Una ventana de oportunidad

    Todas las economías, las avanzadas y las otras, convergen en un estado de bajo crecimiento caracterizado por pocas inversiones, productividad estancada y poca confianza en el sector privado.
    El índice combinado que realizan todos los años la estadounidense Brookings Institution y el diario británico Financial Times sobre la economía mundial muestra un panorama general de desaliento que contrarresta aisladas señales de fortaleza en algunos indicadores económicos en algunos países. La interpretación es que se ha instalado un clima de poco crecimiento, negocios frágiles y escasa confianza de los consumidores, bajas tasas de interés, sistemas financieros bajo presión, tensiones comerciales e inestabilidad política.
    En la mayoría de los países parece haber poca perspectiva de que se tomen las medidas políticas fuertes que hacen falta para romper el círculo vicioso. En muchos países los Gobiernos, para tapar sus propios fracasos, siguen culpando al cuco externo y alimentan así sentimientos nacionalistas y proteccionistas que en definitiva terminan siendo un tiro en el pie.
    ¿Es posible que haya crecimiento y que no desaparezca el capitalismo, si no se advierte el imperativo impostergable y la centralidad de la sustentabilidad? Esta es la avenida por donde habrá que transitar durante todo el futuro previsible.
    No todos los actores han percibido el giro dramático que se ha dado en poco tiempo, en torno al concepto y significado de ideas tan abarcativas como la sustentabilidad, y más específicas como la Responsabilidad Social Empresaria. Si estos conceptos están en auge y atraviesan el centro de la escena no se debe a una moda efímera, ni a una teoría de management en boga.
    Es mucho más que eso. Es un proceso indisolublemente unido a los dos grandes debates de este tiempo que dominan el escenario mundial.
    El primero, vinculado al crecimiento económico. De una parte están los que creen que el crecimiento económico es permanente, para siempre. Que puede tener altibajos, pero que en el largo plazo, siempre existirá, como lo demuestra la historia de la humanidad, y ahora la fuerza disruptiva de la tecnología que transforma los modos de producir bienes y servicios, las fuerzas laborales y hasta los estilos de vida.
    De la otra, los que afirman que la segunda mitad del siglo pasado presenció un crecimiento económico formidable, pero que eso no implica que se repetirá indefinidamente. Algunos sostienen que habrá un crecimiento menor que el promedio histórico del siglo pasado, pero otros piensan que el chaleco de fuerza de la sustentabilidad transformará esta visión antigua del progreso indefinido.

    Conflictos y debates

    El tema del nuevo auge del proteccionismo y de lo que parece el intento globalizador en retirada se toca también con las fronteras de otros conceptos relevantes, como el gran debate en torno al crecimiento económico y el conflicto entre capitalismo y democracia. La sombra del proteccionismo nubla el firmamento de la mayor parte del mundo industrializado. Tratados comerciales importantes que tenían vistas de convertirse en realidad cercana, han sido abandonados y postergados, tal vez para siempre. El mundo es distinto. La globalización atraviesa por su peor momento.
    Pero, además, no son buenos tiempos para las convicciones democráticas. Según el informe anual que produce Freedom House –el think tank que elabora este reporte sobre el estado de la democracia cada 12 meses– la democracia estuvo en retroceso durante la última década. El año pasado hubo 72 países que presenciaron una declinación en libertad, el mayor número durante el decenio.
    Hay un claro renacimiento del populismo autoritario. Un estancamiento permanente o de largo plazo es la hipótesis dominante. Si se combina la falta de equidad en la distribución del ingreso con el menor índice de crecimiento económico, y el evidente ascenso del populismo, se comprende el grado de pesimismo y clima sombrío que se percibe tanto en el mundo desarrollado como en el de los emergentes. Los actuales desafíos –está claro– no son la herencia de la crisis financiera de 2008, sino el impacto de profundos cambios estructurales en la economía.
    La percepción es que se está ingresando en territorio desconocido y peligroso.