El modelo sustentable y la madurez de un debate

    El gran tema en discusión ahora es si además de conservar el ambiente y ser eficientes en el uso de energía –por ejemplo– las empresas deben cambiar el modelo de negocios para lograr crecimiento global con desarrollo sustentable, sostenible en el tiempo.
    Los que están a la vanguardia en esta materia sostienen que lo único relevante es transformar los actuales modelos de negocios en línea con la sustentabilidad.
    El debate ha ganado en madurez. La cuestión de fondo es si las empresas están en condiciones de hacer los grandes cambios estratégicos necesarios para lograr un desarrollo global que de verdad sea sostenible.
    Algunos pensadores que transitan entre la política y la economía sostienen que, para lograr que el capitalismo beneficie a toda la sociedad, las empresas deben comenzar a pensar de otro modo; abandonar los estrechos límites de la responsabilidad social empresaria y avanzar en el diseño de estrategias que a la par que garantizar utilidades generen mayor valor social a su accionar.
    Propuesta a la que es difícil oponerse, aunque sea casi imposible ponerse de acuerdo en cómo se logra. Más allá de la repulsa que merecería de Milton Friedman si estuviera vivo, este concepto tiene una notable seducción intelectual pero el camino a recorrer está plagado de dificultades.
    Las empresas, o al menos un grupo importante de ellas, en especial las de presencia global, están haciendo esfuerzos por introducir cambios que les permitan crecer cuidando simultáneamente el medio ambiente. Los Gobiernos, por su parte, exhiben un liderazgo débil que los lleva –por ahora– de fracaso en fracaso.
    Si bien ya hay muchas empresas que se esfuerzan por aumentar la eficiencia energética y practican el management de recursos, muchos les reclaman que vayan más allá del cambio incremental y transformen totalmente sus modelos de negocios. De lo que se trata es de si pueden o no hacer los ambiciosos cambios estratégicos que hacen falta para lograr un desarrollo global sustentable.
    Más recientemente, aparecieron dos conceptos revolucionarios: todo modelo de negocio debería ser sustentable y el crecimiento económico debe ser siempre inclusivo, que combata con eficacia la pobreza.

    Corto y largo plazo
    Como telón de fondo, hay otra gran inquietud: cómo, en un ámbito que se mueve con objetivos de corto plazo, las empresas pueden desarrollar las estrategias de largo plazo necesarias para hacer frente a temas como la pobreza, el cambio climático y el problema global del agua.
    Si se observan las actividades de algunas empresas líderes parecería que la corriente se está volcando hacia modelos de negocios que adhieren al concepto de desarrollo sustentable.
    Empresas como Unilever, Nestlé, Procter & Gamble y muchas otras han manifestado deseos de transformar sus cadenas de suministro mediante estrategias que van desde el apoyo a pequeños agricultores africanos hasta la imposición de rígidos niveles ambientales a los proveedores y rediseño de productos.
    Para el director del británico “Forum for the Future”, Jonathon Porritt, hoy es más fuerte el liderazgo que proviene del sector empresarial que del Gobierno. Lo demuestran las cifras que arroja el Índice BITC (Business in the Community) que realiza una ONG británica sobre responsabilidad empresaria. Los resultados indican que algunas empresas se están desempeñando muy bien. Sin embargo, los rankings empresariales y los premios de sustentabilidad no necesariamente indican cambio generalizado.
    Algunas de las empresas que recibieron premios por estrategias responsables a veces no han dado ejemplo de responsabilidad. Por ejemplo, en su momento, la cantidad de galardones ambientales recibidos por la comercializadora de energía Enron no le impidió involucrarse en un gigantesco escándalo contable.
    Con todo, se vuelve cada vez más difícil para las empresas esconder malas conductas o abuso ambiental. La difusión de tecnologías de comunicación ha hecho de la transparencia una exigencia cotidiana para las organizaciones.
    En realidad, se trata de un círculo virtuoso: con el aumento de la transparencia, las empresas que declaman valores que no cumplen se exponen al ridículo en cualquier momento.

    El Estado frente a la agenda sustentable

    Habrá mayor presión regulatoria sobre toda la actividad privada

     

    Se avizora el comienzo de una etapa de hiper-regulación de la actividad empresarial tanto en relación a su impacto ambiental, como en su relación social y comunitaria. Esta mayor presión regulatoria no solo va a apuntar al control de la gestión. Incidirá en una mayor demanda de información pública, en grandes marcos de transparencia y mecanismos de participación.

    Por Sebastian Bigorito (*)

    En otra edición de Mercado –ver julio de 2012, número 1132– habíamos explicado el efecto que iba a tener la Cumbre de Río + 20 sobre la agenda de sustentabilidad, fuera cual fuese su resultado formal –que de hecho fue menos descafeinado de lo que se esperaba–.
    Así y todo las presiones de las organizaciones de la sociedad civil (tanto las tradicionales como las de nueva cepa) se reflejan en una mayor atención por parte de los Estados en la agenda de sustentabilidad, por lo que se avizora el comienzo de una etapa de hiper-regulación de la actividad empresarial.
    Como consecuencia de la crisis internacional y sus efectos sobre el empleo y el consumo, la sociedad –según muchas encuestas globales– percibe que es necesaria una mayor presión regulatoria sobre la actividad privada, como causa quizás de una sensible caída en las mismas encuestas respecto a la confianza en las empresas (trust in business). Esto genera una combinación entre mayor regulación y menor confianza, y da por resultado un cóctel con una dosis adicional de incertidumbre para los negocios.
    Si bien estas son claras tendencias futuras, el escenario de corto plazo está fuertemente influido por ese contexto macro.
    Respecto a los impactos en el corto plazo, una encuesta que realizamos a más de 70 empresas en el país arrojó como principal inquietud el aumento de la tendencia hacia una mayor regulación en materia de RSE y gestión ambiental, seguido por un incremento de complejidad y conflictos en los procesos de obtención de permisos legales, pero también de la “licencia social” para operar.
    Es importante señalar que según nuestro análisis no todos los impactos van a provenir desde la agenda pública (regulación) sino que el mismo mundo privado también eleva su propia barra de exigencias.
    Para ponerlo en blanco y negro, hemos identificado una sensible elevación de requisitos en una importante cantidad de estándares ya existentes, de alcance internacional o globalmente aceptados.
    Hemos registrado que estos cambios que se producen en simultáneo no son producto del azar, sino una respuesta funcional a los reclamos y presiones de la agenda social antes explicada.

