En América Latina, esta transición es más que una tendencia: es una oportunidad histórica. La región, caracterizada por su baja densidad poblacional en vastos territorios, enfrenta desde hace décadas las limitaciones de un modelo de conectividad basado en radiobases, torres y redes troncales que no siempre llegan a los rincones más alejados. Las tecnologías Direct-to-Device (D2D) y de Internet de las Cosas satelital (IoT satelital) prometen precisamente eso: llevar cobertura allí donde nunca hubo, sin necesidad de obras civiles, sin depender de fibra óptica, sin esperar una inversión improbable.
Pero este nuevo paradigma no se limita a la cobertura rural. Afecta directamente a los actores dominantes —las operadoras móviles tradicionales, los proveedores de infraestructura y los reguladores—, los obliga a redefinir su rol y reactualiza preguntas clave sobre la soberanía digital en un contexto de competencia geopolítica entre potencias tecnológicas.
Este informe especial, elaborado a partir de fuentes técnicas, académicas y gubernamentales, examina en profundidad las proyecciones de D2D e IoT satelital hasta 2030 en América Latina, los desafíos y oportunidades para los actores tradicionales, las implicancias geopolíticas del ingreso de constelaciones como Starlink, SpaceSail o Kuiper, y las barreras técnicas aún por superar.
El mercado hacia 2030: cifras que anticipan una disrupción estructural
Los números no dejan lugar a dudas. De acuerdo con la consultora ABI Research, el mercado mundial de servicios IoT por satélite superará los USD 4.000 millones en 2030, con América Latina capturando una fracción creciente gracias a su peso relativo en agricultura, minería y petróleo. A su vez, el mercado D2D —es decir, la conexión directa desde satélites a smartphones convencionales— generará ingresos globales por más de USD 100.000 millones entre 2023 y 2033.
En América Latina, el punto de inflexión será 2025. Para entonces, ya estarán operativas las primeras capas comerciales de AST SpaceMobile, Project Kuiper y Starlink Direct to Cell, con un crecimiento exponencial proyectado para los cinco años siguientes. A medida que los smartphones de gama media y alta integren capacidades satelitales de fábrica y bajen los costos por usuario, el acceso directo al espacio dejará de ser un privilegio para convertirse en estándar.
Los beneficios sociales serán inmediatos. Desde la Amazonía peruana hasta la Patagonia argentina, miles de localidades aisladas podrán acceder a mensajería, voz y eventualmente datos básicos sin depender de redes terrestres. Para fines de la década, es plausible imaginar que toda escuela rural, campamento petrolero o finca agrícola contará con dispositivos D2D o antenas IoT conectadas a constelaciones LEO (Low Earth Orbit).
Lo que se perfila no es sólo una mejora técnica: es una nueva capa de conectividad sobre el territorio latinoamericano, superpuesta a la infraestructura existente, pero sin requerir su presencia física. Esta expansión digital sobre el cielo —una suerte de “segunda red”— plantea interrogantes estratégicos: ¿Quién la controla? ¿Cómo se regula? ¿Quién se beneficia?
Operadoras tradicionales: entre la amenaza y la oportunidad
La primera línea de impacto alcanza a las operadoras móviles incumbentes. América Móvil, Telefónica, Telecom, Entel, Claro y otras ven amenazada su posición histórica. Hasta ahora, controlar el acceso al espectro y desplegar radiobases confería una ventaja estructural. Pero si la cobertura puede llegar desde el espacio, esa ventaja se erosiona.
En zonas rurales, donde nunca hubo cobertura o donde mantenerla es antieconómico, los usuarios podrían prescindir de la red terrestre. Con un teléfono capaz de conectarse a satélites LEO, bastaría una suscripción a un servicio satelital —potencialmente extranjero— para estar comunicado.
Frente a este riesgo, las telcos han optado por una estrategia pragmática: aliarse con los nuevos actores. América Móvil, por ejemplo, inició negociaciones con AST SpaceMobile y Starlink para complementar su cobertura rural. Su CFO lo explicó con claridad: buscan integrar servicios satelitales como parte de su oferta, ya sea para backhaul o para enlaces D2D en sitios aislados.
La lógica es clara: si no pueden competir en cada rincón remoto, al menos deben controlar la relación con el cliente. Ofrecer conectividad híbrida (tierra + espacio) preserva el vínculo comercial, incluso si parte del tráfico va directo al cielo.
