento firmado por el General SS Wetzel, responsable de la colonización de los llamados “territorios del Este”, en el que afirmaba: “Nuestro objetivo no es el de derrotar a un país cuya capital es Moscú. Al que tenemos que derrotar es al pueblo ruso desintegrándolo” y proponía diversas medidas prácticas. Leseyev señalaba que “ese plan trazado en 1942 es ahora más de cincuenta años después desarrollado por las actuales autoridades rusas. Incluso en muchos aspectos ha sido sobrepasado”(7).
El pasado soviético
Sin embargo, ese derrumbe no fue el resultado de una fulminante epidemia privatista sino la culminación de un largo proceso de decadencia productiva e institucional. Las tasas de crecimiento del PBI venían disminuyendo desde los años 1970 (ver el gráfico: “URSS, crecimiento del PBI real por habitante”), a medida que la economía se desaceleraba avanzaban las tendencias parasitarias en las élites dominantes que como señalaba K. S. Karol “no creían más en los valores de su propia sociedad y orientaban secretamente su mirada hacia los verdaderos ricos de Occidente”(8).
Formas muy extendidas de corrupción se hicieron visibles desde los años 1970, la importación legal o ilegal de bienes de lujo para la élite se expandió al mismo tiempo que lo hacían las compras al exterior de productos básicos para la supervivencia del conjunto de la población, la decadencia cultural consumista de los privilegiados avanzaba paralelamente a la ineficacia productiva. Por ejemplo, la URSS importaba cada vez más cereales que su sistema, capaz de sofisticadas proezas militares y espaciales, era incapaz de producir.
Ello ocurría en una sociedad altamente militarizada que venía de sufrir dos enormes impactos: la dictadura de Stalin y la invasión alemana. Bajo Stalin y sobre todo en los años 30 la URSS realizó importantes progresos productivos, entre 1928 y 1937 las cosechas de cereales pasaron de 73 a 96 millones de toneladas anuales, el stock de tractores de 2 millones a 50 millones, la producción de electricidad de 5 mil millones a 35 mil millones de Kwh y el PBI creció más de 80%(9). Pero esa expansión fue realizada por medio de un sistema despótico que encuadró de manera brutal a la población; la desestalinización posterior preservó las estructuras burocráticas de esa época bloqueando las posibilidades de recomposición cultural.
Por su parte la invasión alemana significó la muerte de 27 millones de soviéticos, en su mayoría rusos. En su informe ante el Comité Central del PCUS, N. Voznessenski, que había sido el responsable de la economía de guerra, consideraba que la invasión nazi había causado la pérdida casi total de la ganadería, la liquidación de unas 32.000 empresas industriales y de 65 mil kilómetros de vías férreas, 100.000 empresas agrícolas, la destrucción completa de 1.700 ciudades importantes y de 70.000 pequeñas ciudades, 25 millones de personas quedaron sin vivienda, etc.(10).
Según Fürtrantt-Kloep “las lesiones de la URSS eran de tal dimensión que los 45 años que le quedaron por delante (1946-1991) no alcanzaron para una plena reconstrucción, lo cual quiere decir que el 3 de diciembre de 1991 (liquidación de la URSS) fue un día de triunfo no sólo para Ronald Reagan sino también de manera póstuma para Adolf Hitler”(11).
Luego de la victoria se inició un duro proceso de recuperación condicionado por la guerra fría enfrentando a Estados Unidos cuyo PBI era en 1946 cuatro veces superior al suyo, lo que significó para la URSS un esfuerzo industrial-militar desmesurado. Según ciertas estimaciones, desde el inicio de la guerra fría hasta el derrumbe de la URSS, 70% de los recursos dedicados a la investigación científica estaban consagrados a fines bélicos, los gastos militares representaban cerca de 25% del PBI. Es difícil imaginar a un país empleando de ese modo sus recursos en tiempos de paz y durante un período tan prolongado sin sufrir graves deterioros estructurales. Visto desde el largo plazo a partir de la revolución (1917) hasta la implosión (1991) la Unión Soviética nunca dejó de ser una sociedad militarizada.