    Ejemplo 1 – La ISO 14001
    La conocida ISO 14.001 (Sistema de Gestión Ambiental) ha entrado precisamente en su proceso de revisión y se esperan cambios sustanciales alineados a estas presiones, lo cual representa un gran desafío para aquellas empresas que ya hoy basan sus sistemas de gestión en esta norma.
    Para ilustrar a qué nos referimos cuando hablamos de “cambios sustanciales” en la 14.001 veamos algunos ejemplos.
    Es altamente probable que haya cambios respecto del rol de las “partes interesadas” en la gestión ambiental de una empresa, hecho por el cual muchas decisiones que son hoy discrecionalidad de las propias compañías pueden llegar a estar sujetas a la consulta con sus grupos de interés. Sin lugar a dudas, un rol más activo por parte de los grupos de interés significa –guste o no– una pérdida en el nivel de control.
    Otro aspecto de gran controversia es en relación a los “requisitos legales” que la nueva versión de la 14.001 puede llegar a adoptar a diferencia del enfoque ya existente. Hasta ahora lo que un auditor experto debe hacer es verificar que la empresa cuente con un procedimiento sistemático de identificación de las normas de carácter ambiental que alcanzan a la compañía, pero no tiene –ni debe– realizar una “inspección” del cumplimiento de la regulación. Esto también puede caer en una riesgosa zona gris en una nueva versión de la norma.


    Sebastián Bigorito.

    Ejemplo 2 – El GRI
    Respecto a Global Reporting Initiative –conocido como GRI, el más popular estándar para desarrollar los ya famosos informes de sustentabilidad– ha lanzado a fines de mayo su nueva versión 4.0 con desafiantes y quizás poco realistas requerimientos, como resultado de las presiones que venimos comentando y bajo el argumento de captar el estado del arte actual y no quedar desactualizado.
    El principal cambio, sin lugar a dudas, es la incorporación del concepto de “Cadena de suministro” de una forma casi estructural. Las empresas no solo deberán reportar la materialidad de sus propias operaciones, sino también integrar a su cadena de valor en el alcance de su propio reporte.
    Es decir que el “alcance” del reporte cambia hacia un enfoque basado en el impacto de la actividad sin importar la titularidad jurídica del mismo (por ejemplo un proveedor) debiendo la empresa que realiza el reporte –por lo general de mayor tamaño que su proveedor– analizar riesgos sobre los que hasta hoy no tenía responsabilidad.
    Sin dudas se trata de un cambio conceptualmente sano pero poco realista para algunas realidades locales, sobre todo para empresas en países en desarrollo con una matriz de proveedoras Pyme poco desarrolladas por ahora en materia de estándares ambientales y sociales.
    Otra modificación muy criticada también es la eliminación de la gradualidad que la versión anterior de GRI contemplaba, puesto que existían tres niveles de aplicación (A, B y C) y en cada cual la certificación era optativa. Al eliminar los tres niveles de aplicación se cercena el proceso gradual que suponía empezar por el nivel menos ambicioso e ir escalando paso a paso hasta llegar al máximo nivel (A+).
    De hecho, según datos de 2012, más de 60% de todos los reportes en base a GRI pertenecen al nivel C y C+, lo que muestra a todas luces que la gradualidad que implicaban los tres niveles de aplicación ha sido el factor que transformó al GRI en un verdadero business case, y por el cual es –hasta hoy– ampliamente aceptado.

    Ejemplo 3 – Gestión de Salud y Seguridad Ocupacional (SySO)
    Las presiones mencionadas se ven reflejadas en estos dos ejemplos de herramientas privadas archiconocidas, pero también hay tensiones en muchas otras normas o ejes temáticos quizás menos visibles, como por ejemplo en las certificaciones de Salud y Seguridad Ocupacional (SySO).
    Respecto a SySO, vale la pena hacer algo de memoria para contrastar contextos históricos. Cuando en 1997 las mismísima ISO se encomendó a desarrollar un Sistema de Gestión Certificable respecto a Seguridad Ocupacional, le valió un fuerte enfrentamiento con la OIT, que con buen tino defendía las competencias de su esquema tripartito por encima de un estándar privado, sobre todo en un tema tan cercano a la normativa legal.
    Ante esta acción de la OIT, en pocos meses la ISO desistió de ese proyecto, y en 1999 un grupo de Organismos de Normalizaciones de no más de media docena de países, hizo propia la idea –y el contenido– dando por resultado la OHSAS 18001, norma que no es internacional, pero sí es mundialmente utilizada.
    Diez años después, la ISO vuelve a insistir con el mismo proyecto: desarrollar un sistema de gestión certificable en materia de salud y seguridad ocupacional.
    Con el contexto actual y las presiones de la sociedad civil renovadas y amplificadas, no va a ser nada fácil que la ISO abandone ese temerario barco, pero tampoco será tan fácil para la OIT volver a pronunciarse en contra del mismo con el mismo ímpetu o argumento que lo hiciera allá por 1997.
    De prosperar una eventual ISO en Salud y Seguridad Ocupacional, indudablemente estaría basada en la OHSAS, pero no encorsetada por esta, sino que de seguro las presiones sociales y políticas van a aprovechar el “momentum” para incorporar los novedosos temas que vienen con estos nuevos vientos, ya sean los conceptos de cadena de valor, ampliación del rol de las partes interesadas o la vinculación con la luminaria agenda de empresa y derechos humanos, por citar los temas tratados con mayor intensidad.

    Conclusiones
    Estos cambios –o rejuvenecimientos– en las herramientas privadas más conocidas van a tener un alto impacto por ser, precisamente, ya existentes y ampliamente usadas por las grandes empresas en todo el mundo.
    Las presiones y reclamos de la sociedad civil canalizada a través de ONG de nueva cepa a escala global y local se suman a la de los Gobiernos con mayor intención de intervenir en esta agenda.
    Este marco no solamente puede propiciar un incremento en la regulación legal, sino que en paralelo va impactando sustantivamente en procesos de normativa privada y herramientas de amplia aceptación en el mundo empresarial, generando así una presión por la doble vía.
    Las empresas deben ir analizando y anticipando estas tendencias y darlas como “hechos” para correr simulaciones sobre qué haríamos si este escenario de cambios de normas técnicas se presentara el lunes por la mañana.

    (*) Sebastián Bigorito es director ejecutivo del CEADS.

    Derechos humanos y empresa

    Avanza una nueva forma de gestionar la sustentabilidad

    Hasta no hace mucho, toda esta temática parecía estar reservada en exclusiva a la órbita gubernamental. Las normas internacionales están dirigidas a los Estados quienes –por propia competencia– deben protegerlas y hacerlas respetar, tal como establecen los distintos convenios internacionales.


