Están lejos las puntas de un acuerdo tripartito

    Por Rubén Chorny

     

    Casi con las fiestas de fin de año encima y los vencimientos de deuda en infartante asedio al puñado de dólares que le quedarían al Banco Central para no incumplir, la firma de un papel cualquiera sea con el principal acreedor, el Fondo Monetario Internacional, asumió el lugar excluyente de una agenda veraniega de la política nacional, prematuramente instalada.

    Pegó fuerte en un nebuloso contexto como el que tiñe a la economía argentina el último reporte de la analista de Eco Go, que en dos años consecutivos obtuvo el primer premio que otorgan la consultora Focus Economics y Latin Focus por los aciertos en los pronósticos que hacen bancos, consultoras y otras instituciones internacionales.

    Según plantea el informe, se firme o no se firme un acuerdo, ninguno de los dos caminos parece sencillo para un Gobierno que aspira a que Juntos por el Cambio no gane en 2023:

    • si no firma, se profundizarían los desequilibrios actuales que se observan en el dólar y los activos financieros, lo que se traducirá en una inestabilidad compleja de manejar en términos políticos;
    • si lo firmara debería aceptar determinadas condiciones que al menos en 2022 se reflejarán en mayor inflación y menor crecimiento luego del fuerte rebote de este año.

    Ex mano derecha de otro pronosticador exitoso como el recordado Miguel Bein, recibida en la UBA y Master en Políticas Públicas de la UTDT, con trayectoria en el sector público como subgerenta de Análisis Macroeconómico del BCRA y jefa de asesores de la Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía, escribió junto al politólogo Daniel Kerner un libro de lectura imprescindible para entender la grieta que aleja cualquier posibilidad de diálogo. Lo acaba de publicar editorial Perfil: Tiempo perdido.

    Algunas veces interlocutora tanto del ministro Martín Guzmán como de referentes de Juntos por el Cambio, recibió a Mercado.

     

    Acuerdo antidefault

    –¿Qué podría suceder si se llega a marzo y solo se firma un acuerdo con el Fondo de mínima y a las apuradas para evitar el default?

    –Que seguiremos dando vueltas, en el mejor de los casos, con un programa mediocre que continúe acumulando distorsiones y una tasa de inflación cada vez más alta. No creo que a la oposición le convenga ese escenario. Deberían encontrarse mecanismos de cooperación en la política para poder de una vez corregir y empezar a construir un país.

     

    –¿Es creíble para los agentes económicos la voluntad que afirma tener el Gobierno para negociar un acuerdo con el Fondo?

    –El Gobierno dice vamos a ir a negociar con el Fondo, pero reformas estructurales no, bajar el gasto tampoco, lo que propone subir impuestos. En el medio hay un reloj de tiempo que corre permanentemente.

     

    –¿Llegaría al deadline del default en marzo administrando en cuentagotas las reservas, como parece que está haciendo?

    –No se llega a marzo. No hay reservas suficientes, El acuerdo tiene que cerrarse antes. Cuanto más que se acerque la fecha, más tensión habrá en el mercado. Al Fondo hay que pagarle ahora en diciembre, en enero, febrero, ya hasta marzo no alcanza. Pero además vencen un montón de pesos. No hay dólares para pagar. Al Fondo hay que cancelarle 19 mil millones este año y otro tanto el año que viene. La pared de vencimientos con el organismo obliga sí o sí a negociar.

     

    –¿El Fondo llega a esta instancia de negociación más blando o más duro que al principio?  

    –En 2019 había una economía que había ajustado y margen para hablar. Un Gobierno nuevo, con caudal político, un Fondo Monetario dispuesto a sentarse rápido a negociar, con vencimientos que arrancaban un año y medio después, una consolidación fiscal que estaba hecha, pero necesitaba frenar la inercia del gasto que se hizo y una reestructuración rápida de la deuda con privados. Hoy la historia es distinta: una inercia inflacionaria más alta, una dispersión de precios relativos mucho más alta, una brecha cambiaria que del 20% en aquel momento pasó al 120% actual. Por lo tanto, el diagnóstico es distinto y la dosis de medicina que se necesita también lo es.

