Una economía sin rumbo

    ANÁLISIS | Perspectiva

    Por Adrián Ramos (*)


    Adrián Ramos
    Foto: Gabriel Reig

    El desarrollo conlleva modificar la estructura productiva, modernizarla, hacerla más inclusiva y lograr de ese modo que el crecimiento perdure.  
    La Argentina aún no ha definido una línea de desarrollo productivo. Para ello, es necesaria una “visión” compartida (no necesariamente un papel escrito) que oriente las decisiones. ¿Qué pretendemos fabricar dentro de cinco ó 10 años? ¿Qué pensamos venderle a las otras economías del mundo? ¿Cómo estrechamos la brecha tecnológica? ¿Cómo generamos empleo? El Gobierno no se hace estas preguntas. Se cree que la economía es un juego de suma cero: si alguien gana otro pierde, es la pura puja distributiva, el puro conflicto. Esa es apenas una parte de la verdad. El desarrollo es un juego en donde todos pueden ganar. 
    En la búsqueda del desarrollo económico, la inflación conlleva costos. A tasas moderadas, además de los efectos distributivos relevantes del impuesto inflacionario y de cambios inesperados en los precios relativos, los problemas de la inestabilidad de precios derivan de los ruidos que introduce en las decisiones económicas y del acortamiento progresivo del período para el cual se pueden realizar predicciones mutuamente consistentes. Esto afecta a las decisiones de inversión y financieras.
    Por ello, es imprescindible actuar antes de que la economía local se adapte una vez más a funcionar en alta inflación. Así, es perfectamente factible reducir gradualmente el ritmo inflacionario a niveles de un dígito. El primer paso no puede ser otro que restablecer la credibilidad en las estadísticas oficiales. Pero fundamentalmente, implementar una estrategia de “anclas múltiples” mediante políticas fiscales, monetarias y de ingresos consistentes, coordinadas y orientadas a estabilizar los precios, y una política cambiaria enfocada a evitar la apreciación de la moneda.
    La contribución de los derechos de exportación y el fuerte incremento de la recaudación por impuestos sobre la actividad y los ingresos elevó la presión tributaria a niveles netamente mayores que en períodos previos (un aumento de unos 11 puntos del PIB). Esto sostuvo inicialmente apreciables superávit primarios (aunque decrecientes en términos del producto) y, al mismo tiempo, permitió un considerable incremento del gasto del gobierno.

    Un nuevo “pacto fiscal”
    Sin embargo, no mejoraron en consonancia los indicadores sociales respecto a la década anterior y se hace evidente la necesidad de un nuevo “pacto fiscal”, que incluya una perspectiva desde las políticas públicas sobre educación, salud, asistencia y previsión social. Esta resolución deberá incluir el régimen fiscal federal con todas las dimensiones del problema, como las profundas asimetrías regionales. 
    La trayectoria actual de las cuentas públicas no es sostenible a mediano plazo, pero el de­se­quilibrio fiscal presente todavía puede revertirse, en especial si se recobra el acceso regular a los mercados de crédito y no se necesita seguir, como hasta ahora, cancelando los vencimientos de capital de la deuda pública.
    El Gobierno debe dejar de financiarse mediante mecanismos “no ordinarios”, o lisa y llanamente por medio de la emisión monetaria del Banco Central. Los cambios deberán abarcar tanto la composición de la estructura tributaria –aumentando la base de la tributación directa (para alcanzar todas las fuentes de renta) como la composición del gasto, desmontando progresivamente la maraña de subsidios regresivos que benefician a los sectores sociales medios y altos, y privilegiando, en cambio, el gasto social y la inversión en infraestructura.  
    En todo caso, la ausencia de desequilibrios macroeconómicos aunque es condición necesaria, no es suficiente para el crecimiento sostenido y el desarrollo inclusivo. El desafío principal está en ampliar, modernizar y diversificar el aparato productivo. 
    Para sostener tasas de crecimiento elevadas sin enfrentar restricciones de oferta se necesita un proceso sostenido y de mayores niveles de inversión.
    Invertir es comprometerse con el futuro. La inversión requiere rentabilidad así como perspectivas de apropiabilidad de beneficios e implica límites a la discrecionalidad de políticas y un marco legal efectivo, previsible. La ausencia de rumbo de la economía y la excesiva incertidumbre sobre las políticas provocan que, a las empresas que se encuentran cercanas a la utilización plena y enfrentan una demanda excedente, les resulta más sencillo y menos riesgoso importar bienes (una decisión que puede completarse en pocos meses y de forma autofinanciada) que expandir su capacidad productiva.
    A pesar de la expansión de la inversión luego de la crisis del régimen de convertibilidad, en la recuperación se fue reduciendo paulatinamente la relación entre capital instalado y producto hasta un nivel comparable a los de la década previa. Esto es, la variación del stock de capital se elevó a una tasa menor que la de aumento del producto.  

