La mentira candente: el cine que nos habita

Hay obras que no se ven: se recuerdan. Hay funciones en las que el espectador no se sienta frente a un escenario, sino frente a su propia vida, convocado no como testigo sino como protagonista. Eso ocurre con La mentira candente, el espectáculo que Ana María Bovo dirige, escribe y protagoniza en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación. Estrenada el 15 de agosto de 2025, la pieza sucede cada viernes como un ritual laico de evocación colectiva.

La escena es sobria: una actriz, una luz, una historia. Pero lo que se enciende en ese espacio despojado es una maquinaria compleja: la de la memoria afectiva. Bovo no actúa personajes; cuenta fragmentos de películas que han quedado grabadas en la conciencia emocional de generaciones. Habla de Leonardo Favio, de Wim Wenders, de esos planos que no solo vimos sino que fuimos. Y al hacerlo, no nos ofrece un texto: nos devuelve una experiencia.

Lejos de la nostalgia, La mentira candente se sitúa en un lugar menos cómodo: el de la verdad subjetiva. Esa que se activa cuando una escena olvidada reaparece en la voz de alguien más. Esa que, como una cicatriz, demuestra que algo nos atravesó. El espectador escucha, pero no pasivamente. Escucha como quien recuerda. Escucha como quien se reencuentra con una parte suya que creía perdida.

El dispositivo escénico evita la espectacularidad. No hay efectos, no hay trucos. Hay relato. Y hay cuerpo. Ana María Bovo no necesita representar para conmover: le basta con decir. Su presencia, contenida y precisa, funciona como puente entre dos lenguajes: el del cine y el del teatro. Y en ese cruce —inusual pero necesario— aparece algo más profundo: el lenguaje de la memoria.

El Centro Cultural de la Cooperación es el escenario natural de esta propuesta. Fundado en 2002 como un espacio de pensamiento crítico, su programación combina arte, política e investigación. La mentira candente no es solo una obra dentro de su cartelera; es una síntesis de su proyecto cultural: el arte como lugar de pensamiento, como pregunta sin apuro, como diálogo sin respuestas inmediatas.

La recepción del público confirma que este es un espectáculo raro en el paisaje actual. Las reseñas en redes sociales no hablan de “entretenimiento” ni de “diversión”. Hablan de emoción, de gratitud, de reconocimiento. Algunos espectadores escriben como si hubieran sido invitados a una ceremonia íntima. Otros dicen que la función los hizo llorar sin saber por qué. Ninguno se limita a comentar: todos narran.

En tiempos donde la experiencia estética se confunde con la velocidad de consumo, La mentira candente propone una pausa. No para detenerse, sino para recordar. No como ejercicio de nostalgia, sino como forma de habitar el presente con mayor densidad. Porque, como sugiere la obra, las películas que amamos no terminan con los créditos: siguen ocurriendo, en nosotros, cada vez que volvemos a evocarlas.

La mentira candente no busca impactar. Busca permanecer. Su eficacia no está en la anécdota, sino en la huella. Y esa huella, como toda forma de verdad, no se impone: se reconoce.