Del mismo modo, Entel Perú anunció una alianza para revender Starlink Empresarial en comunidades altoandinas. Telefónica Movistar estudia integrar servicios de AST en sus operaciones regionales. En todos los casos, el objetivo es evitar la desintermediación y seguir siendo el canal de contacto con el usuario final.
Infraestructura terrestre: una cadena que también muta
La transformación no afecta sólo a las operadoras. Toda la cadena de proveedores terrestres se ve reconfigurada. Fabricantes como Huawei, Nokia y Ericsson, integradores de red y empresas de torres (como American Tower o Cellnex) enfrentan una posible contracción de la demanda en zonas de baja densidad.
Cada conexión satelital activa en una comunidad rural podría equivaler a una torre menos desplegada. Cada sensor agrícola que transmite vía IoT satelital representa un contrato menos para un proveedor de equipos 4G.
Pero como en toda disrupción tecnológica, los más resilientes se adaptan. Huawei, por ejemplo, ya participa en la estandarización NTN (Non-Terrestrial Networks) dentro del 3GPP Release 17 y 18, para asegurar que sus equipos sean compatibles con redes híbridas. Ericsson y Nokia exploran alianzas con operadores satelitales para proveer gateways terrestres o software de gestión.
La industria entiende que el negocio no desaparece: se desplaza. Del hardware en cerros y antenas en pueblos alejados se pasa al software de orquestación, a los nodos de borde que gestionan tráfico mixto, y a la provisión de componentes para constelaciones.
Geopolítica satelital: soberanía en el nuevo cielo multipolar
Si la economía está en juego, también lo está la política. El desplazamiento de las telecomunicaciones desde la tierra al espacio reabre el debate sobre la soberanía digital. ¿Quién controla el tráfico de datos cuando este no transita por redes nacionales, sino por satélites de empresas extranjeras? ¿Qué pasa si esas empresas responden a intereses estratégicos de una potencia global?
China y Estados Unidos compiten abiertamente por el dominio de las constelaciones. SpaceX, Amazon Kuiper e Iridium encabezan el bloque occidental; la constelación Qianfan —conocida comercialmente como SpaceSail— es la carta de China. Mientras tanto, Europa impulsa su proyecto IRIS² para reducir su dependencia de Starlink.
En América Latina, esta competencia ya se manifiesta. En diciembre de 2024, Brasil firmó un acuerdo con SpaceSail para ofrecer servicios satelitales en la región amazónica. La decisión coincidió con tensiones judiciales con Starlink y con una visita oficial de Xi Jinping. El mensaje fue inequívoco: Brasil busca diversificar proveedores y no depender de un solo actor.
Argentina, por su parte, habilitó en 2024 la operación de Starlink, OneWeb y Amazon Kuiper, mediante un régimen simplificado de ENACOM. La medida fue celebrada por el sector privado, pero algunos especialistas advirtieron sobre la necesidad de preservar el control sobre el espectro, los datos sensibles y las comunicaciones críticas.
La experiencia reciente de Ucrania ofrece lecciones. El papel de Starlink en el conflicto —clave para mantener las comunicaciones de las fuerzas ucranianas— evidenció el poder que puede concentrar un actor privado con control sobre una red satelital global. China, atenta al caso, aceleró su despliegue de SpaceSail y reforzó su negativa a permitir redes satelitales occidentales en su territorio.
América Latina, en cambio, mantiene una posición ambigua. Sin constelaciones propias y con necesidades urgentes de conectividad, abre sus cielos a múltiples actores. Esta apertura exige marcos regulatorios robustos, contratos claros y mecanismos de supervisión. No se trata sólo de licencias: está en juego la capacidad del Estado de garantizar la continuidad y seguridad de sus comunicaciones en situaciones de crisis.
El obstáculo técnico: teléfonos que todavía no miran al cielo
La tecnología avanza, pero no sin tropiezos. A pesar del entusiasmo comercial, la comunicación directa entre satélite y dispositivo enfrenta aún barreras significativas. Los smartphones tradicionales no fueron diseñados para conectarse a satélites. Carecen de la sensibilidad, la potencia de transmisión y las antenas necesarias.
AST SpaceMobile lo resolvió mediante satélites con antenas gigantes: su BlueWalker 3 desplegó en 2022 una superficie de 64 m² en órbita para realizar la primera llamada directa desde un celular convencional. El logro fue notable, pero también costoso: replicar esta tecnología a escala global requiere lanzar decenas de satélites complejos y caros.