    Inversiones que se requieren
    Se requieren inversiones que promuevan la sustentabilidad externa, la difusión del cambio tecnológico y eviten cuellos de botella con un plan coherente de ampliación y modernización de la infraestructura energética, vial, de transporte y comunicaciones, con participación pública y privada. Queda así como cuestión abierta la configuración de un sistema de incentivos (no necesariamente idénticos en todas las áreas de la economía) que mantengan consistencia entre sí y, en particular, sean compatibles con las restricciones macroeconómicas de presupuesto y que resulte en una tendencia persistente de la acumulación y el crecimiento.
    El esfuerzo de inversión que demandará esta estrategia necesita financiamiento. Ciertamente una estructura financiera débil obstaculiza la movilización del ahorro e impide la identificación de aquellos proyectos de inversión que resultan más rentables. 
    Durante años, la restricción externa fue un factor crítico como freno de las expansiones de la actividad.
    Las exportaciones son las que en gran medida determinan el nivel de gasto en moneda extranjera sostenible por la economía. Tras el colapso de la convertibilidad, el sector externo se mostró holgado en buena medida por la evolución de los términos de intercambio. En un contexto de continuidad de favorables precios de exportación, entre los elementos que resaltan por su relevancia a futuro, aparece la determinación de una tendencia exportadora y la aparición de una amenaza: la “enfermedad holandesa”. En ambos casos, es crucial promover la diversificación de la estructura productiva y de nuestra base exportadora. Desde el punto de vista de la política macroeconómica ello supone evitar la repetición de episodios de atraso cambiario. 
    Si bien el crecimiento de las exportaciones fue un rasgo visible del comportamiento en las últimas décadas, en los últimos años contribuyó de manera muy importante la dinámica de la región pampeana, dada por una considerable ampliación de la oferta, especialmente de granos, en un contexto internacional que tendió a valorizar los recursos asociados con su producción.
    Hacia adelante, en un panorama internacional que, con las incertidumbres del caso, muestra rasgos potencialmente favorables en los mercados en los que participa la producción argentina, una suba continua y persistente de las exportaciones está asociada con esfuerzos acumulativos y de largo aliento para ampliar las operaciones en rubros ya tradicionales pero también para encontrar y desarrollar nuevas corrientes de productos. El incremento de la oferta exportable depende de numerosos conjuntos de decisiones productivas, tecnológicas y comerciales. Allí se abren temas múltiples para la política económica y para la interacción público-privada a fin de facilitar esas actividades y atender disyuntivas, como las que se generan en relación al aprovechamiento de oportunidades en mercados internacionales para productos cuyo abastecimiento interno tiene implicancias distributivas. 

