Banca móvil, buena solución para economías en desarrollo

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    Para comprobarlo, basta observar la saturación de celulares –legales o no– en villas miseria de Río de Janeiro, San Pablo, Buenos Aires o Bombay.
    “Los nuevos modelos de servicios a sectores no bancarizados constituyen todo un vuelco estratégico para las operadoras móviles. Especialmente (señalan Christopher Beshurí y Jon Gravråk, del McKinsey Global Institute, MGI), porque los bancos convencionales no cubren la amplia gama de pequeños depósitos y créditos típica de estamentos sociales con bajo poder adquisitivo. Son grupos poco atractivos para instituciones apegadas a modelos tradicionales. Pero los celulares disminuyen costo entre 50 y 70%, posibilitando alcanzar sectores otrora considerados irredituables”.

    US$ 8.000 millones
    El potencial del negocio podría ser enorme. Estimaciones de ambos analistas, provenientes de sondeos en 137 países en colaboración con GSM Association, indican que alrededor de 1.000 millones de personas en economías periféricas poseían en 2009 celulares, pero sin acceso a servicios bancarios. Hacia 2012, ese número llegará a 1.700 millones. El año pasado, apenas unos 45 millones sin cuentas regulares empleaban formatos móviles –pese al incesante bombardeo publicitario–, aunque podrían alcanzar los 360 millones en este mismo año.
    Para entonces, esta masa implicará US$ 5.000 millones en ingresos directos, primariamente originados en servicios financieros. En cuanto a fuentes indirectas, podrían significar otros 3.000 millones. Los 8.000 millones anuales resultantes no son desdeñables.
    Más allá de ganancias comerciales, el “dinero móvil”, neologismo de los autores, presupone ventajas económicas y sociales. Así, el acceso a servicios financieros reduce el precio de remitir o recibir activos, aumenta la seguridad de las transacciones y facilita todo tipo de operaciones. Mejor aún, promueve el ahorro y el crédito, permitiendo a la familia encarar iniciativas que generen entradas y riqueza. Por consiguiente, hace más fácil a grupos de bajos ingresos afrontar gastos periódicos –educación de los niños, alquileres, cuotas– o compra de insumos agrícolas cuando se los necesita. Operar con celulares, por otra parte, crea “colchones” de fondos en previsión de dificultades pecuniarias.
    Por supuesto, “definir modelos adecuados para el manejo de finanzas móviles será complejo”, advierten Gravråk y Beshurí. La tarea “exige combinar activos físicos y recursos de dos dominios tan distintos como telefonía móvil y banca. También involucra trabajar con una serie de actores –algunos poco familiares– para gestionar pagos y desembolsos o promover la adopción del sistema. Los emprendedores de vanguardia que abran camino a innovaciones no sólo captarán oportunidades en sus mercados propios, sino que además acumularán experiencias valiosas para aplicar en otras geografías. Sea invirtiendo por su cuenta, sea reclutando socios”.

    Desplazamientos estratégicos
    Las tecnologías requeridas para adaptar dispositivos móviles a servicios financieros están disponibles desde hace 10 años o más. Pero lo novedoso consiste en aplicarlas para incorporar segmentos no bancarizados en mercados periféricos. Según el modelo original, los celulares funcionaban como canales de pagos e información para gente que ya tenía cuentas bancarias. Pero hoy los desplazamientos estratégicos apuntan a los estamentos no bancarizados, a quienes se ofrece una creciente gama de servicios financieros, inclusive ahorro y crédito.
    En aquel modelo básico de “dinero móvil”, el cliente deposita fondos entregando efectivo a intermediarios o agentes, que lo acreditan en una cuenta usando un mensaje de texto en código. Por el mismo conducto, los abonados pueden efectuar pagos, vía sus cuentas, a minoristas en el sistema o transferir dinero a terceros. Asimismo, pueden retirar efectivo de cualquier agente en la red. Préstamos y otras prestaciones siguen el mismo camino.
    SmartMoney, Gcash (ambos en Filipinas) o M-Pesa (Kenia) marchan a la cabeza en la materia, al menos en esta fase, y ganan impulso. Pero este momentum aún no alcanza a todo el sudeste asiático ni, mucho menos, a África.
    El estudio de GSM, orientado a aspectos comerciales, calcula que 120 operadores en 70 mercados desplegarán ofertas de “dinero móvil” en los próximos seis meses. La mitad de los encuestados declaró que el segmento no bancarizado es su objetivo principal. Pero, salvo unos pocos casos notables, casi 75% de la muestra lleva apenas dos años en actividad.