    María José Alzari

    Por María José Alzari (*)

    Así, en la reforma de nuestra constitución en el año 1994, se le otorga rango constitucional a convenciones y protocolos sobre derechos humanos establecidos tanto por Naciones Unidas como por la Organización de Estados Americanos. Tampoco podemos olvidarnos de los instrumentos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) ratificados por nuestro país ni de los convenios y protocolos en materia ambiental, por ejemplo.
    Desde el sector empresario el abordaje de este tema aparecía como parcial. Encontrando alguna acción o referencia más o menos extensa en instrumentos en materia de responsabilidad social como el Pacto Global de Naciones Unidas o en iniciativas privadas.
    Pero es recién a partir del trabajo iniciado por el representante especial del secretario general de Naciones Unidas, el profesor John Ruggie, que se inicia una nueva etapa en la relación entre las empresas y el marco internacional sobre derechos humanos.
    Los principios rectores de Naciones Unidas sobre empresas y derechos humanos “Proteger, respetar y remediar” fueron presentados ante la asamblea de la organización en el año 2011, precedidos por un exhaustivo y consciente proceso que definió el contenido y la extensión de aquellos principios elaborados por Ruggie.
    Lo cierto es que estos principios marcan un punto de inflexión total en materia de sustentabilidad empresaria. Ya no es suficiente introducir el tema en una política de RSE, porque la dinámica que los principios suponen va mucho más allá del concepto de la Responsabilidad Social Empresaria.
    Éste no es un tema de RSE. Esto es gestión de la sustentabilidad y, en especial, supone una gestión de riesgos continua.
    En síntesis, puede decirse que los “principios rectores” confirman el criterio general de la responsabilidad de los Estados de proteger a sus ciudadanos ante posibles violaciones a sus derechos humanos. Esta confirmación no supone novedad alguna.

    La visión empresaria
    El giro de visión aparece cuando nos referimos al sector empresario. En tal sentido, el documento elaborado por Ruggie afirma el principio de responsabilidad por parte de las empresas de respetar los derechos humanos, enfocándose principalmente en la forma en que las empresas deben poner en práctica esa responsabilidad.
    La esencia de los principios rectores es justamente la forma en la cual las empresas deben hacer operativa su responsabilidad en materia de derechos humanos; esto es, a través de la realización de la “debida diligencia” respecto de lo que sus operaciones pueden afectar, ya sea en forma directa, indirecta o a través de su cadena de valor.
    Los principios rectores se basan en el reconocimiento del papel de las empresas como órganos especializados de la sociedad que desempeñan especiales funciones, que tienen capacidades específicas y que más allá del cumplimiento de todas las leyes aplicables, deben accionar positivamente ante su obligación de respetar los derechos humanos.
    En ese marco, esa “debida diligencia” se encuentra dirigida a las actividades realizadas por todo tipo de empresas, tanto nacionales o multinacionales, con independencia de su tamaño, sector, ubicación, propietarios y estructura.
    Obviamente, esto no es tan sencillo. La “debida diligencia” implica efectuar un compromiso público de respeto de los derechos humanos. En principio esto no aparece como complejo o descabellado en sí mismo. También supone la realización de un análisis de riesgo sistemático y continuo, acerca de los impactos reales o potenciales que las actividades de la empresa, de sus operarios u operaciones pueden tener con relación a los derechos humanos, incluyendo actividades de su cadena de suministro, clientes, contratistas, etc. Supone asimismo que, ante la evidencia o riesgo de ocasionar impactos adversos, deberán tomarse las medidas necesarias para hacer cesar esa situación, incluso realizando acciones para remediarla.
    Los principios rectores introducen conceptos de especial interés como, por ejemplo, la utilización por parte de la empresa de la “influencia positiva” ante otros actores con la finalidad de evitar la vulneración de estos derechos, algo así como la realización de un lobby positivo por parte de la empresa. Esto nos demuestra cómo un tema que, en apariencia es lógico y sencillo, puede revestir aristas de extrema complejidad.

    Creciente complejidad
    Otro de los conceptos introducidos es la posibilidad de analizar la continuidad –o el cese– de las operaciones ante el riesgo de que una violación a los derechos humanos pueda suceder. Ante esa posibilidad, se deja abierta la puerta a analizar el mal mayor que puede ocasionarse, debiendo explicarse con claridad los fundamentos de esa decisión y las acciones proyectadas para disminuir y, eventualmente, eliminar ese riesgo o esa violación.
    Como puede advertirse, las complejidades pueden acrecentarse, especialmente cuando la empresa realiza sus actividades en países menos desarrollados o con situaciones de institucionalidad conflictiva.
    Cuando hablamos de derechos humanos, la amplitud del concepto es inmensa. Rápidamente pensaremos en trabajo infantil o trabajo esclavo, en libertad de expresión o en igualdad de género. Pero también involucra muchas otras cosas, algunas de ellas no tan claras o evidentes, como por ejemplo “calidad de vida digna”, en las que el rol o la falta de rol del Estado son muy relevantes.
    Tengamos en cuenta que no siempre nos encontraremos ante situaciones de cumplimiento legal o de compromisos voluntarios efectuados por la compañía; muchas veces estaremos ante situaciones donde las expectativas hacia la empresa pueden ser muy grandes y no siempre posibles de satisfacer. Por ello, cuando se empieza a pensar en las derivaciones prácticas de esta debida diligencia y su accionar posterior, no todo es tan fácil como parece. Supone tareas extras y nuevos esfuerzos, tanto dentro de una organización como puertas afuera, y el involucramiento de todos los procesos y áreas de una empresa, incluyendo las acciones de comunicación, la capacitación de los miembros de la empresa y la revisión de los sistemas de gestión y estándares de performance, así como muchos otros aspectos a ser considerados.

