Noruega se convierte en paladín de la transparencia

    El Fondo Petrolero nació allá por la década del 90 cuando Noruega, como la hormiga en la fábula de La Fontaine, decidió poner a buen recaudo la riqueza obtenida por la extracción y venta del crudo y gas. Evitó de ese modo ser víctima de “la maldición del petróleo” en que cayeron todas las cigarras que se dedicaron a despilfarrar. Ese fondo no se tocó durante muchos años hasta que fue tan enorme que el Gobierno decidió hacerlo trabajar para financiar las jubilaciones y pensiones de sus ciudadanos. Por eso hoy se lo conoce también como Fondo de Pensiones.

    A más de dos décadas del momento en que el Gobierno hiciera su primer depósito en ese fondo de riqueza soberana, el país comienza a aprender a manejar ese monstruo que duplica el PBI nacional, dijo The Economist el año pasado. Los ingresos anuales que genera exceden los ingresos por venta de petróleo.

    En la actualidad maneja activos que se calculan en US$ 915.000 millones que invierte fuera del país para evitar una espiral inflacionaria. Es el fondo soberano de inversión más grande del mundo con una participación accionaria de 1,3% en las 9.000 empresas más grandes del planeta y se ha decidido a exigirles transparencia. Desde esa posición de influencia se ha lanzado en una campaña para impulsar una drástica revisión de la remuneración ejecutiva y apunta contra los planes de incentivo de largo plazo (LTIP por sus siglas en inglés). “Son defectuosos y deberían eliminarse”, dice su presidente, Yngve Slyngstad, quien también se dispone a presionar a todas esas compañías para que obliguen a sus CEO  a tener una participación accionaria por períodos de por lo menos cinco o 10 años. También instará a los directorios a poner un techo a la remuneración ejecutiva. “Estamos enviando señales de que esperamos cambios en la forma en que se estructura la remuneración. Con el tiempo, esperamos que los planes de incentivos de largo plazo vayan siendo eliminados gradualmente”, dijo Slyngstad.

    El fondo, dice su presidente, evitó durante mucho tiempo hablar públicamente  sobre remuneraciones por temor a ser catalogado como ente “moralizador” que pontifica desde la seguridad de la igualitaria región nórdica. Pero finalmente decidió zambullirse en el debate sobre remuneración ejecutiva y reclama a viva voz programas de retribución que sean de largo plazo, simples y transparentes. Slyngstad dijo que el tema de cuánto se le paga a un director ejecutivo es crucial para asegurar que una compañía se oriente hacia la creación de valor en el largo plazo. “Creemos que ni la sociedad en su conjunto ni los reguladores, inversores, directorios y ni siquiera los CEO están cómodos con la situación en que estamos en este momento. Hay mucha gente que admite que hace falta un cambio”, agregó. Según Slyngstad, los LTIP se han convertido en un elemento cada vez más importante de la remuneración de muchos CEO. En Estados Unidos representan 57%  del total percibido y en Gran Bretaña duplican el salario base. En este último país, sin embargo, se ha producido recientemente una violenta reacción contra los LTIP que llevó a que una de cada 10 compañías esté en este momento considerando abandonarlos. En abril un grupo de parlamentarios que integran la comisión de estrategia para la empresa y la industria también pidieron que se eliminen. El jefe del fondo se reunirá con presidentes de directorio y otros inversionistas para explicarles su posición: muchas veces los planes de incentivos de largo plazo  fueron demasiado complejos para ser comprendidos y sirvieron de pantalla para beneficiar a los gerentes. “Esas métricas crean una distracción para los CEO, los directorios y también para los inversores”, dijo Slyngstad. Más que fijar un determinado nivel de remuneración aceptable para las compañías al fondo le interesa que sean los mismos directorios los que decidan lo máximo que puede ganar un director ejecutivo por año. El fondo ya comenzó a votar en contra de las políticas de remuneración de algunas de las compañías más grandes del mundo. El año pasado, por ejemplo, votó contra las políticas de pagos de Alphabet, Goldman Sachs, JPMorgan y Sanofi, entre otras.