Hay que resetear todo – Capítulo 3: La sociedad

    Sumario – Capítulos

    1. El mundo
    2. La tecnología
    3. La sociedad
    4. La educación
    5. La geopolítica
    6. Las ideas
    7. El capitalismo
    8. La empresa
    9. Los negocios
    10. El management
    11. El marketing
    12. El talento y los recursos humanos

     

    CAPÍTULO 3 | La sociedad

    Distinguir entre lo grande y lo pequeño

    La devastación precedió al Covid y el desierto crece

    Ya mucho antes del virus se habían aniquilado los vínculos auténticos, las identidades, la justicia social, la conciencia humana, la relación con la propia alma, el ecosistema… Pero para la verdadera espiritualidad, todo lo que ocurre es un signo, un llamado al despertar.

    Por Leandro Prinkler (*)

     

    Desventurado quien alberga desiertos.” Esta frase de Así habló Zaratustra de Nietzsche anuncia la devastación, la desertización. A este desierto se refiere T. S. Eliot en La tierra baldía como imagen del Occidente desacralizado, una expresión de la literatura artúrica: se ha extraviado el Grial, y el suelo se vuelve yermo al perder contacto con la Gracia de Dios. The Vaste Land es la metáfora para el mundo contemporáneo.

    La devastación es el avance del nihilismo; diferente de la destrucción, que puede dar lugar a un nuevo comienzo. Si en el momento actual nos encaminamos por un proceso de renovación o de aniquilación no resulta posible saberlo. Toda situación crítica reclama con urgencia la movilización de fuerzas especiales.

    ¿Pero qué fuerzas surgirán, ¿cuándo pesimismo y optimismo son dos caras de la misma estupidez? La Pandemia (en su sentido etimológico de “toda la población” en una escala mundial) es un fenómeno único en la historia y exige una conciencia profunda, no una reacción inmediatista.

    Porque más allá de la solución práctica –y muy deseable– de la curación del virus, la devastación se ha instalado mucho antes del Covid. Ha aniquilado los vínculos auténticos, las identidades, la justicia social, la conciencia humana, la relación con la propia alma, el ecosistema, y más…

    Ante la falta de un sentido trascendente de la existencia, las sociedades más “avanzadas” se han dedicado a vivir la vida de la manera más anodina posible, en la satisfacción de una voracidad consumista, del hedonismo mezquino de un voyeur de imágenes virtuales.

    Tal situación –ya prevista por Guénon, Heidegger, Jung y otros pensadores auténticos– desembocó en lo que Michel Foucault denominó “la victoria de los discursos corrosivos”, de los que él mismo fue el principal representante.

    La patria, la familia y la religión aparecen como “dispositivos de poder” necesarios para disciplinar a los individuos hasta el siglo XIX, pero que devinieron en instituciones molestas para la expansión del control de la población mundial del llamado neoliberalismo, que necesita seres aislados, consumistas perfectos, sin identidad ni convicciones.

    Esta descripción –que se puede encontrar en la obra de Byung Chul Han– no llega a dar cuenta de cómo lo que se interpreta como una liberación de instituciones perimidas es una esclavitud de hipnotizados. Pues el Nihilismo en su sentido radical implica la pérdida de toda jerarquía. Y jerarquía significa etimológicamente el poder (arkhé) de lo sagrado (hierós). Y cuando no hay una justa jerarquía en una cultura, se atrofia el sentido para distinguir entre lo grande y lo pequeño en una nivelación hacia abajo de todas las cosas.

     

    La fuente de la vida

    En todas las épocas y latitudes se ha reconocido con agradecimiento el poder de la fuente de vida que impregna la existencia en el mundo. Este principio divino fue llamado con distintos nombres: Tao, Brahma, Ahura Mazda, Wakantanka, Quetzatcoatl, Viracocha. En el monoteísmo (hebreo, cristiano, islámico) están los signos imborrables de que todo lo existente proviene de una misma realidad, cuyo misterio ha sido inscripto en el corazón humano.

    De los tiempos de la Ilustración y la sana razón de la que se jactó Voltaire se ha heredado la interpretación reductiva de la mente moderna, que ideó el problema de la Teodicea: ¿cómo es posible que Dios, benevolente y todopoderoso, permita la existencia del mal en el mundo?

    Voltaire afirma que Dios se preocupa tanto de los seres humanos, como el capitán de un barco de las ratas del sótano, ante la desgracia del célebre terremoto de Lisboa (1755).