    Oportunidades y desafíos
    Difícil y complejo, sin dudas. Pero esta nueva visión también trae oportunidades. Como ya se señaló, esta nueva temática significa en esencia una gestión de riesgos. En ese sentido, cuando se realiza un consciente y continuo análisis de riesgo se genera de inmediato una disminución en los impactos negativos sobre la empresa. Ello puede significar reducción de conflictos, reducción de costos. Implica generar lazos de confianza, relaciones estratégicas que siempre redundarán en beneficios para la empresa. Puede resultar una oportunidad para coordinar diferentes sistemas de gestión que la empresa tenga implementados. También representa un desafío para repensar procesos y procedimientos que traerán aparejadas nuevas oportunidades. Todo ello sin incluir los beneficios que la gestión anticipada de riesgos en materia de derechos humanos significa para la sociedad en general y, en especial, para la empresa eventualmente afectada.
    Sin dudas los principios rectores marcan un antes y un después en la gestión de la sustentabilidad, pero no debemos olvidar la complejidad y la sensibilidad del tema. No estamos ante la posibilidad de un simple lavado de cara, de una mera publicación de compromiso. Estamos hablando de gestión, de gestión diaria, de cambios de actitud, de una nueva forma de ver la tarea que cada persona realiza dentro de una empresa, de involucramiento.
    Todo esto supone un proceso gradual, paulatino, que muchas veces será lento. Es en este punto donde la generación de alianzas, de lazos de confianza con diferentes actores sociales será indispensable para que la empresa transite este camino diferente, contribuyendo de esa forma a sostener sociedades exitosas. Porque, como ya se ha dicho, “no existen empresas exitosas en sociedades que fracasan” (Björn Stigson, exPresidente WBCSD).

    (*) María José Alzari es coordinadora del Área Legal & Compliance del CEADS.

    El mercado de bajos ingresos

    Los negocios inclusivos enAmérica latina y el Caribe

     

    En los últimos años el sector privado ha incursionado en nuevos modelos de negocios orientados a la base de la pirámide económica. Su lógica ha sido generar ganancias introduciendo a personas de bajos ingresos en algún punto de la cadena de valor u ofreciendo productos o servicios acordes a las necesidades de esa población.


    Ana Muro

    Por Ana Muro (*)

    En este sentido, el rol del Consejo Empresario Argentino para el Desarrollo Sostenible (CEADS) siempre ha sido acompañar a sus miembros en las distintas etapas evolutivas de las temáticas relacionadas con los negocios y la sustentabilidad. Dado el reciente interés entre nuestros miembros, sumado a la madurez de la temática, se están desarrollando reuniones con las interesadas en trabajar el tema de los negocios inclusivos.
    Como parte de la agenda de trabajo se participó del programa de Oportunidades para la Mayoría (OMJ, por sus siglas en ingles) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien desarrollo su segunda conferencia internacional sobre negocios en la base de la pirámide, en Medellín, Colombia.
    El encuentro duró dos días (6 y 7 de junio pasado) y participaron cerca de 1.000 personas. Líderes en materia de desarrollo internacional, el tercer sector, la academia y la prensa de todo el mundo convergieron para debatir y aprender sobre negocios inclusivos, inversión de impacto y la investigación detrás de estos.
    El objetivo principal del Foro Base fue divulgar como el sector productivo y las instituciones financieras en América latina y el Caribe están sirviendo exitosamente a poblaciones de bajos ingresos con modelos de negocio para la base de la pirámide; negocios económicamente rentables y de beneficio mutuo, a través de los cuales el sector privado está contribuyendo a la solución de grandes desafíos de desarrollo de la región.
    El Foro Base se está convirtiendo en una plataforma efectiva para discutir como conectar los recursos y la creatividad del sector privado con el potencial inexplorado de la base de la pirámide.
    Los temas claves cubiertos durante el encuentro incluyeron:
    • El gran salto corporativo a mercados de la base de la pirámide: ¿Estrategia o casualidad?
    • Los desafíos de financiar modelos de negocios para la base de la pirámide.
    • Modelos de negocios emergentes: líderes del mercado de la base de la pirámide del mañana.

    Desafíos y oportunidades
    Además de las sesiones plenarias y de las presentaciones claves, el foro incluyó seis sesiones diarias que profundizaron la discusión sobre los desafíos y oportunidades de la base de la pirámide en sectores como educación, vivienda, salud y conectividad.
    Los oradores principales fueron:
    • Iqbal Quadir, fundador de Grameen Phone y actual director del Centro Legatum para el Desarrollo y el Emprendimiento en MIT. Su ponencia giró en torno a la necesidad de progresar de las personas de bajos ingresos y la capacidad de mejorar su propia realidad. Instó a los presentes a conectar a esas personas con soluciones que les permitan ayudarse a sí mismos. Hizo énfasis en la conectividad y la comunicación como herramientas básicas a poner a disposición para que la propia base de la pirámide genere sus propios beneficios.
    • Stuart Hart, co-creador con C.K. Prahalad del concepto de la base de la pirámide y presidente del Samuel C. Johnson Sustainable Global Enterprise. La presentación se tituló “Next Generation Strategies for the Base of the Pyramid” (Estrategias de la próxima generación para la base de la pirámide) e hizo énfasis en que una nueva generación de negocios –desde startups a multinacionales– están aplicando o bien intentando aplicar principios para desarrollar negocios en la base de la pirámide. Lo que ha llevado a una evolución en cuanto a las temáticas asociadas y los conceptos involucrados.
    • Deepa Prahalad, consultora especializada en oportunidades de negocio en la intersección entre experiencia del consumidor, tecnología y estrategia. Su exposición trajo ideas frescas en materia de diseño innovador para el cambio social. Destacó un sinnúmero de ejemplos de empresas multinacionales y emprendedores que están usando el diseño para crear valor para los consumidores y accionistas.

    Principales conclusiones
    Otros temas incluidos han sido la importancia de plataformas privadas para la distribución como canales de acceso a la base de la pirámide; integración de la base de la pirámide en las cadenas de valor; y metodologías de riesgo crediticio para la inclusión financiera.
    Entre las principales conclusiones arribadas se destacan:
    • La base de la pirámide como población creativa e innovadora.
    • Crear oportunidades para los intraemprendedores dentro de las organizaciones.
    • No hay una receta para modelos de negocios en la base de la pirámide.
    • Las grandes empresas no tienen que esperar resultados en el corto plazo, los resultados llegan en el mediano a largo plazo.
    • Las cadenas de valor como instrumentos para la inclusión social.
    • Aprovechar las cadenas de distribución para generar un negocio de mayor impacto en la base de la pirámide.
    • Las tecnologías pueden funcionar como motores de transformación social.
    • Desarrollo de marcos regulatorios que permitan la inclusión financiera.
    • Catalizar las alianzas-público privadas para generar mayor escala.
    (Más información del Foro se puede consultar en http://www.forobase2013.com)
    Sumado a todo esto, el 5 de junio, se desarrolló el taller “Aumentar el financiamiento para la base de la pirámide”, por los Gobiernos de Alemania y Arabia Saudita, en su rol de co-facilitadores del pilar sobre “Inversión privada y creación de valor”.
    Durante este taller se exploraron mecanismos e instrumentos innovadores para la financiación para consumidores y la cadena de valor. Los participantes tuvieron la oportunidad de debatir factores claves de éxito y los ecosistemas requeridos para promover el esparcimiento de soluciones financieras para la base de la pirámide. El taller combinó sesiones de aprendizaje entre pares y momentos de networking, como también debates con expertos de renombre internacional como Ted London (Universidad de Michigan), cuyo mensaje principal fue “existe la necesidad de co-creación y ver a la base de la pirámide como un aliado y un socio, no únicamente como un consumidor”.
    (Para más información de la iniciativa http://www.g20challenge.com/ )

    (*) Ana Muro es coordinadora del Área de Negocios Inclusivos del CEADS.