La declinación final del sistema, desde comienzos de los 80 hasta 1991 coincidió con la irrupción a escala mundial de la hipertrofia financiera que tuvo su era de gloria en los años 90. Cuando los dirigentes ex soviéticos se lanzaron a depredar su propia economía encontraron fácilmente vínculos con las redes de negocios de los especuladores globales. Pudieron así concretar una gran succión de riquezas que colocaron en Occidente. Se han realizado distintas evaluaciones de los fondos evadidos por los nuevos ricos rusos: entre 1990 y 1998 sumarían US$ 400 mil millones.
La era Yeltsin significó la emergencia de diversas élites exitosas (los rusos suelen llamarlas “oligarquías”), unas basadas en los negocios “bancarios” que en gran parte servían de escudo legal de actividades mafiosas, otras en el área agrícola integradas principalmente por funcionarios que “administraban” los créditos al sector, y otras en la exportación de gas y petróleo. En el sector de gas se destacó en ese momento la figura del Primer Ministro Viktor Chernomyrdin (Gazprom), en el petróleo aparecía dominante Vagit Alekperov, presidente de Lukoil, la más importante empresa extractora. Pero todos esos nuevos ricos que solían pasar velozmente de un negocio a otro, más allá de su inserción económica específica, asumían el aspecto de una “élite de saqueadores”, que cabalgaba sobre realidades efímeras, imprimía una muy alta velocidad a sus operaciones, solía emplear la violencia directa para resolver problemas de negocios. En buena medida se trataba de una versión deformada extrema, caricatural, del capitalista de Occidente a quien querían imitar.
La recuperación
Tal vez el nivel más alto del caos fue alcanzado hacia 1998 cuando estalló la crisis financiera. La incapacidad fiscal del Estado había generado una avalancha de deudas que sumada al desenfreno importador terminó por hacer colapsar el rublo. Yeltsin hizo un intento final para contener el derrumbe y nombró como Primer Ministro a Sergei Kiriyenko, un neoliberal ortodoxo que aceleró aún más la descomposición.
Fue en ese punto cuando comenzaron a manifestarse desde las estructuras del estado, principalmente su sistema de seguridad, las reacciones que terminaron por imponer un nuevo curso político. Primero tímidamente a través del encumbramiento como Primer Ministro de Yevguieni Primakov, fundador en 1991 del SVR, el servicio de inteligencia exterior heredero del célebre KGB: que intentó imponer algunos matices económicos proteccionistas y un cierto tinte “nacionalista” a la política exterior(12). Fue sobre todo lo primero y sus aspiraciones de suceder a Yeltsin de manera independiente lo que precipitó su destitución. Pero la nueva tendencia ya estaba en marcha, y aunque el yeltsinismo impuso como sucesor a quien aparecía como su hombre: Vladimir Putin, proveniente del corazón de la ex KGB, éste no tardó mucho en ponerse al frente de la restauración estatal.
La devaluación del rublo precipitada por la crisis generó de hecho un paraguas proteccionista a la industria, facilitando la recuperación de empresas y empleos y frenando la evasión de capitales al exterior y, más adelante, cuando se afirmó la corriente alcista del precio del petróleo, dispuso de fondos para reconstruir estructuras productivas y de seguridad de las Fuerzas Armadas.
El “renacimiento ruso” que marca la década actual puede ser explicado a través de la convergencia final de tres fenómenos que despegaron en distintos momentos.
En primer lugar, la reacción del núcleo duro del Estado contra el caos de la era Yeltsin durante la cual el complejo industrial-militar formó parte del bando de los “perdedores”. Dicho sector había sido durante más de seis décadas la espina dorsal de Rusia y del conjunto de la URSS, es decir del gigantesco aparato estatal, articulador social y fundamento último de todos los espacios geográficos bajo influencia o control directo o indirecto de la superpotencia.
Pero no se trata sólo de una “herencia soviética” sino de un proceso histórico mucho más largo que está en la base del origen de Rusia como país y de sus sucesivas expansiones imperiales (todas orquestadas “desde arriba” desde el poder despótico) comenzando por Iván el Terrible que se proclamó Zar (César) en 1547, siguiendo por Pedro el Grande (1672-1725) no menos brutal que Iván y que sentó las bases del Imperio Ruso moderno, sus fuerzas armadas, su gigantesca burocracia. Y llegando al siglo XX a Stalin (continuador del estilo autoritario de sus predecesores) que no sólo reconstruyó sobre nuevos fundamentos industriales ese viejo aparato sino que lo llevó luego de la Segunda Guerra Mundial a dominar un espacio eurasiático inmenso desde el Pacífico hasta el centro de Europa.