    La actitud racionalista –el ¿cómo puede Dios permitir eso?– tiene su origen en una concepción vulgar e infantil de lo que Dios significa, una idea en la que está ausente el misterio esencial. Desde entonces la profanación resulta obscena; y la fe ha sido reemplazada por un proyecto tecnológico-plutocrático de autómatas orgullosos de su propia “libertad”. Mientras tanto la vitalidad del Islam crece –inmersa en problemáticas geopolíticas– y se proyecta como una poderosa sombra de la cultura europea.

    Ante tanta mecanicidad surgió entonces en la Tierra Baldía la espiritualidad como “una reacción pacífica contra la esclerosis de las religiones” –expresión de R. Panikkar–.

    En esta atmósfera compleja proliferan supuestas sabidurías y ejercicios de todo tipo que en su mayor parte no se apoyan en ninguna cadena auténtica de transmisión y se entregan cómodamente a la comercialización.

    Pero para la verdadera espiritualidad todo lo que ocurre en el mundo es un signo, un llamado al despertar. Y mientras no se lo acepta, el desierto sigue creciendo.

     

    (*) Profesor de Lengua y Cultura Griegas de la UBA y en Malba Literatura

     

    Problemas de credibilidad crecientes

    Nos cayó un piano de cola en la cabeza

    Ni todo será igual ni todo diferente. El teletrabajo, que ya existía, es una de las modificaciones que perdurará. En el plano económico afectará particularmente la compra y la venta de bienes; quienes hoy tienen un comercio deberían prestarle particular atención a esto.

    Por Juan Carlos de Pablo (*)

     

    El coronavirus es un hecho desconocido, que apareció de manera inesperada y abrupta, y está provocando daños importantes. Me saco el sombrero delante de todos aquellos que, tanto en el sector público como en el privado, están tratando de solucionar los problemas.

    Me sacan de quicio los funcionarios que inventan problemas que no existen, así como los analistas que “dan cátedra”, como si fuera posible saber.

    Hablar de la post pandemia es una distracción; la mente se tiene que focalizar en cómo se transita la “durante” pandemia y, más precisamente, la “durante” cuarentena, que no son lo mismo. Aplaudo al gobierno cuando diferencia geográficamente las restricciones, porque la probabilidad de contagiarse es distinta. No me gusta que para cualquier cosa haya que pedir permiso.

    No me sorprende, pero me conmueven, las múltiples manifestaciones individuales de la lucha por la vida; porque el ser humano no espera pasivamente la muerte, cuando no le permiten abrir su boliche o ejercer su profesión. Y también aplaudo los banderazos, los cacerolazos, etc.; que impiden que el gobierno intente solucionar problemas estatizando empresas, o modificando el Poder Judicial de manera sospechosa.

     

    Realidad heterogénea

    La realidad no son las fechas de la cuarentena, porque desde hace un buen número de semanas esto se está flexibilizando, por derecha y por izquierda. Muy probablemente abril de 2020 haya sido el peor mes, desde el punto de vista productivo; aunque, como siempre, la realidad es heterogénea.

    La creciente flexibilización demandará cambios por parte del presidente de la Nación, porque los problemas de (falta de) credibilidad serán crecientes. ¿Cambios de nombres; modificación del organigrama? Queda en manos de Alberto Ángel Fernández, quien deberá repasar con atención las experiencias de sus antecesores, Raúl Ricardo Alfonsín, en 1985, y Carlos Saúl Menem en 1991, cuando tuvieron que enfrentar la primera elección de sus respectivas presidencias.

    Superado esto, ni todo será igual ni todo diferente. El teletrabajo, que ya existía, es una de las modificaciones que perdurará. En el plano económico afectará particularmente la compra y la venta de bienes; quienes hoy tienen un comercio deberían prestarle particular atención a esto.

     

    (*) Economista, docente y ensayista.

     

    Conseuencias devastadoras

    Cooperación internacional en el mundo post pandemia

    Es llamativo que la irrupción de Covid–19 haya sorprendido al mundo tan mal preparado. A fin de cuentas, entre la peste bubónica en la Edad Media y el ébola de 2014-16 hubo muchísimas otras plagas de mayor o menor magnitud.

    Por Andrea Oelsner (*)

     

    El coronavirus sorprendió por la rapidez y el alcance del contagio. Y porque encontró un mundo con baja capacidad para dar una respuesta coordinada a la enfermedad.