    Negocios inclusivos

    Según la definición acuñada por el WBCSD “Los negocios inclusivos son aquellos negocios que relacionan las comunidades de bajos ingresos a lo largo de la cadena de valor, a través del empleo directo, del desarrollo de proveedores y distribuidores que sean miembros de las comunidades de bajos ingresos; o a través de un innovador desarrollo y la provisión de bienes y servicios asequibles que observen las necesidades insatisfechas de las comunidades de bajos ingresos”.

    La base de la pirámide

    En el libro La fortuna en la base de la pirámide, publicado hace casi una década, C.K. Prahalad sostiene que las empresas multinacionales no solo pueden ganar dinero vendiendo a los más pobres del mundo, sino que además es necesario para cerrar la brecha entre países ricos y pobres. Un elemento fundamental es el tamaño del mercado: alrededor de 4.000 millones de personas (en aquel momento).
    Cinco años después del lanzamiento, Prahalad dijo esto en una entrevista que le hiciera Knowledge@Wharton.
    “El impacto ha sido interesante y profundo en muchos sentidos. En primer lugar, instituciones multilaterales como Banco Mundial, Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas, Corporación de Finanzas Internacionales y USAid, ya se sumaron a la idea de que la participación del sector privado es fundamental para el desarrollo”.
    “Por primera vez en la historia de la humanidad, 4.000 millones de personas están conectadas. Hablar de 4.000 millones de personas de un total de 6.000 millones es hablar de un número grande. Es posible que de esa cantidad, unos 2.500 millones de personas sean consumidores como los que se describen en el libro. Entonces, lo primero que pasó fue un cambio fenomenal en el uso de teléfonos celulares y el impresionante aumento de abonados. Y esto ocurre en todo el mundo –África subsahariana, Su­dá­frica, América latina, India, Sudeste asiático y China”.

    Crece la clase media en todo el mundo

    Una revolución de los recursos

    En los próximos 25 años, el surgimiento de 3.000 millones de consumidores de clase media pondrá presión a los recursos nacionales. La carrera se ha largado para aumentar los recursos, remozar su administración y cambiar el juego con nuevas tecnologías.

    El abaratamiento progresivo de los recursos naturales apuntaló el crecimiento económico global del siglo 20. El siglo 21, en cambio, podría ser diferente. Durante los últimos 10 años, el rápido desarrollo económico en los mercados emergentes barrió con las declinaciones de los precios de los commodities del siglo pasado. Y en los próximos 20 años, hasta 3.000 millones de personas (y su poder adquisitivo) se sumarán a la clase media global. ¿Estará el mundo ingresando a una era de alza sostenida en los precios de los recursos, que llevará a una situación de creciente riesgo económico, social y geopolítico?
    Temores similares surgieron en el pasado pero con la ventaja del análisis retrospectivo se sabe hoy que los peligros percibidos en su momento resultaron infundados. En 1798, la tierra era el centro de las preocupaciones. En aquel famoso ensayo sobre el principio de la población, Thomas Malthus temía que el rápido crecimiento de la población superara la oferta de tierras cultivables generando pobreza y hambruna en el mundo. Lo que pasó en cambio fue que la revolución agro-industrial en todo el mundo quebró la relación de dependencia entre el desarrollo económico y la tierra.
    Las teorías malthusianas tuvieron breves resurgimientos, uno de ellos en el informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, a principios de los 70. Pero luego intervino una combinación de progreso tecnológico, descubrimiento de nuevas fuentes de aprovisionamiento y modos de utilización más productivos. Esos desarrollos deprimieron a casi la mitad el precio de un índice de materias primas esenciales (energía, alimentos, acero y agua) durante el siglo 20. Esa reducción se produjo a pesar de que la demanda para esos recursos crecía hasta 20 veces durante el período. Las fuerzas del mercado, y la innovación que generan, podrían acudir al rescate también en el siglo 21.
    Sin embargo, la dimensión del desafío actual no debería subestimarse porque entramos en una era de crecimiento nunca visto en los mercados emergentes. El último documento de la consultora McKinsey sobre el panorama de la oferta y demanda de energía, alimentos, acero y agua sugiere que sin un cambio en la productividad de los recursos y una expansión de la oferta provocada por la tecnología el mundo podría entrar a una era de precios altos y volátiles de los recursos. Hace falta nada menos que una revolución en este terreno.

    Evolución del panorama de recursos
    De 1980 a 2009, la clase media global creció en alrededor de 700 millones de personas, a 1.800 millones desde aproximadamente 1.100 millones. En los próximos 20 años, es probable que crezca otros 3.000 millones, a casi 5.000 millones de personas. Nunca antes el mundo había asistido a un crecimiento del ingreso con semejante velocidad y magnitud: China e India están duplicando sus ingresos per cápita reales a razón de 10 veces el ritmo que logró Inglaterra durante la Revolución Industrial y en una escala 200 veces superior. Con toda probabilidad, la expansión de la clase media global continuará la aceleración en demanda de recursos –energía, alimentos, materiales, agua– que viene ocurriendo desde el 2000.
    La demanda se va a disparar a medida que vaya siendo cada vez más difícil y costoso encontrar y extraer nuevos recursos a pesar de las mejoras tecnológicas en los principales sectores de recursos. A todo esto se suma el estrechamiento de los lazos entre los recursos, que aumentan el riesgo de que la escasez y los cambios de precios en uno se expandan rápidamente a otros.
    El análisis de McKinsey muestra, por ejemplo, que la correlación entre commodities críticos es ahora mayor que en cualquier otro momento del último siglo. El posible deterioro del ambiente, motivado por el creciente consumo de recursos, también podría limitar el crecimiento en la producción de algunos de ellos. El mayor uso del agua, por ejemplo, acompañado tal vez por cambios en los patrones de lluvias, podría tener un impacto material en el porcentaje de electricidad que provee la hidroenergía.
    rente de los del pasado, también lo será el know how tecnológico para hacerles frente. Técnicas de la industria aeronáutica están transformando el desempeño de la generación de energía por turbina de viento. Avances en técnicas de perforado horizontal, combinadas con fracturamiento hidráulico, han conducido al rápido desarrollo del shale gas (gas de esquisto) en Estados Unidos, cuya participación en la producción mundial de gas natural creció de 2% en 2000 a más de 20% hoy, según algunos cálculos.
    El desarrollo en materiales científicos y tecnología de la información da la posibilidad de mejorar notablemente el desempeño de las baterías, cambiando así las posibilidades para almacenar electricidad y, con el tiempo, diversificar las fuentes energéticas para el sector transporte. La química orgánica y la ingeniería genética pueden ayudar a gestar la próxima revolución verde, transformando la productividad agrícola, la provisión de bioenergía y el secuestro del carbono terrestre. En suma, al mundo no le faltan oportunidades tecnológicas.

