Por una parte, la economía de Brasil comienza a remontar a un ritmo que, si bien lento, podría alcanzar 3.3% de crecimiento en 2021 tras caer 4.1% en 2020. Si bien la magnitud de la recuperación es débil y está amenazada por la pandemia, el ciclo se coordina con la recuperación en Argentina.
En segundo lugar, las expectativas de una gran sequía por el fenómeno La Niña han cedido, dejando lugar a un escenario climático más benigno que reduce las pérdidas previstas para la cosecha gruesa.
En tercer lugar, los precios internacionales de las commodities agrícolas -soja, maíz, trigo, leche-han experimentado un salto que las coloca en niveles récord que podrían eventualmente sostenerse más allá de este año, definiendo un nuevo “superciclo” para las materias primas.
A estos factores que ya permiten augurar un aumento del superávit comercial para 2021 –en un escenario de restricciones crecientes a las importaciones– se le ha sumado recientemente la probable aprobación por parte de los ministros de finanzas del G7 y del FMI de una ampliación –que podría ser no condicionada– de los Derechos Especiales de Giro asignados a los países miembro.
Ello daría a la Argentina el equivalente de unos US$ 3500 millones que engrosarían las reservas. Estos recursos son “maná del cielo” para la coalición gobernante, que por esta combinación de factores podría transcurrir todo el 2021 pagando los servicios de deuda con los flujos que inesperadamente llegan, sin necesidad de refinanciar deudas “sometiéndose” a las exigencias de ajuste del FMI.
El viento de cola que experimenta la Argentina puede ser visto como un bono que potenciaría el crecimiento económico en un escenario normal. Pero en un contexto en el que se privilegia en extremo el corto plazo (típico de gobiernos populistas), el bono puede convertirse en una maldición, tal como lo han sido los altos precios de las materias para muchos países, desde los petroleros a los dependientes de otras exportaciones primarias, por el desplazamiento de otras actividades ante el boom de precios.
La “maldición de las materias primas” es en buena medida el reflejo de otra “maldición”, la de los gobiernos populistas miopes que diseñan –por voluntad o incapacidad– programas que solo pueden sostenerse con “viento de cola”. Esta vez las cosas tampoco serán diferentes.
El viento de cola de hoy alimentará una burbuja insostenible de precios relativos que seguramente seguirá realimentando la incertidumbre y paralizando decisiones de inversión. Ese escenario reduce el crecimiento potencial, a lo que se puede sumar una eventual reversión a la media de las condiciones externas –es decir un retorno a un escenario menos favorable–. Por ahora el 2021 luce bien, pero no hay que olvidar que la tormenta de Santa Rosa siempre llega.
(*) Economista de FIEL-