A principios de la década de 1980 Hans Rosling, el gran físico y estadístico sueco (que falleció en 2017), trabajó como funcionario médico en el distrito de Nacala, un remoto rincón en el norte de Mozambique. Treinta años después volvió para ver qué había cambiado. Su sorpresa fue grande. Allí donde los visitantes que llegaban por primera vez veían solo pobreza y falta de desarrollo, Rosling detectó mejoras por todas partes. En el hospital, vio que las salas tenían bombitas de luz y que las enfermeras tenían anteojos y sabían leer y escribir.
Para él esas cosas eran la prueba de que Mozambique estaba en un camino que finalmente sacaría a su gente de la pobreza y la conduciría a un destino de dignidad y prosperidad. Rosling peleó contra lo que llamaba el “instinto del destino”. Eso era, en sus propias palabras, “la idea de que las características innatas determinan los destinos de la gente, los países, las religiones y las culturas”.
En su peor expresión, el instinto de destino es una forma de racismo, porque atribuye ciertas cualidades a ciertas razas. Decir que los africanos son naturalmente corruptos o naturalmente “tribales” es algo que cae dentro de esta categoría. El instinto de destino es también una suerte de fatalismo, porque se podría decir que por su trayectoria histórica o cultural un país está condenado para siempre.
Rosling no compartía esas ideas. Después de todo, cincuenta años atrás, la gente decía más o menos lo mismo de Asia. Se creía que países como Malasia, Surcorea, China e India eran incapaces, cultural e institucionalmente, de alcanzar a los países desarrollados. Eso demostró ser una tontería. En Nacala, Rosling vio señales importantes de que Mozambique también puede lograrlo.
El país estaba destrozado por las guerras anteriores a su independencia en 1975 y que se prolongaron durante 20 años más. Hoy es una de las economías más pobres de la tierra.
Sin embargo desde el año 2000, la expectativa de vida creció más de diez años para situarse ahora en 61 años. La mortalidad infantil cayó de 176 por 1.000, a 71. Eso todavía es alto. Pero la mejoría es notable.
El progreso gradual
Los 50 países del Ãfrica subsahariana han reducido la mortalidad infantil a mayor velocidad que su Suecia natal. En un libro que publicó junto a su hijo y su nuera, Factfulness, Rosling explicó que el progreso suele ser secreto, silencioso y gradual y habla de la importancia de registrar los cambios que produce: “Ir anotando las mejoras graduales. Un pequeño cambio todos los años puede significar un cambio enorme en varias décadas”.
Ola Rosling, su hijo, dice que nuestra incapacidad para anotar el cambio incremental es lo que impidió a la gente entender el surgimiento de China. Pocas personas advirtieron el enorme progreso que estaba haciendo China en los años 80 y 90.
Observaron el surgimiento de China hacia finales del siglo 20 como si apareciera de la nada. Pero en realidad se había venido gestando durante décadas con pequeños avances casi imperceptibles. En Ãfrica, menciona el caso de las escuelas. En todo el continente los gobiernos han hecho un gran esfuerzo en educación básica. Desde 1990 hasta 2012, la inscripción en escuela primaria se duplicó con creces hasta llegar casi a 150 millones según un informe de la Unesco de 2015.
Cuando los críticos le señalan que en realidad los maestros tienen un ausentismo alarmante, o que son casi analfabetos, Ola Rosling responde que no entienden. Lo importante es que los niños están en la escuela y no trabajando en los campos. El precedente de la educación se ha instalado. Algunos niños aprenderán a leer y los maestros mejorarán. “Tienen que entender que el desarrollo lleva 100 años y ustedes quieren que ocurra en 10”.
¿Los Rosling son ingenuos? Tal vez Ãfrica tenga verdaderos problemas fundamentales que hacen que les resulte más difícil imitar el ejemplo de Asia. Tal vez la brutal experiencia colonial haya dejado a sus estados demasiado frágiles para fomentar el desarrollo. Tal vez haya perdido el tren de la era de la manufactura que permitió a los países asiáticos transformar sus economías.
Alguna de esas dudas recuerdan el instinto de destino. La verdadera ingenuidad podría ser creer que las cosas seguirán igual, o no darse cuenta de los cambios importantes que ya están produciéndose.