    Revolución en los recursos
    La investigación de McKinsey presenta varios escenarios sobre el camino a seguir. Uno es el de la expansión de la oferta, o sea poner más recursos en disponibilidad mientras la productividad con que se usan sigue siendo más o menos la misma. Otro escenario es el de la productividad, que agrega toda una gama de oportunidades de aumento de productividad al caso base y compensa la brecha con el crecimiento de la oferta.
    La expansión de la oferta requeriría una inversión de capital de US$ 3 billones por año, casi US$ 1 billón más que las inversiones recientes. Tanto los costos de capital como las emisiones de dióxido de carbono en este panorama podrían mejorarse con más crecimiento en shale gas. Sin embargo, su promesa está sujeta a preocupaciones –todavía no investigadas en profundidad– sobre su posible impacto en el aire, el agua y la tierra.
    Por un precio algo más alto (US$ 3,2 billones por año), el mundo podría elegir la respuesta de mayor productividad.
    En total, las oportunidades en el escenario de la respuesta en productividad podrían satisfacer casi 30% de la demanda global de agua, energía, tierra y acero en 2030. También reducirían las emisiones globales de dióxido de carbono a 48 gigatoneladas en 2030, lo que equivale casi a la mitad de la meta fijada por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, según siglas inglesas) para poder contener en 2 grados Celsius el calentamiento global.
    Las empresas deberán prestar más atención a los temas relacionados con recursos en sus estrategias de negocios. La meta debe ser mejorar la comprensión de cómo los recursos afectarán sus ganancias, ofrecerán nuevas oportunidades de crecimiento e innovación, crearán nuevos riesgos, generarán asimetrías competitivas y cambiarán el contexto regulatorio.

    Un método sistemático
    Las consecuencias estratégicas de las tendencias relacionadas con recursos variarán según la compañía. Pero un punto de partida es adoptar un método más sistemático para comprender cómo el cambiante paisaje de los recursos podría producir nuevas oportunidades de crecimiento, crear ventajas de costos y generar nuevas presiones en el manejo del riesgo y la regulación. Entre las prioridades figura lo siguiente:
    Perseguir oportunidades de crecimiento. Ayudar a los consumidores y las compañías a usar o acceder a los recursos con mayor eficiencia debería ser muy buen negocio en los años venideros. Las grandes empresas, como General Electric y Siemens, están creando negocios que aumentan la productividad de los recursos, invirtiendo fuerte en energías limpias. En centros tecnológicos como Silicon Valley, gran cantidad de inversores y emprendedores en energías limpias buscan ganancias económicas revolucionando la productividad de los recursos.
    Aumentar la eficiencia interna. Las empresas tienen enormes oportunidades de mejorar la eficiencia en el uso de los recursos en la cadena de valor. Los fabricantes de productos envasados redujeron sus costos energéticos hasta 50% con aumentos en productividad.
    Administrar el riesgo. Las empresas deben desarrollar una comprensión más profunda de su exposición a diferentes recursos naturales, de las dependencias de su cadena de suministros y los riesgos regulatorios. El hierro, por ejemplo, se ha convertido en un material fundamental en los sectores de petróleo y gas por el giro hacia las perforaciones en aguas profundas. La producción de acero depende de la oferta de mineral de hierro, que a su vez depende fuertemente del agua que se usa para extraerlo. Casi 40% de las minas de hierro están en zonas donde escasea el agua y gran parte del acero se produce en lugares con poca agua.
    El trabajo se limita a mencionar cuatro de las 15 prioridades que identifica para aumentar productividad de recursos; estas son: aumentar la eficiencia energética en los edificios; reducir la cantidad de desperdicios alimentarios que genera principalmente la industria durante el procesamiento, empacado y distribución de sus productos; vehículos de próxima generación, especialmente eléctricos e híbridos; y acero de alta resistencia capaz de ahorrar 105 millones de toneladas de acero en 2030.
    La velocidad y escala con que se implemente lo que se acaba de enumerar dependerá de las reglas de juego impuestas por los Gobiernos.
    Para responder a la complejidad del mercado actual, los funcionarios a cargo de los ministerios más relevantes –energía, agua y agricultura– necesitan habilidades nuevas. Además, es difícil coordinar planes de acción entre ministerios. El sistema internacional de asistencia al desarrollo empeora las cosas porque sus propias agencias internacionales tienen intereses en su parte de la agenda. Esta situación de fragmentación institucional complica la acción de los Gobiernos individuales. Pero más allá de esta transformación de mecanismos y mentalidad institucional, los Gobiernos pueden actuar en tres frentes para facilitar el camino hacia una revolución de recursos.

    Fortalecer las señales de precios
    La incertidumbre sobre el futuro de los precios de los recursos, especialmente en un momento de alta volatilidad, dificulta a los inversores juzgar qué retornos podrían obtener sobre sus inversiones. Además, los regímenes fiscales en muchos países desincentivan el uso productivo de la energía, la tierra y el agua subsidiándolos en forma escandalosa. Reemplazar esos subsidios con precios relacionados con el mercado mejoraría el atractivo de buscar oportunidades para aumentar la productividad de los recursos en el sector privado.
    Sin embargo, es difícil implementar bien medidas de este tipo. Desenmarañar los subsidios a la energía, por ejemplo, requeriría otros medios de proteger a las poblaciones pobres que los subsidios se proponen beneficiar. Desenmarañar los subsidios al agua sería todavía más difícil por el impacto en la agricultura local y las poblaciones urbanas. Cualquier señal sobre precios futuros debe minimizar el riesgo de asimetrías competitivas y alentar a las empresas a continuar brindando el recurso que el mundo necesita.
    Con cualquier combinación de medidas sobre oferta y productividad que se aplique, para poder cubrir las necesidades de recursos de la economía global en los próximos 20 años habrá que aumentar la inversión entre 50 y 75%, a por lo menos US$ 3 billones anuales. Para lograr esto habrá que aplicar medidas que sorteen los peligros y reduzcan los riesgos de inversión, especialmente fortalecer los créditos al sector privado y clarificar derechos de propiedad.
    Frente a estos desafíos, hay que aumentar la resiliencia de largo plazo de la sociedad. Los legisladores podrán ayudar elevando la conciencia de los riesgos y oportunidades derivados de los recursos, creando adecuadas redes de protección para mitigar el impacto de esos riesgos sobre los más pobres y educando a consumidores y empresas para que adapten su conducta a las realidades del mundo actual. Toda acción que fortalezca la productividad de los minifundios simultáneamente expandirá la oferta de recursos y mejorará los resultados de distribución.