    Entender a los no bancarizados
    La mayoría de los operadores móviles conoce poco sobre las necesidades financieras o los hábitos de los no bancarizados. Algunos datos al respecto pueden encontrarse examinando o midiendo movimientos en cuentas de ahorro, uso del crédito, pagos, requerimientos, niveles de confianza en el sistema y pautas de compra. Ciertos operadores suelen a menudo obtener información tanteando a ciegas, un recurso caro y lento que, no obstante, puede llenar huecos en países como India o Filipinas.
    En términos generales, los no bancarizados –aún en los estratos de ingresos más exiguos– emplean asiduamente servicios financieros informales. Sin acceso a la banca convencional, salvo en países musulmanes ortodoxos, muchos apelan a familias, comunidades, clanes, cooperativas o montepíos, o sea bancas de empeño. Casi 90% de esos sectores guardan dinero en su casa, las de sus parientes o amigos, cuando no lo confían a líderes sociales y religiosos. Pese a su antigüedad, en el caso de los templos, Beshurí y Gavråk los consideran mecanismos caros, usurarios o poco fiables.
    En Filipinas, ejemplo sobre el cual martillean ambos analistas, casi 60% de usuarios móviles no bancarizados ahorra un promedio de US$ 40 por cabeza (15 veces las entradas diarias) por canales informales. Sus investigaciones muestran que 13% de los filipinos no bancarizados toman dinero de parientes o amigos (55%), microentidades financieras (17%) y prestamistas/usureros (13%). En la vasta India, casi 20% de no bancarizados acude al segmento informal, pero con predominio (60%) de prestamistas/usureros y sólo toma 12% de sus allegados.
    Las familias de bajos ingresos en los dos países y otros suelen esgrimir los mismos argumentos para recurrir al circuito informal: urgencia e iliquidez. Por ende, necesitan fondos de rápido acceso, disponibles en cualquier momento y cerca del usuario. Pocos bancos tradicionales reúnen esos requisitos, dado que sus sucursales o agencias atienden en los cascos urbanos centrales y, máxime en India o Filipinas –también en Indonesia, Malasia, etc.–, donde los no bancarizados viven en aldeas remotas.

    ¿Pobres al frente?
    Las investigaciones del McKinsey Global Institute indican cierta apertura al uso de dispositivos móviles para satisfacer esos requerimientos. Casi dos tercios de los suscriptores a móviles, no bancarizados, en el archipiélago filipino conocen el sistema y 60% está dispuesto a probarlo. Aparece en este punto un hecho llamativo: se supone que las familias pobres no pueden solventar telefonía móvil, pero 55% del segmento sondeado se interesa en ahorrar por ese canal. Ello –puede ser efecto de la publicidad– contrasta con apenas 17% interesado en seguros y 12% en créditos.
    En síntesis, el “dinero móvil” opera en una intersección, la de banca y telefonía, ambas a la búsqueda por momentos nerviosa de productos y servicios para lanzar a los mercados. Esto comporta tres desafíos para cualquier modelo: una red distribuidora celular capaz de manejar cuentas, un contexto regulatorio que no trabe operaciones y, por fin, acceso a servicios financieros vía socios bancarios fiables.
    En último término, los operadores de “dinero móvil” deben generar una red de acceso que trueque efectivo por depósitos o pagos y los redistribuya en forma de retiro y préstamos. Vale decir, lo que se llama ingreso/egreso de caja.
    En la experiencia MGI-GSM, cuando un agente está a más de 15 minutos de distancia, el celular pierde atractivo y la gente lo usa una o dos veces por mes. Pero, si la brecha baja a menos de 10 minutos, el uso sube a 10 veces por mes y, cuando el lapso es apenas dos minutos, la frecuencia pasa a 30 veces por mes. Claramente, la proximidad de acceso es clave para que los no bancarizados abandonen los servicios informales rumbo al “dinero móvil”. Desde la óptica operativa, ello involucra crear redes distribuidoras tan ubicuas como baratas.