    Sin embargo, el orden liberal internacional y su liderazgo norteamericano, que formaron la base de los mecanismos cooperativos multilaterales de la segunda posguerra, ya se encontraba en crisis incluso antes de que asumiera Donald Trump. El desafío chino no es del último quinquenio.

    Aun así, hay cuatro razones para pensar que en el mundo pospandemia resurgirá la cooperación internacional.

    1. La historia nos muestra que grandes crisis internacionales produjeron la búsqueda de grandes soluciones cooperativas. Así pasó después de las dos guerras mundiales, que condujeron a la creación de la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas. En particular, la Segunda Guerra Mundial también llevó a la fundación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, que está en el origen de la actual Unión Europea.

    La casi-guerra atómica de 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba, hizo que EE.UU. y la URSS crearan el “teléfono rojo”, y firmaran numerosos acuerdos de control nuclear en las siguientes décadas. Y después de la cuadruplicación del precio del petróleo en 1973, los países buscaron coordinar sus acciones a través de organizaciones regionales e internacionales para crear un contexto más predecible.

    1. Además, la gravedad de la pandemia hizo tomar conciencia a muchos escépticos (aunque no a todos, lamentablemente) de que las amenazas que enfrenta la humanidad no son difusas, abstractas y lejanas, sino concretas, reales y urgentes. Vivimos una pequeña muestra de cómo serán las próximas pandemias, desastres ambientales y derrumbes financieros.

    Como Covid–19 hoy, también las amenazas por venir tendrán consecuencias devastadoras a nivel sanitario, económico, social, político, infraestructural y más. Son amenazas que no se detienen en las fronteras ni respetan religiones, ni diferencian entre ricos y pobres.

     

    Cisne negro

    En el libro ¿Existe la Suerte? Las Trampas del Azar de 2001, el autor Nassim Taleb acuña el término “cisne negro”. Con él describe a profundas y rápidas crisis financieras que podrían tener un impacto extremo y que, solo en retrospectiva –¡pero no por anticipado!– se volverían predecibles. Justo antes de la pandemia el Banco de Pagos Internacionales (el banco central de los bancos centrales) publicó un informe en el que alerta sobre un ‘cisne verde’, una especie de cisne negro climático que será desastroso. Aunque no sepamos cuándo, ya sabemos que ocurrirá.

    1. Junto a la conciencia acerca de la gravedad, inmediatez y naturaleza de estas amenazas, surge también la certeza de que las soluciones serán conjuntas o no serán.

    De hecho, se observa un alto nivel de cooperación internacional en el campo científico, donde laboratorios e investigadores del mundo intercambian descubrimientos claves sobre el virus, y comparten datos y resultados de métodos de testeo, ensayos clínicos y protocolos en plataformas virtuales, incluida la de la OMS. La búsqueda de la vacuna es, también, un esfuerzo internacional.

    Los países europeos, que en un principio reaccionaron como si la UE no existiera, ahora crearon un fondo de recuperación multi–trillonario, mostrando que vieron el abismo de cerca. Este fondo contempla un instrumento de ayuda específico para los Balcanes, África y las partes más vulnerables del mundo. Como dijo la académica de Harvard Samantha Power: “esto no se termina para nadie hasta que no se termine para todos”.

    Por lo tanto, cooperar es la única opción.

    1. Pero sin un líder internacional con capacidad global, nada de esto alcanzará para coordinar eficientemente las acciones e intereses de una gran cantidad de actores estatales, intergubernamentales y no gubernamentales. Hemos visto que la ONU y la OMS no tienen, por sí solas, el peso político necesario. También está claro que China carece (¿por ahora?) de la proyección política que hace falta para esta tarea, que va mucho más allá de donaciones de barbijos y respiradores.

    La posibilidad de un nuevo gobierno en EE.UU. permite imaginar cambios. Biden seguramente proyectará de un activo modelo de compromiso global y regresará a los foros internacionales de los que Trump se retiró. Quizás muchas dinámicas internacionales no cambien con Biden, pero sí veremos a un EE.UU. menos aislacionista y más solidario (aunque más no sea porque le conviene).

    Todo esto facilitará la cooperación pospandemia.

     

    (*) PhD, directora de las Licenciaturas en Relaciones Internacionales y en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad de San Andrés

     

     

    Íntima relación entre lo sanitario, económico y climático

    Una crisis que invita a cambiar el rumbo

    El origen mismo de la pandemia producida por el Covid–19 parece estar asociado a temas ambientales, más precisamente a la relación del hombre con su entorno: el virus se transmite de animales a personas a través de la exposición directa o indirecta.

