Todo cambió para las bodegas argentinas. Sí, para las mismas que, con el Malbec como estandarte, elevaron su presencia en el negocio global del vino de la nada misma a 4,5% del total, a finales de la década pasada. Y que, gracias a un tipo de cambio competitivo y costos relativamente bajos en divisas, lograron “mantener la tasa de crecimiento promedio de exportaciones más alta del mundo”, en la primera parte de ese decenio, hasta alcanzar cifras cercanas a US$ 1.000 millones, según datos de Alberto Arizu (h), director de Luigi Bosca y de Wines of Argentina, entidad que promueve los vinos criollos en el exterior. Pero nada es para siempre y hoy en día les resulta difícil ganar dinero con las exportaciones de menos de US$ 30 FOB por caja. “Eso significa que los vinos que cuestan en el retail cerca de US$ 10 la botella no son rentables. Y ese segmento significa 70% del consumo mundial. De todas maneras, invertimos mucho dinero en los últimos 20 años en equiparnos, ocupar mano de obra calificada, ampliar la infraestructura y promocionar la marca de la Argentina en nuestros vinos. Por lo tanto, es difícil tomar la decisión de dejar de exportar”, asegura. Además de lamentar el desaliento a las ventas externas que, inevitablemente, pone en riesgo el esfuerzo realizado, para el heredero de Leoncio Arizu la contradicción radica en que nuestro país todavía tiene mucho espacio para crecer en el mundo vitivinícola. Pero sostiene que “los incrementos en nuestros costos, a raíz de la inflación de los últimos años, son difíciles de trasladar a los precios internacionales, tanto por la elevada competencia como por la crisis europea que también obliga a esos países a ser muy agresivos”. “La Argentina es un país grande y necesita ser competitivo en el segmento de mercado de las franjas más bajas”, se queja. Pero yendo a la cuestión que motiva este informe, los caldos de alta gama todavía no se ven del todo afectados. “La demanda de vinos argentinos en el mundo sigue firme y, si bien hoy nuestros márgenes se deterioraron significativamente, las exportaciones en los segmentos más altos continúan creciendo en tasas de doble dígito”, informa. Es el caso de la bodega mendocina Lagarde, de la familia Pescarmona. De hecho, cerró el primer cuatrimestre con un incremento global de 38% en las ventas medidas en dinero y de 7,6% en volumen, para sus líneas Guarda Blend, Malbec DOC, Guarda Cabernet Franc, Primeras Viñas, Henry Gran Guarda N° 1, en comparación con el mismo período del año pasado. “Este incremento se debe básicamente a un reacomodamiento de los precios en el mercado externo y al incremento del volumen de las partidas de cada línea”, sostiene Juan Pablo Angelillo, su gerente general.
Oportunidades como en China Otro tanto ocurre con la bodega El Esteco, con sede en Cafayate, Provincia de Salta. De hecho, prevén un crecimiento de 30% en sus ventas cuando concluya el año en curso. En gran parte, debido a “las oportunidades que presentan países tan atractivos como China y su interés en la alta gama de los vinos del Nuevo Mundo (como se denomina a los productores no europeos)”, de acuerdo con Lisandro Luppi, gerente comercial de la vitivinícola cuya nave insignia lleva la denominación de Altimus. Sin embargo, aclara que su rentabilidad permite continuar invirtiendo y mantener atractivo el negocio, pero “no es la deseada”. Por esas mismas razones, muchas bodegas premium vienen creciendo circunstancialmente más aquí que en el exterior, al menos en lo que va del año. Los números de Familia Zuccardi reflejan esa tendencia. Basta comparar las alzas de 10% en volumen y 30% en valor en las ventas destinadas al mercado local, durante los primeros cinco meses del año, con las más modestas de 3% en volumen y 6% en valor en las exportaciones de sus líneas Serie A, Q, Emma Zuccardi, Tito Zuccardi, Zeta y Aluvional. “Es consecuencia de la evolución del perfil del consumidor argentino”, observa José Alberto Zuccardi, su director, sobre el primer fenómeno. Incluso, a varias bodegas boutiques les resulta más sencilla la comercialización de sus productos más caros dentro de nuestro país. “Es paradójico pero, en los segmentos de menor precio, la competencia es muy importante y juegan grandes productores con mucha capacidad de encarar promociones y regalar vino para desarrollar marcas”, indica Manuel Mas, director de Finca La Anita, con dos líneas high end: Varua, la de mayor valor, y la que lleva el nombre de la bodega. Sin embargo, más allá del aumento que pueda conseguir cada bodega en su cuota, el consumo en la Argentina permanece estancado desde hace algunos años, según las estadísticas del sector. “Si bien los argentinos estamos acostumbrados a procesos inflacionarios, creer que solo afecta el margen de rentabilidad es un enfoque equivocado. La inflación también le quita poder de compra al consumidor, que debe administrar de manera más eficiente sus ingresos. Los vinos de los segmentos más altos no son artículos de primera necesidad, sino gustos que el consumidor recorta ante este panorama”, observa Angelillo. Y además, la inflación también recorta competitividad externa. “Es sumamente preocupante para cualquier industria y mucho más para una con gran necesidad de capital de trabajo como la nuestra. Los costos anuales de los insumos secos, la mano de obra y la estructura se incrementan entre 20 y 30% y es imposible trasladarlos al precio en su totalidad. Los mercados externos no aceptan demasiados incrementos y, si lo hacen, se corre serio riesgo de quedar afuera del segmento, con la consecuente pérdida de market share y de espacio en góndola”, continúa el máximo responsable de Lagarde. En efecto, el impacto negativo acumulado sobre la rentabilidad ronda 35% en los últimos cuatro años, con relación al margen histórico solicitado a este tipo de productos, de acuerdo con el ejecutivo. “Y eso, sin tener en cuenta los costos financieros de tener un producto dentro de la bodega durante tres años antes de que salga a la venta”, puntualiza. Pero las dificultades son comunes al resto de la industria y por eso la agrupación Bodegas de Argentina busca sensibilizar al Gobierno nacional y al provincial al respecto. Manuel Mas, de Finca La Anita, no elige eufemismos al respecto: “Recibimos dólares al cambio oficial, que se aleja cada vez más de los costos locales de mano de obra, insumos y combustibles”. Y es más, arriesga que si la situación no se adecua en el mediano plazo, “los vinos argentinos van a perder mucho de los mercados ganados en los últimos años”.
