Sin licencia social no habrá minería

    En un Gobierno que cuida casi obsesivamente su política de comunicación, fue una estrategia mala e incompleta. El anuncio: se eliminaron las retenciones impuestas por el Gobierno anterior a la actividad, y la reacción fue como si se hubiera otorgado un privilegio y peor aún, resucitó la mal encarada cuestión sobre la necesidad de la minería, que para muchos debería ser prohibida, en especial si la explotación es a cielo abierto.
    Más claro que nunca quedó lo que viene advirtiendo Mercado desde hace años. Lo esencial es dar la batalla por ganar la opinión de una sociedad que adversa la actividad. La minería es un capítulo cada vez más importante de la economía nacional. Es una industria lícita, hay un Código de Minería de la Nación y legislación específica. Pero debe realizarse en condiciones sustentables. Dañar e impactar lo menos posible y reparar lo que se ha hecho. Este nuevo Gobierno, que pretende generar un ambiente más amigable con las empresas, oportunidades de negocios y el mercado de capitales internacionales, debe terminar con las falsas disyuntivas en el sector minero.
    ¿Qué fue lo que pasó en realidad? Un paso importante se dio en 1993 cuando se dictó la ley de inversiones mineras, que fue aprobada por todos los sectores políticos. En ese momento nace una era distinta de la Argentina que ingresa finalmente en la gran minería.
    La meta era contar con un mecanismo lo suficientemente estable y seguro como para que ingentes sumas de dinero que se necesitan para proyectos de esta naturaleza pudieran hacerse en un marco de previsibilidad. Tener un esquema tributario estable resultaba esencial por la certeza de que no cambiarían las reglas de juego. Se les garantizó que no se modificarían los impuestos por un largo periodo. En verdad hubo nuevos gravámenes y especialmente retenciones a la exportación, que son las que precisamente ahora se dejaron sin efecto. 
    Es decir, se retrotrajo la situación al régimen original, que hay que honrar legalmente.

    Balanza comercial favorable


    La minería es una de las pocas actividades económicas que tiene un enorme saldo positivo en su balanza comercial, donde las exportaciones superan muchas veces las importaciones.
    Potencialmente el país tiene reservas fabulosas, pero para explotarlas hay que transitar un largo proceso que nace con la prospección, la exploración, el proyecto de factibilidad, la construcción y recién la explotación. Y en exploración, hay que invertir y muchas veces a fondo perdido. Falta explorar la mayoría de los sectores donde puede haber riqueza mineral.
    Se impone una gran batalla por la opinión pública en un debate que está surcado por dos ejes. Uno es que la minería y el desarrollo se oponen y que el mundo puede desarrollarse sin ella. Es un absurdo. El otro eje es que los países que han logrado desarrollarse trasladan la minería al mundo periférico porque es una actividad que compromete el medio ambiente.
    “Un mundo sin minería es inconcebible aun en términos de las políticas que tiene que llevar adelante este mundo para combatir los gases de efecto invernadero, porque tiene que diversificar las fuentes de energía y tiene que ir a las energías renovables. ¿Con qué se hace un molino eólico? ¿Con qué se hace una pantalla solar? ¿Con qué se hace una turbina de estas que podemos poner para hacer energía mareomotriz? Con metales, con minería. Es inconcebible un mundo sin minería. De lo que se trata –afirma con vehemencia Daniel Gustavo Montamat, consultor, ex secretario de Energía, ex presidente de YPF– es de minería sustentable”.
    En cuanto a la segunda acusación, Montamat –que acaba de publicar el libro Minería y desarrollo– advierte que Estados Unidos, Canadá, Australia, por sus territorios, están en casi todos los productos de minería metalífera y no metalífera. Y no son precisamente países periféricos. Pero hay otro dato recuerda: Suecia y Finlandia están entre los principales 10 destinos de inversión para descubrir nueva minería, es decir inversión minera exploratoria.
    ¿Es imaginable una prohibición general de la actividad minera en todo el planeta? Veamos las restricciones que supondría para el resto de los sectores, empezando por la construcción, el transporte y todas las actividades productivas. Se paralizaría todo. Incluyendo la posibilidad de desarrollar una estrategia sustentable para enfrentar el cambio climático, introduciendo más energía renovable. En el caso de las turbinas eólicas, las torres utilizan bauxita, molibdeno, hierro y zinc. Para imanes y baterías, cobalto y cobre. Los paneles solares requieren cadmio, cobre, galio, indio, molibdeno, selenio, sílice. Telurio para las células electrovoltaicas, arsénicos para los semiconductores, y dióxido de titanio para los paneles.
    Tampoco es correcto asumir que la minería se prohíbe en los países centrales con el objetivo de desplazar una actividad contaminadora a la periferia. Estados Unidos, Australia y Canadá figuran entre los cinco mayores productores y exportadores de casi todas las sustancias minerales comunes, desde cobre, plata, uranio, níquel, oro y hierro, hasta bauxita, aluminio, azufre y carbón.