En realidad, la aspiración liberal a “desestatizar Rusia” por parte del yeltsinismo y sus amigos occidentales fue desde el punto de vista de la larga duración histórica una suerte de tentativa (fracasada) de “desrusificación”, de eliminación de su raíz cultural más profunda: pretendieron desestructurar en unos pocos años varios siglos de desarrollo del país más extendido del planeta. El resultado, por ahora, de esta curiosa mezcla de privatismo caótico de los 90 con resurrección estatal es una suerte de “burguesía de Estado” en un país donde, utilizando una expresión muy común en Moscú: “nadie se hace rico sino que es designado como tal”.
En Rusia es hoy posible pasar sin transición alguna de funcionario a millonario y de millonario a residente en alguna prisión, todo depende del juego cambiante de influencias e intrigas en torno del poder político. El caso Jodorovsky puede servir de ejemplo. En 1989 con sólo 26 años de edad Mijail Jorodorsky creó Menatel, uno de los primeros bancos privados de la ex URSS. En 1995 gracias a sus vínculos con el clan Yeltsin se apoderó de la empresa estatal Yukos, “privatizada” a la medida del joven comprador que en poco tiempo la convirtió en la primer empresa petrolera del país con más de 100 mil empleados. Hacia 2003 Jodorosvky era el hombre más rico de Rusia, su fortuna personal era valuada en ese momento en US$ 11 mil millones… pero entró en disputa con Vladimir Putin y en agosto de ese año fue llevado a prisión acusado de diversos delitos económicos. De inmediato renunció a la presidencia de la compañía pero su gesto sirvió de poco, la justicia congeló las cuentas bancarias de la empresa, la fiscalía del Estado le exigió US$ 10 mil millones de dólares en impuestos impagos, etc.
En diciembre de 2004 se ponía al descubierto una compleja operación por medio de la cual la petrolera estatal Rosneft adquiría Baikalfinancegroup, una empresa fantasma que poco antes había comprado en “subasta pública” a la firma Yuganskneftegaz, la joya del grupo Yukos (extraía 60% de su petróleo).
Petróleo y repliegue estadounidense
Un segundo factor del resurgimiento ruso ha sido el crecimiento sostenido del precio internacional del petróleo que representa cerca de 40% de las exportaciones totales. Desde el punto de vista fiscal su peso es enorme, constituye algo más de 50% de los ingresos del Presupuesto 2006. Gracias al comercio energético Rusia no sólo ha reducido su deuda sino que viene acumulado reservas de oro y divisas de manera exponencial: US$ 12 mil millones en 1999, 37 mil millones en 2002, casi 200 mil millones en 2005 y unos 370 mil millones a mediados de 2007, según el pronóstico de Alexei Kudrin, ministro de Finanzas(12).
Esta coyuntura favorable no ha hecho más que aumentar la dependencia de la economía rusa respecto de la producción petrolera cuyo futuro no es tan brillante. Las autoridades y principales empresarios del sector admiten que la extracción se encuentra en la cima. Su descenso es inevitable en un horizonte cercano, así lo advertía hacia fines de 2004 Yuri Shafranik, director de la Cámara de Productores de Gas y Petróleo de la Federación Rusa y antiguo ministro de energía: “La producción de petróleo casi ha llegado a su cenit de manera que las exportaciones se restringirán automáticamente de aquí a dos años” (13).
Pero aun cuando descienda gradualmente (no se espera una caída fuerte), el efecto negativo podría ser compensado por la tendencia de mediano-largo plazo a la suba del precio internacional impulsada por la cercanía del cenit global de la producción(14).
De todos modos, en los próximos años el gobierno ruso dispondrá de fondos cuantiosos lo que seguramente fortalecerá las tendencias intervencionistas cada día más visibles. Actualmente, en tanto segundo exportador mundial de crudo después de Arabia Saudita pero también como poderoso participante en otros mercados energéticos como el del gas y el carbón, Rusia dispone de un instrumento de primer orden para sus despliegues políticos y económicos globales especialmente en Eurasia.