Las alternativas Si bien los problemas relacionados con la inflación y el tipo de cambio exceden al propio sector, sería iluso que las bodegas de nuestro país, como los integrantes de cualquier otro rubro exportador, se cruzaran de brazos a esperar que la situación mejore. Obviamente no es así. De hecho, se observan casos como el de Bodega Del Fin del Mundo, con sede en San Patricio del Chañar, Provincia de Neuquén, cuyo mix de despachos ya alcanza cifras de 70% para el mercado local y 30% para las exportaciones. “Nuestra participación en el comercio exterior varía dependiendo de las condiciones del tipo de cambio”, justifica Pedro Soraire, su gerente general. Otra de las acciones que encaran las empresas, entonces, se orienta a conseguir una mayor cuota en los distintos segmentos de demanda, mediante el lanzamiento de nuevos productos. “Es una de las estrategias que estamos implementando. En ese sentido, y de cara al futuro, estamos trabajando intensamente en el conocimiento profundo de los mejores terroirs de la Argentina”, subraya José Alberto Zuccardi. La alternativa pasa también por la mejora de la eficiencia. “Ante variables que no podemos manejar directamente como la inflación, nos concentramos en los costos operativos. Por ejemplo, una correcta planificación comercial repercute directamente sobre ellos. Por eso, trabajamos codo a codo con nuestros importadores y grandes clientes para elaborar pronósticos certeros. Además, invertimos en maquinaria para nuestra planta de fraccionamiento, redujimos la estructura y estamos siendo muy cautelosos con otros gastos no contemplados dentro de nuestro plan estratégico”, precisa Juan Pablo Angelillo, de Lagarde. Eso también se advierte en la extensión de la vendimia mecanizada, algo inédito hasta hace poco tiempo. “Además de mejorar los costos de producción, también se recortan los gastos de promoción, una decisión difícil porque el mercado es más competitivo y cuesta mantener la posición mucho más que antes”, analiza Alberto Arizu (h), de Luigi Bosca. Una de las asignaturas pendiente, en el mismo sentido, es la falta de competitividad del transporte, debido a las largas distancias entre las zonas productoras y los puertos. “Hoy, nuestros gastos de logística son los más altos del mundo”, se lamenta el bodeguero. En lo que sí coinciden todos es que, a pesar de la coyuntura, deben seguir apostando a la calidad de los vinos, justamente lo que destaca a los productos de alta gama del resto.
Preocupación por el agua
Hervé Birnie-Scott, director de bodega, enología y viñedos de Moët Hennessy Argentina, confiesa que una de sus mayores preocupaciones es el medio ambiente y, más específicamente, el agua. “Es escasa en la zona semiárida de Mendoza. Tenemos que tomar más conciencia de su valor, optimizar su uso y cuidarla, tanto a escala urbana como agrícola”, indica. Al respecto, señala que, bajo el liderazgo del Departamento General de Irrigación de la provincia, se están realizando mediciones del recurso hídrico real y su evolución en el tiempo. “Es un trabajo vital para el futuro. Desde nuestras bodegas apoyamos estas acciones, deseando la continuidad de la gestión y coraje para tomar las decisiones apropiadas, a fin de que Mendoza pueda seguir desarrollándose en el largo plazo”, señala. Como aporte, informa que las bodegas a su cargo están trabajando con una planta de afluentes que permite tratar 100% del agua usada en los procesos productivos y luego reutilizarla para regar cuatro hectáreas de eucaliptos y una y media de un viñedo de Malbec, situados en Agrelo, Luján de Cuyo.