    Por Andrés Nápoli (*)

     

    Según la OMS, este tipo de virus ha sido el causante del 75% de las enfermedades infecciosas en la última década y ello está íntimamente relacionado con el achicamiento exponencial que sufren los hábitats naturales por el avance de la urbanización y las actividades económicas, principalmente de tipo extractivo.

    Lo cierto es que la actual crisis del Covid tiene una antesala tan negada como conocida. Porque esta crisis sanitaria que agravará la crisis económica de los países, se suma a otras precedentes, también de gran magnitud, como la crisis ecológica y climática, a las que el mundo sigue sin brindar respuestas.

    En este contexto, han surgido una importante cantidad de reportes que se empecinan en mostrar mejoras en los indicadores ambientales del planeta, como producto del parate económico que han producido las cuarentenas en los países.

    Dejemos algo en claro: no existen ventajas ambientales en una pandemia. Ninguna. Primero, porque cualquier parámetro reposa hoy sobre la base de un elevadísimo costo en términos de padecimiento humano, y el ambiente no puede ser entendido sino en relación con las personas, su salud, la preservación de la vida.

    Y en segundo lugar, porque no puede concebirse el ambiente disociado de la producción y la actividad económica sino, enmarcado en un modelo de producción y consumo que respete los ciclos y límites ecológicos y nos brinde la posibilidad de un bienestar para todas las personas.

    Por tanto, indicadores que surgen como resultado de la suspensión transitoria de actividades industriales y de comercio no pueden ser considerados como datos válidos, relevantes o permanentes.

     

    Peligro presente e inminente

    Tenemos que tener en cuenta que el impacto que pueda producir esta pandemia es, como lo reconoce el secretario general de la ONU, António Guterres, significativamente menor al que tendría una potencial crisis climática.

    La diferencia radica en que la emergencia de la Covid–19 nos coloca ante una situación de peligro presente e inminente que obliga a actuar ahora, mientras que la crisis climática –al igual que la mayor parte de los impactos que se producen sobre el ambiente– resulta acumulativa, incierta como el punto de hervor de la leche, que llega de un momento a otro y rebalsa el líquido sobre la hornalla.

    Pero que esto no sea motivo de engaño: aunque hoy parezcan graduales, las consecuencias eventualmente serán devastadoras.

    Sin embargo, y pese a la contundencia de lo planteado, la íntima relación entre la crisis sanitaria, económica y climática hoy todavía no es observada. Mucho menos abordada.

    La emergencia del Covid también nos demuestra que es posible y hasta necesario que, ante un evento con consecuencias catastróficas a nivel sistémico, se puedan adoptar medidas preventivas razonables para evitar males mayores, sin la necesidad de tener que esperar a que se produzcan evidencias de los daños, los que una vez ocurridos pueden tornarse irreversibles.

    Esto es lo que la comunidad ambiental denomina decisiones basadas en el principio precautorio, y es lo que habitualmente los gobiernos se niegan a hacer, bajo el argumento de que tomar medidas de control climático, sin contar con evidencia de posibles daños, podría perjudicar a la economía en lo inmediato. Ignoran que el cazo continúa sobre la hornalla encendida, donde el hervor es inminente.

    El mundo no será el mismo una vez superada la crisis de la Covid–19; de eso nadie parece tener dudas.

    Los cambios que se producirán serán muchos y significativos. No obstante, la pandemia no hará desaparecer los problemas subyacentes, sino que posiblemente, en el caso de los ambientales y climáticos, vuelva a prorrogar las acciones necesarias para enfrentarlos, olvidando incluso que el origen de esta crisis también está en la relación que como sociedad tenemos con la naturaleza.

    Por ello es mucho lo que estará en juego a la salida de la pandemia, y dependerá de las decisiones económicas que se adopten.

    En lo que hace a nuestro país, las propuestas que se conocen apuntan, como es lógico, a captar inversiones externas que promuevan la generación de divisas que el país necesita para expandir el empleo y afrontar sus compromisos internacionales, relativizando una y otra vez los impactos socioambientales que ello pueda producir.

    El escenario no es nada sencillo. Queda en claro, como decía Albert Einstein que “no podremos resolver los problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. Mientras tanto, la leche burbujea.

     

    (*) Director ejecutivo de Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN)

     

    No a las políticas a corto plazo

    Transición verde y justa por el desarrollo sostenible

    La pandemia ha demostrado que la voluntad de cambio y las oportunidades existen. Es momento de mejorar estrategias y gestiones a través del trabajo colectivo y de definición de políticas de cooperación, focalizadas en prosperar ante un contexto de vulnerabilidad social, económica y ambiental.