A los dos factores endógenos descriptos (recomposición del Estado y auge energético) es necesario agregar un tercer elemento, exógeno, que se ha convertido en un aliado inesperado de la actual recuperación de Rusia en el plano internacional: las crecientes dificultades de Estados Unidos en Eurasia. Su empantanamiento militar en Irak y Afganistán, la derrota de Israel en Líbano (que frenó la ofensiva estadounidense sobre Siria e Irán), el retroceso de su influencia sobre las ex repúblicas soviéticas de Asia central unido a sus crecientes problemas financieros (deuda pública en aumento, persistencia de los déficit fiscal y comercial) han creado el terreno propicio para la ampliación y consolidación del Grupo de Shangai, la intensificación de los lazos económicos y militares de Rusia con China e Irán, el viraje pro ruso de Ucrania, etc.
Paradojas y contradicciones
El renacimiento ruso está atravesado por contradicciones y zonas borrosas que hacen difícil su diagnóstico.
A simple vista se trata de la emergencia de una petro economía copiando el modelo de otros países subdesarrollados que se han visto inundados por una avalancha de dólares, pero sus reservas aunque inmensas no se expandirán mucho más. En consecuencia esa producción milagrosa comenzará pronto a disminuir. La evaluación de las otras áreas energéticas, en especial la del gas, no mejora sustancialmente el panorama.
La recuperación industrial de los últimos años empieza a agotarse porque los dos factores que la estimularon han ido perdiendo peso: la brecha de costos producida por la devaluación del rublo de fines de los años 90 y la utilización de capacidad productiva ociosa (gracias a la hiper recesión de la década pasada).
El Estado despótico parece renacer pero no se trata del retorno a los tiempos de Stalin porque su recomposición no se funda en el aislamiento político internacional sino por el contrario en la rápida internacionalización de su base económica (exportaciones de productos energéticos, armas, etc.) lo que genera contradicciones culturales significativas entre la recuperación de tradiciones imperiales y nacionalistas (como lo viene haciendo Putin en los últimos tiempos) y el carácter globalizante de sus áreas productivas líderes.
Además el renacimiento estatista está curiosamente asociado a los vaivenes de redes privadas, mafiosas, cuyo peso es enorme conformando innumerables zonas grises muy inestables donde es sumamente difícil diferenciar lo público de lo privado.
En fin, la decadencia social, que tiene varias décadas de desarrollo (acelerada en los 90) continúa su marcha. Prueba de ello es el agudo proceso de declinación demográfica que se combina con el deterioro de la cultura industrial, de los sistemas educativo, sanitario y la persistencia de un enorme espacio de pobreza e indigencia.
El redespliegue imperial también puede ser visto como aprovechamiento efímero del repliegue estadounidense en Eurasia.
Como vemos cada expresión de renacimiento esconde señales negativas, en un pronóstico riguroso sobre el tema seguramente abundarán las notas a pie de página llamando a la prudencia. M
1) ”Tecnología militar de punta. Estados Unidos se equivoca, el misil Topol no es para bromas”. Ria Novosti, 23 de marzo de 2006.
2) Ibid.
3) Jorge Beinstein, “El súper gigante inesperado”, Mercado, Agosto 2006.
4) Serge Marti, “L’imbroglio ruse”, Le Monde, 8 septembre 1988.
5) Henri Alleg, “Le grand bond en arrière”, Les temps des cerises, París, 1997.
6) Angus Maddison, “La economía mundial, 1820-1992. Análisis y estadísticas”, Perspectivas OCDE, París, 1997.
7) “Pravda Rossiyi”. Moscú, 12 de agosto de 1998.
8) K.S. Karol. “La Russie otage d’ un capitalisme mafieux”, Le Monde Diplomatique, Août 1998.
9) Sabine Dullin, “Histoire de l’URSS”, La Découverte, París, 1994.
10) Ibid.
11) Ernst Furntratt-Kloep, El derrumbe del socialismo realmente existente, Ediciones Tribuna Latinoamericana, Buenos Aires, marzo 1999.
12) Agencia RIA Novosti, 22-09-2006 “Hacia finales de 2007 las reservas de oro y divisas de Rusia habrán alcanzado 369 mil 600 millones de dólares, pronostica el ministro de finanzas Alexei Kudrin”.
13) AgenciA RIA Novosti, 12-11-2004, “La producción de petroleo ruso podría decrecer”.
14) Jorge Beinstein, “¿Hacia una crisis energética global?”, Mercado, septiembre 2005.