     

    Obama actúa como si empezara su mandato

    Donald Trump, un delirante candidato que asusta a buena parte del Partido Republicano con sus dichos y exabruptos, por un lado; y una Hillary Clinton corrida por izquierda por un socialista septuagenario casi desconocido, han colaborado eficazmente con la etapa final del Gobierno del actual Presidente que está en pleno ejercicio de sus funciones.
    En lugar de ser un lame duck (un pato rengo) como llaman a un mandatario al final de su mandato cuando pierde prácticamente todo su poder, Obama ha desplegado una acción intensa como si estuviera al inicio de una gestión presidencial.
    La visita del Papa, la apertura de relaciones con Cuba, un progresivo alejamiento del Medio Oriente (aunque el caso de Siria y la intervención de Rusia son una piedra en el zapato), pero sobre todo el despliegue realizado en el Pacífico, el nuevo escenario del poder económico global para contener la expansión de otra superpotencia como China, lo ponen en el centro de la escena.
    Hace pocos días se firmó en Nueva Zelanda el Tratado Transpacífico (acuerdo logrado a finales de octubre pasado en Atlanta), que arma un bloque de naciones que representan 40% del Producto Bruto Interno global (Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Perú, Malasia, Singapur, Vietnam y Brunei).
    Quizás en esto Obama también se apunte un éxito. Es vital para Washington. Esta arquitectura económica internacional entronca con las nuevas realidades del siglo 21, el poder se ha desplazado al Pacífico y es necesario rebalancear la política asiática para impedir la hegemonía de Beijing. Este es el objetivo central del TPP (Tratado Transpacífico). Es la joya de la construcción geopolítica para las décadas venideras.

    Objetivos de la nueva cumbre


    Ahora, casi sin respiro, el Presidente presuntamente en retirada, recibe en California –simbólico: en el mismo lugar donde hace dos años se reunió con el Presidente de China– a los líderes de ASEAN (sigla inglesa por la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) una organización regional fundada en 1967, compuesta por 10 países miembros: Malasia, Indonesia, Brunei, Vietnam, Camboya, Laos, Myanmar, y Singapur (Papua Nueva Guinea y Timor Oriental son estados observadores). Una zona habitada por 600 millones de personas con un PIB conjunto de US$ 5.700 billones (como se advierte, hay algunos socios que también están en el Tratado Transpacífico).
    Comercio y las pretensiones de China sobre el mar circundante, serán tema central de las deliberaciones. La clave está en cuál será el actual y el futuro papel de esta región en la política externa de Estados Unidos.
    El encuentro pone aún más de relieve la importancia que la actual gestión le ha dado –durante sus dos mandatos– a la zona del planeta que ha cobrado relevancia geopolítica insospechada pocas décadas atrás.
    Es un nuevo enfoque. Estados Unidos ha sido el primer país no miembro en nombrar un embajador residente en el ASEAN, institucionalizar las reuniones anuales con el grupo, lo que implicó alejarse del tradicional enfoque estadounidense que privilegiaba el área del Noreste asiático.
    El encuentro será el primero en suelo estadounidense. Pero además el temario estará lleno de sustancia. Temas críticos serán tratados al más alto nivel con los principales actores en el escenario. La idea de “alianza estratégica” a la que se quiere llegar para 2020 podrá tener un plan de acción concreto.
    Para los países asiáticos es una discreta oportunidad de abordar desafíos globales como el cambio climático, la expansión de ISIS y el fundamentalismo islámico, además de reforzar la arquitectura diseñada para reforzar las contribuciones del área a la paz y al progreso comercial.
    Para Washington la meta es clara: solamente cuatro países ASEAN están en el Tratado Transpacífico. Aquí está la oportunidad estadounidense de abordar, impulsar y participar de otras iniciativas más amplias que interesen a toda la región. Como en temas de infraestructura, innovación y emprendedorismo.
    Cualquiera sea el sucesor de Barack Obama en la Casa Blanca no podrá ignorar –desde ahora– la vital importancia que tiene la región para Estados Unidos.
    Del mismo modo que la reunión que tuvo lugar en suelo estadounidense en 2014, con casi todos los líderes africanos, definió una prioridad de política exterior que habrá que continuar.