SpaceX adoptó una estrategia distinta: incorporar módulos LTE a sus satélites Starlink V2 y usar frecuencias celulares estándar. El plan es ofrecer primero mensajería SMS y luego datos básicos, sin necesidad de modificar el teléfono. T-Mobile en EE.UU. ya anunció que incluirá este servicio en sus planes premium sin costo adicional.
Mientras tanto, fabricantes de chips como Qualcomm trabajan con Iridium para habilitar mensajería satelital en smartphones Android de gama alta. Apple ya lo hizo en 2022 con el iPhone 14 y Globalstar.
Sin embargo, los servicios de voz o datos siguen siendo una meta lejana. Por ahora, los D2D permiten sobre todo mensajería de emergencia. La cobertura no es continua: en muchos casos, hay que esperar que un satélite pase por encima. Y los edificios bloquean la señal.
La convergencia plena llegará hacia 2030, cuando los estándares 3GPP NTN estén incorporados en los chipsets de forma masiva y cuando las constelaciones estén lo suficientemente densificadas como para ofrecer disponibilidad constante.
Iridium y Globalstar: los pioneros que marcaron el camino
Nada de esto sería posible sin el legado de Iridium y Globalstar. Concebidas en los años noventa, ambas constelaciones fueron visionarias, pero adelantadas a su tiempo. Fracasaron inicialmente por el alto costo de sus terminales y por un mercado aún inmaduro.
Hoy, lejos de quedar obsoletas, se han reposicionado. Iridium, con 66 satélites en órbita polar, ofrece servicios a más de dos millones de dispositivos, en su mayoría IoT de baja velocidad. Es proveedor clave para fuerzas armadas, aviación y logística. Globalstar, más enfocado en el segmento de emergencia y en alianzas con Apple, ha resurgido con contratos que aseguran su supervivencia.
Ambas empresas han demostrado que existe un mercado sostenible para la comunicación satelital especializada. Sus infraestructuras son redundantes, resilientes y probadas. En el ecosistema 2030, coexistirán con las nuevas constelaciones: Iridium para cobertura polar o misiones críticas; Starlink y Kuiper para banda ancha en zonas remotas; AST para telefonía universal.
La nueva infraestructura crítica: cómo repensar la conectividad en América Latina
La lección más profunda de esta revolución tecnológica es conceptual. La conectividad ya no depende de la proximidad a una torre, sino de la cobertura de una órbita. La infraestructura crítica ya no está enterrada en el suelo, sino flotando en el cielo. Esta mutación exige una nueva forma de pensar la política pública, la inversión y la regulación.
En América Latina, la adopción de tecnologías D2D e IoT satelital puede cerrar brechas históricas. Pero también puede aumentar la dependencia de proveedores extranjeros si no se articulan estrategias nacionales y regionales. Como en el caso de las vacunas durante la pandemia, depender de un solo actor puede ser riesgoso. Diversificar, negociar y, en lo posible, desarrollar capacidades locales es esencial.
Los Estados deben garantizar que las redes satelitales cumplan condiciones mínimas: registro, colaboración en emergencias, respeto a las leyes de protección de datos. Deben coordinar políticas de espectro, promover estándares abiertos y evitar la fragmentación regulatoria.
El camino no será lineal. Habrá conflictos, resistencias, ajustes técnicos. Pero el vector histórico es claro: la conectividad se está volviendo ubicua. La pregunta es si América Latina será solo receptora pasiva de esa transformación o protagonista activa, con una visión propia.
Un nuevo cielo para un nuevo contrato digital
En la historia de las telecomunicaciones, cada salto tecnológico ha redefinido quién se comunica, cómo y con quién. La revolución satelital directa no es una excepción. Es, quizás, la más democrática de todas: promete conectar lo desconectado, igualar oportunidades, blindar servicios ante catástrofes. Pero también es la más estratégica: quien controla el canal, controla el mensaje.
Para América Latina, la clave estará en la articulación. Articulación entre operadores y nuevos proveedores, entre reguladores y empresas, entre países vecinos. La conectividad satelital no admite visiones parciales: requiere una mirada integral, cooperativa, de largo plazo.
El cielo latinoamericano se está poblando de satélites. Lo que está en juego no es solo la señal en un teléfono, sino el modelo de desarrollo de las próximas décadas. La región tiene una oportunidad única de aprovechar esta revolución tecnológica para avanzar en inclusión, productividad y autonomía. Como siempre, el futuro dependerá de las decisiones que se tomen hoy.