    Variedad de recursos naturales
    La Argentina es un país que posee una dotación relativa de activos abundante en recursos naturales. Estos recursos además tuvieron una expansión notable en los últimos tiempos, no solo los agropecuarios, sino los mineros, forestales, pesqueros. Ciertamente, saber aprovechar esas ventajas debe ser el punto de partida. Eso significa potenciar en vez de de­sin­centivar la producción agropecuaria pampeana, pero también otras actividades basadas en la explotación de recursos naturales propias de las economías regionales. Varios complejos productivos no pampeanos –uva y vinos, peras y manzanas, olivos y aceite de oliva, productos forestales aserrados, cítricos y limones, miel, azúcar, tabaco, carnes exóticas, berries, etc.– se han consolidado en diversas provincias. 
    El actual patrón exportador argentino nos ilustra sobre un potencial aún no desarrollado. En general, los avances solo se corresponden con la producción de semi-elaborados y/o insumos, aquellos que se ubican en los eslabones más precarios de las cadenas de valor. A medida que se progresa en complejidad (alimentos terminados, marcas propias, controles de canales comerciales y empresas de logística), comienzan a manifestarse de manera más evidente las dificultades.
    Estos cambios solo se pueden generar a partir de una fuerte articulación entre la base primaria y los servicios técnicos de apoyo a la producción, comercialización, distribución, transporte e industria (insumos y producción de maquinaria). El impulso a la conformación de redes productivas tiende a romper con los falsos dilemas de la empresa grande vs la Pyme y del sector agropecuario vs la industria vs los servicios. Ese proceso tenderá gradualmente a cambiar el patrón heredado, generando “nuevas” ventajas comparativas.  
    Las condiciones externas impulsan hacia las actividades “primarias” y “terciarias”.  Por ejemplo, las actividades de turismo receptivo aparecen con una gran oportunidad para su expansión, así como la producción de software y servicios informáticos y de bienes culturales. Esos sectores pueden ser motivadores y demandantes activos de cambio tecnológico y generadores de incrementos de productividad. Sin embargo, las manufacturas resultan claves para la difusión tecnológica y el empleo.
    Para algunos países una especialización en agro-servicios podría inducir un sendero de crecimiento sin grandes dualidades sociales. En otros, como la Argentina, habría oportunidades abiertas, pero con potenciales problemas en mantenimiento de balances entre sectores y entre regiones (zonas rurales y centros urbanos de alta productividad vs periferias, urbanas y rurales, sujetas a inciertos derrames de demanda desde las áreas dinámicas). 

    Potencial industrial
    La sociedad local prosperó en las actividades de insumos básicos (acero, aluminio, papel, petroquímica), pero no logró articular estos avances con las producciones aguas abajo (metalmecánicas, químicas, bienes de capital y otras similares), en las cuales se produjo una desarticulación productiva. La industria manufacturera posee potencial para el desarrollo de algunos sectores de bienes de consumo intensivos en el uso de diseño. Sustentados en una trama productiva de proveedores y subcontratistas, tal sería el caso de las confecciones, zapatos, muebles, artefactos de iluminación, industria gráfica. Sería factible el crecimiento de actividades caracterizadas por series cortas de producción, en metalmecánica y química fina. La reestructuración del complejo automotriz tiene un lugar central en el rediseño productivo.  
    Una estrategia de política apropiada debe contribuir a consolidar una masa crítica de empresarios con espíritu emprendedor y disposición a asumir riesgos. Una política “industrial y tecnológica” (entendida en sentido amplio) moderna y proactiva que apunte al aumento de la productividad. Esto es, que implemente un programa integral (incluyendo incentivos impositivos, medidas de asistencia técnica y crediticia, capacitación, de acceso a mercados, entre otras) en apoyo al desarrollo empresarial y la creación de nuevas empresas en las diferentes regiones del país, y que promueva agresivamente la innovación en todas sus formas, las inversiones en I+D y la cooperación de las empresas con las universidades.  
    En suma, de un modo u otro, para hacer frente a los desafíos parece requerirse que los actores sociales relevantes sean capaces de contemplar horizontes fuera de lo inmediato, si no en los detalles (cosa poco realista), al menos en cuanto a direcciones y estrategias generales, y, especialmente, que apuesten al crecimiento, y reconozcan la pertinencia de la inclusión social, en lugar de operar de uno en el juego de suma negativa.
    Es imprescindible construir una visión de país compartida que, sin ignorar la conflictividad resultante de la multiplicidad de preferencias e intereses sociales, permita encauzarla constructivamente, estirando progresivamente el horizonte de decisión de los actores sociales.
    La Argentina aún no ha definido una línea de desarrollo productivo. Para ello, la visión del futuro requiere esfuerzos en el presente. Para ello, acción coordinada pública y privada orientada hacia oportunidades concretas para el aparato productivo. Para ello, empresarios que buscan activamente oportunidades de expansión productiva y las aprovechan.

    (*) Adrián Horacio Ramos es Master of Science in Economics en The London School of Economics and Political Science, UK, y Licenciado en Economía por la UBA. Experto en Desarrollo Económico de la Oficina de CEPAL en Buenos Aires. Subdirector del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Coordinador de los equipos económicos de la UCR.