El presidente norteamericano Joe Biden se encuentra ante un dilema: si bien las tierras raras (como el cerio y el itrio) son necesarias para lograr tecnologías verdes, su extracción y su procesamiento son contaminantes y dañan el medio ambiente.
Esos materiales se obtienen por lo general en China y Estados Unidos intenta desde hace años alentar su propia industria. Los riesgos de depender de China se pusieron en evidencia cuando en 2010 China decidió suspender la exportación de esos elementos a Japón, una disputa que se llevó ante la Organización Mundial del Comercio.
Cuando aumentaron las tensiones con China, la administración Trump autorizó al Pentágono a comenzar las concesiones a compañías para comenzar la producción local.
En este momento Estados Unidos tiene una mina de tierras raras en condiciones operativas– Mountain Pass – en California. Pero Molycorp, el único gran productor de tierras raras en el país, quebró en 2015 y la mina se cerró en aquel momento. El Departamento de Defensa promueve la reanudación de las actividades financiando a MP Materials, una compañía de capital privado que ya comenzó las excavaciones.
Aun así, una vez extraídos, los materiales deben enviarse a China para su procesamiento porque Estados Unidos carece de la cadena de suministro completa para procesar los materiales y volverlos utilizables. O sea que sin capacidad de procesamiento, hay que terminar enviando todo a China.
Muchas minas nuevas van a necesitarse si se desea obtener la cantidad de tierras raras que necesitan los autos eléctricos, pero deberán encontrarse nuevos métodos de extracción más ecológicos que los actuales.