     

    –¿Aceptaría ahora un control de cambios para firmar un nuevo acuerdo?

    –El control de cambios lo acepta, como pasó con todos los controles de capitales que hizo Macri, pero vivir con este cepo no es viable. La brecha cambiaria arriba del 120% es la mayor transferencia de ingresos que existe en el país, el mayor subsidio que tiene la economía argentina. Los dólares a 100 se tienen que comprar en el paralelo a 220.

     

    –¿Cómo imagina la negociación que viene?

    –Ellos fijan una meta de crecimiento de las reservas, lo cual implica una menor absorción interna, menor nivel de importaciones, o sea, menor nivel de actividad. De alguna forma el programa tiene un dejo contractivo. El Gobierno dice que lo dejen ajustar creciendo. Pero montado sobre este balance del Banco Central es muy difícil porque hay una complejidad adicional que la existencia de un nivel de pasivos remunerados muy altos, las Leliqs, para un Banco Central que no tiene reservas. Si la idea es estabilizar con tasas de interés, se crea una bola de nieve con las Leliqs. En consecuencia, se requiere un programa integral, que juegue con la nominalidad y que lo ejecute un Gobierno con caudal político y de consensos para distribuir los costos de un ajuste que se tiene que hacer.

    –¿Cuál sería la salida políticamente viable pero también digerible para el Fondo?

    –Un plan de estabilización que arranque con una consolidación fiscal, creo que podría ser un sendero gradual. Siempre pensó que el gradualismo era la agenda, siempre que no sea inconsistente y se aplique a condición de que haya financiamiento.

     

    –¿Cuán duro sería el ajuste a implementar?

    –A esta misma altura de 2015, el salario estaba adelantado, con tarifas y dólar atrasados. Hoy las tarifas están un poco menos atrasadas, un dólar que tampoco está tan atrasado aunque con el doble de brecha cambiaria. Pero el nivel de salario real se encuentra 20% abajo, que en los sectores informales llega al 30% abajo. O sea que la gente hizo un ajuste muy grande, y encima se presenta otra necesidad de ajustar para tener un programa de estabilización. E ir a las reformas estructurales que apuntalen la competitividad sistémica.

     

    –¿Devaluar, sí o no?

    –El Gobierno hoy dice que no quiere devaluar. De hecho, el dólar sigue con el 1% mensual después del 14 de noviembre, cuando todos esperaban que arranque con un crowling peg. La discusión es si se mueve con esas minidevaluaciones o con un salto discreto. El crowling peg condena a tasas de inflación más altas, mientras el salto discreto produce un shock inflacionario más alto de entrada, que depende de cómo se amortigua del lado de la política, pero con margen para estabilizar si se cierra fiscalmente generando un programa de consistencia, de estabilización, que es lo que hoy no está.

     

    –Hay un debate sobre la conveniencia de desdoblar el mercado de cambios para no devaluar, ¿cuál es su posición?

    –No sirve desdoblar el cambio, hay que resolver la brecha. Si el tema es la administración de la escasez de reservas, llámense desdoblamientos, corte del financiamiento de la compra de pasajes con tarjeta, son paliativos de muy corto plazo que no resuelven nada. Se necesita un programa que equilibre los precios relativos, lo fiscal, que corte el financiamiento monetario y que permita empezar a recuperar reservas, lo cual no es expansivo sino recesivo.

     

    –¿Se pueden actualizar tarifas para bajar medio punto los subsidios sin caer en tarifazos que echarían más leña al fuego de la inflación?

    –Es un verdadero problema, porque con una inflación del 50% anual, cualquier precio que suba por debajo se atrasa. La capacidad de compra de las tarifas en los últimos dos años y medio, con una inflación acumulada de 90%, se atrasó. Lo que se hizo desde mediados de 2019, cuando fueron congeladas hasta hoy, equivale a lo que hizo el Gobierno de Néstor y Cristina Kirchner en seis años, básicamente porque en ese momento la inflación era mucho menor que la actual. Con lo cual para recomponer tarifas tienen que subir por encima de la inflación, y en un contexto en el que los costos son en dólares, tienen que hacerlo por arriba del tipo de cambio.