    Lo que puede ocurrir en una década

    Cinco tecnologías en ciernes

    La innovación en tecnología energética es una ola que crece con rapidez. Hay cinco tecnologías que podrían estar en condiciones de cambiar el paisaje energético para 2020. No todas triunfarán en el mercado; se ganarán un lugar solo si pueden mostrar mejor desempeño que otras alternativas.


    © Aania – Fotolia.com

    Los recientes descubrimientos en extracción de gas natural ponen de manifiesto la velocidad con que el desarrollo de tecnologías revolucionarias puede transformar el paisaje de los recursos naturales. Un poco más adelante hay otras, como la de los vehículos eléctricos, los motores de combustión interna alternativos, los sistemas solares fotovoltaicos y la iluminación LED, que se están beneficiando con la convergencia de software, electrónica masiva y procesos industriales tradicionales. Cada una tiene la posibilidad de multiplicarse por 10 en la próxima década.
    Sin embargo, es difícil poner a estas tecnologías en evolución en la curva de costos de recursos: podrían tener un impacto muy grande o muy pequeño, especialmente en el caso de tecnologías que requieren importantes innovaciones científicas y técnicas para lograr un costo viable en escala comercial.
    Matt Rogers, en un análisis preparado para la consultora McKinsey, describe cinco tecnologías que podrían desembarcar en 2020: almacenamiento a escala de malla, conversión de potencia digital, aire acondicionado sin compresión, ventanas electrocrómicas, carbón limpio, electrocombustibles y nuevos biocombustibles.
    Aunque sean solo algunas las que triunfen, esas podrán transformar el paisaje energético y generar aumentos en productividad en una escala no vista desde la Revolución Industrial. Veamos de qué se trata.

    Almacenamiento a escala de malla
    El almacenamiento a gran escala en las redes de energía eléctrica permite que la energía generada durante la noche haga frente a las exigencias del día. Hoy, este tipo de almacenamiento cuesta de US$ 600 a US$ 1.000 por kilowatt hora (kWh) y puede usarse cuando la geología local soporta sistemas hidrobombeados o de aire comprimido. Las innovaciones que usan baterías de flujo, baterías de metal líquido o ultracapacitores podrían reducir costos a US$ 150 o US$ 200 por kWh para 2020 y brindar almacenamiento de malla en todos los grandes mercados metropolitanos.
    A estos precios, para 2020, solamente Estados Unidos podría crear más de 100 gigawatts (GW) de almacenamiento (la capacidad equivalente a la actual flota estadounidense de generación nuclear).
    Semejante capacidad de almacenamiento sería transformadora: actualmente, la red energética estadounidense usa solo de 20 a 30% de su capacidad porque está construida para satisfacer picos de demanda muy alta. Con almacenamiento, se puede achatar esos picos y reducir el costo de transmisión y distribución de la energía. Las compañías energéticas también podrían usar el almacenamiento para suavizar la variabilidad en la oferta de energías renovables que dependen del tiempo, como la solar y eólica, para que sean mucho más confiables.

    Conversión de potencia digital
    Los transformadores de alto voltaje para gran escala, creados a fines de los años 1880, sentaron las bases para el desarrollo de la red eléctrica. Prácticamente esa misma tecnología se usa hoy. Un transformador tipo cuesta US$ 20.000, pesa 5.000 kilos y ocupa 250 pies cúbicos. Los conmutadores digitales de alta velocidad hechos de carburo de silicio y nitruro de galio fueron desarrollados para manejar energía de alta frecuencia en todo tipo de aplicaciones, desde aviones militares hasta trenes de alta velocidad. Usan 90% menos energía, ocupan 1% de espacio y son más confiables y flexibles que los transformadores existentes. Las aplicaciones de hoy incluyen productos electrónicos y motores industriales. A medida que esas aplicaciones se expanden y los grandes fabricantes de semiconductores comienzan a producir esas tecnologías a escala, podrían reemplazar a los transformadores convencionales en los servicios públicos para 2020. China está muy bien posicionada para beneficiarse con la electrónica digital para la proyectada expansión de la escala de su red.

    Aire acondicionado sin compresión y ventanas electrocrómicas
    Hoy cuesta entre US$ 3.000 y US$ 4.000 al año mantener en funcionamiento un acondicionador de aire de alta eficiencia en una zona cálida, y hasta las actuales ventanas eficientes dejan escapar 50% del aire frío que genera. Los acondicionadores de aire sin compresores deshumidifican el aire con desecantes en lugar del tradicional ciclo refrigerante de “comprimir/descomprimir”.
    La tecnología de ventanas electrocrómicas cambia la tonalidad de la ventana según la diferencia térmica entre el exterior y el interior. Esas tecnologías permiten reducir a la mitad la factura de refrigeración hogareña. Las ventanas avanzadas también podrían reducir a la mitad los costos de calefacción, permitiendo que el sol caliente las casas y mantenga el frío afuera. Esas tecnologías son caras hoy, pero para 2020 instalarlas debería costar la mitad de lo que hoy cuestan las más modernas ventanas y sistemas de refrigeración.

    Carbón limpio
    Hoy, la captura y secuestro de carbono cuesta US$ 8.000 a US$ 10.000 por kilowatt (kW). Los procesos en desarrollo podrían ayudar a los generadores alimentados a carbón a capturar más de 90% del dióxido de carbono que emiten, a un costo inferior a US$ 2.000 por kilowatt. Si la tecnología es viable para 2020, se podrían salvar casi 90% de las 200 plantas de carbón que Estados Unidos proyecta cerrar ese año. Lo mismo ocurre con plantas similares en China y Europa. El carbón sin secuestro de carbono siempre será más barato que carbón con secuestro. Pero por el camino que vamos el carbón con secuestro de carbono podrían ser más barato, más confiable y más aplicable que muchas tecnologías renovables.