    Por Valentina De Marco (*)

     

    El mundo está atravesando una crisis sin precedentes. El Covid–19 ha generado el confinamiento de poblaciones, el cierre de fronteras, la interrupción de las actividades productivas y la contracción de la demanda.

    Este contexto, no solo ha exacerbado la crisis social y económica exponiendo la fragilidad de nuestros sistemas, sino que también ha originado incertidumbre y volatilidad en el ámbito financiero.

    Por otro lado, el Covid–19 no es la única lucha que enfrenta la humanidad. El cambio climático, debido a su carácter transversal, impacta de manera directa en las economías y sociedades. Ya se manifiestan algunas de sus consecuencias como el descenso de la productividad de las cosechas, la salud y economía de los sectores más vulnerables, el incremento de plagas y enfermedades, y el desplazamiento de poblaciones de su lugar de origen a causa de inundaciones.

    Ante este escenario, es necesario tomar medidas audaces, rápidas y creativas para planificar una recuperación de la economía, orientada al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

    Algunos países, como China y Alemania, ya se encuentran planificando esta reactivación mediante paquetes de estímulos económicos para el avance tecnológico y la transición hacia la “carbono neutralidad”. Otro ejemplo, es el de la Unión Europea, que destinará un total de €1.800 millones al apoyo de políticas modernas y a una recuperación sostenible y resiliente.

    Por otro lado, la región de América latina y el Caribe, de acuerdo con el informe de la CEPAL sobre los efectos económicos y sociales del Covid–19, enfrenta la pandemia desde una posición más débil que la del resto del mundo. Se pronostica una caída del PBI del 9,1%.

    Para una reconstrucción económica orientada a la descarbonización y a la adaptación al cambio climático, hay dos herramientas claves.

    • La generación de redes y alianzas multisectoriales y multiactor, para el intercambio de conocimiento y experiencias y para la viabilización de proyectos. Trabajar en red aporta diversidad, favoreciendo la elaboración de soluciones más creativas.
    • El acceso a financiamiento, ya que se requiere de inversiones de gran escala. La cooperación y el rol de Instituciones Internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la ONU, será esencial para garantizar este acceso, y para sostener el gasto social y la actividad económica con medidas innovadoras.

     

    Catalizar inversiones en la región

    El Acuerdo de París reafirma las obligaciones de los países más avanzados de apoyar los esfuerzos de los que están en vías de desarrollo, para construir un futuro limpio y resistente al clima.

    De esta manera, existen para la región diferentes oportunidades de fondos internacionales orientados a brindar soporte a través de mecanismos financieros, como lo son el Green Climate Fund( GCF), Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ), Global Environment Facility (GEF), Eurclima+, entre otras. Para acceder a los mismos, es fundamental contar con proyectos climáticos de triple impacto (social, ambiental y económico) y de largo plazo, que sean sólidos y viables.

    Resulta también necesario y estratégico, revisar y reforzar las condiciones que presentan los gobiernos para lograr atraer y retener inversiones extranjeras directas, entre ellas:

    • Fundamentos macroeconómicos del país: PBI, saldo de la Cuenta Fiscal, saldo de la Balanza Comercial, Deuda Pública total
    • Calidad del entorno interno para hacer negocios y protección legal contra riesgos políticos y normativos
    • Planes económicos consistentes
    • Estabilidad política y seguridad: gobiernos creíbles con planes a largo plazo
    • Transparencia de las inversiones y mecanismos financieros gubernamentales
    • Políticas de atracción de inversión extranjera directa coordinadas e integradas con las políticas de desarrollo.

    Un factor que podría dificultar el acceso a financiamiento internacional sería el incumplimiento de los países con sus obligaciones de deuda. Otra amenaza a la cual se enfrenta la región es que sus poblaciones vienen arrastrando cansancio y descontento por la falta de progreso económico y social, lo que ha generado un escenario de activismo.

    Esto podría llevar a que los gobiernos tomen medidas a corto plazo, buscando una especie de “alivio” inmediato. Sin embargo, significaría volver a la situación prepandémica, de fragilidad de los sistemas ante situaciones de crisis.

    Además, las políticas a corto plazo no son compatibles con la transición verde y justa hacia el desarrollo sostenible.

     

    (*) Ingeniera Ambiental especializada en Planes de Acción Climática (RAMCC).