     

    –Si se persiste en mantener una inflación alta para financiar una mayor tasa de crecimiento que la de un ajuste típico, ¿tendría resto la maquinita para aportar la diferencia?

    –La maquinita daría si se pudieran retirar los pesos. Pero como se emite para cubrir el agujero fiscal, la deuda la toma el Banco Central. De todos modos, hay que destacar que la demanda de pesos está mucho más estabilizada de lo que todo el mundo hubiera pensado en una coyuntura como la actual. Lo que sucede es que tiene impacto sobre las cantidades y sobre la brecha y la inflación. El nivel de actividad creció este año un 10% contra una caída del 10% el año pasado, o sea que la recuperación fue mucho más rápida que lo que muchos pensábamos. El problema es que ese crecimiento no se sostiene en el tiempo porque Argentina requiere dólares, que son los que faltan. No son tensiones de crecimiento lo que hay, sino un nivel preocupante de inestabilidad macroeconómica, en un contexto de inestabilidad financiera que se agudiza a medida que nos acercamos a marzo sin que haya un acuerdo con el Fondo.

     

    –Si defaultear no y firmar un ajuste tampoco, ¿queda algún camino alternativo?

    –No parece. Hay que entender que el Fondo no es un organismo, sino la conjunción de los países Defaultearle al Fondo es defaultearle al mundo. Los países que tuvieron atrasos son pocos y tardaron muchísimo tiempo en salir. Entrar en atrasos con el Fondo es un camino de ida, con el cual están coqueteando. Creo que el Fondo no tiene incentivos para los atrasos, pero este juego de gallina, en el que primero querían torcerle los estatutos en términos de plazos y tasas, y ahora los aceptan… Se podrían haber conseguido un año atrás cuando Cristina mandó la carta… hoy pareciera que no está: dijeron que aceptarían los 10 años a las tasas actuales. El Gobierno se sigue corriendo.

     

    Tiempo perdido

    Un pasamanos de seis años de herencia, manejo de la herencia y manejo de la herencia de la herencia.

     

    La economista Marina Dal Proggetto escribió un original ensayo sobre la grieta a cuatro manos con el politólogo Daniel Kerner, director para América Latina de Eurasia Group, la principal compañía mundial de análisis político. Fueron como dos pianistas del siglo XVII de los que empezaron a interpretar al unísono en un mismo teclado sonatas de Bach o Mozart.

    La portada del libro ilustra la conclusión convergente de ambos: una embarcación que hace agua, azotada por una tempestad de billetes de 1.000 pesos, en la que van Cristina Kirchner y Mauricio Macri, cada uno en un mástil de babor y estribor, y un Alberto Fernández empequeñecido que rema.

    “La idea de que un politólogo y un economista escribieran juntos es entender que la recepción presupuestaria con la que pensamos los economistas choca con la recepción política con la que piensan los politólogos. No es ni una ni la otra; hay momentos en que la recepción presupuestaria define los hilos y hay otros en que es la política. Si es solo la política lleva a los desatinos que se ven”, explica Dal Proggetto.

    Asiente Kerner, quien directamente descree que, en general, los líderes políticos se hayan puesto a pensar seriamente qué reformas hay que hacer y, sobre todo, cómo hacerlas, en un marco en el cual las instituciones son débiles y el Estado es muy grande e ineficiente.

    En el prólogo, Alejandro Katz saca como conclusión que “arrastramos una sucesión de malas decisiones”. La coautora amplía: “las políticas tratan de maximizar el corto plazo, y así, cuando no hay grado de libertad, los problemas se encaran, pero cuando lo hay se los patea para adelante”.

    El análisis económico–político abarca parte del relevo gubernamental en 2015 y llega a las PASO de 2021, seis años en los que vinieron alternando dos administraciones de signo opuesto, encerradas en sus propias “verdades”, incapaces de dialogar y debatir sus ideas para enriquecerlas.