    Biocombustibles y electrocombustibles
    Con los precios del crudo acercándose a los US$ 100 por barril, las acciones de los biocombustibles están subiendo. Aunque los biocombustibles celulósicos de segunda generación han demostrado ser más difíciles de hacer de lo que se suponía, startups dedicadas a biocombustibles celulósicos y de algas están comenzando a crear químicos especiales que prometen biocombustibles que cuesten US$ 2 o menos por galón para 2020. También se están desarrollando electrocombustibles que alimentan enzimas para crear moléculas de carbono que funcionan como los combustibles fósiles a un costo 10 veces inferior al de los actuales biocombustibles. Si estas tecnologías se pueden escalar, las limitaciones actuales para usar biocombustibles podrían disminuir.
    El ritmo de cambio en las tecnologías de base es mucho más rápido de lo que actualmente espera el mercado. Los líderes de empresas y países que descuiden lo que está ocurriendo en las márgenes hoy, s arriesgan a quedar al margen en un futuro no muy distante.

    Voces y testimonios de los protagonistas

    Cuando cuidar al mundo y a las personas se mide como negocio

    El debate en todo el planeta es intenso. La cuestión es si el tema central es cambiar el modelo de negocios para unir crecimiento y desarrollo sustentable, en lugar de acciones aisladas a favor del medio ambiente, por valiosas que sean.

     

    En casi todo el mundo desarrollado, a pesar de las restricciones que impone la nueva crisis financiera y económica, la mayoría de las empresas ha optado por ese cambio del modelo de negocios.
    En nuestro entorno falta mucho todavía para que ese proceso sea masivo. Algo similar pasa en toda América latina. Sin embargo, en nuestro medio, comienza a escucharse la voz genuina y convencida de actores de excepción.
    Eso es precisamente lo que intentamos reflejar en este capítulo del tema central de portada.
    Unilever alinea a sus proveedores en su modelo ambiental, social y económico de hacer negocios, Ford les hace firmar un código de conducta a sus autopartistas, P&G atrae a sus marcas bajo un paraguas sostenible, Natura sube al segundo lugar en el podio de Global 100 de Davos y hace casting en América latina de proyectos certificados, Kimberly-Clark sella con tres P cada movimiento (producto, persona, planeta), Whirpool mezcla el agua con la energía en su matriz económica blanca. Y así la cultura de la sostenibilidad recorre las cadenas de valor hacia arriba y abajo, desde el pequeño agricultor mendocino o vietnamita, a la Pyme que hace las rótulas de suspensión a la terminal automotriz más verde del mundo, Toyota, terminan enrolándose en este modelo de negocios que excede de los balances contables tradicionales y se conoce como de crecimiento sostenible. El entorno ambiental y el social son ponderados tan activos como un predio, una maquinaria, una patente, o un recurso humano.

    Por Rubén Chorny

    Unilever

    Menos energía, menos carbono,pero ahora con inclusión social

    Relacionada directamente con cada ciudadano en cada góndola y con sus empleados en el día a día, una de las líderes globales en consumo masivo se empeña en ganar dinero, reducir el impacto ambiental y mejorar las comunidades con las que interactúa. Todo por el mismo precio.


    Tarcisio Mulek

    A los primeros que entusiasmó el Plan de Vida Sustentable adoptado en 2010 como modelo de negocio para hacer crecer la compañía, reducir su impacto ambiental y promover el desarrollo social y económico fue a los empleados. Comprendieron que la sustentabilidad es la única opción para el futuro del planeta.
    Tarcisio Mulek, coordinador de Responsabilidad Social Empresaria y Sustentabilidad de la firma en el Cono Sur, vaticina que no transcurrirá mucho hasta que los PBI midan la calidad de vida, el nivel de consumo, junto con la accesibilidad a algunos beneficios.
    Desgrana: “Podíamos seguirle vendiendo a la clase media y a la pudiente, y hubiéramos mantenido un impacto ambiental acorde al propuesto, pero preferimos incluir también a las comunidades emergentes, que al mejorar su nivel adquisitivo, la forma en que presentan la economía de su país, empiezan a comprar productos a los que antes no llegaban. Eso sí, no podemos trasladar proporcionalmente el impacto ambiental a ese índice de desarrollo humano que se cruza con la existencia de un mayor consumo de productos, de energía, de conectividad, de cosas que no son necesariamente básicas para la subsistencia, como sería un desodorante”.
    En los últimos 10 años, la relación entre los activos existentes, como el capital humano, maquinarias, los predios, todo lo que se puede cuantificar, y la de los llamados intangibles, se revirtió en estos de 20% a 80%.
    “Hoy una inversión en una planta productiva representa mucho dinero y le estamos explicando a nuestro equipo financiero que no podemos medir el retorno en un cuatrimestre ni en un año, sino que se va a repagar en 10/15 años, lapso en el que se monetiza esa modificación, que implica reducir un riesgo altísimo como quedarnos sin energía. También hay otro cálculo relacionado con qué sucede con lo ambiental, lo cual es social pero también económico”, expone.
    En el aspecto humano, señala que se está cumpliendo la certificación de toda la cadena de valor, especialmente en el sector agrícola. “Al proveedor de insumos para la sopa deshidratada, por ejemplo, de puerro u otros vegetales como albahaca o cebolla de verdeo, papa, o la calabaza especial para deshidratar que hacemos en Mendoza, no podríamos exigirle que cumpla con ese montón de estrategias que miden todo su ciclo de vida, si no lo pensamos como una forma de sociedad”.

    A escala global y local
    Destaca también el trabajo que se hace con Oxfam a escala global, en el caso también de la Rainforest Alliance para lo que es la parte de té, y en la Argentina todo lo que tiene que ver con el código de agriculturas sustentables de Unilever con todos los emprendedores agrícolas de Mendoza, Córdoba y San Juan, a los que se les compra tomates y otras especias.
    En los últimos dos años se trabajó con ese proveedor para lograr una base mínima de lo que significa desarrollo humano. “No queremos chicos en el surco, no trabajando en el ciclo de vida de los productores, y para eso hay todo el tiempo algo más policíaco que es ir a ver cómo se está produciendo”, afirma.
    Así como las plantas productoras ya vienen con un trabajo de años en reducir el impacto ambiental, mejorar las comunidades, y buscar un trato justo con proveedores y clientes, “el consumidor genera el impacto mayor”, asevera.
    Al medir los gases de efecto invernadero que promedió la cadena de los más de d