Tal vez es una respuesta anticipada a los problemas que habrá que afrontar. Hay una inmensa crisis económica –muy superior a todas las que recordamos–; se acentúan tendencias como el nacionalismo y el autoritarismo en todo el planeta; la desigualdad es creciente y la brecha en el nivel de ingresos se acentúa.
Pero, sobre todo, está el cambio climático que, no tan rápido como el corona virus, es una amenaza tan grave como la plaga (hay quienes sostienen que la crisis de salud es solo un ensayo general para lo que vendrá). Sin hablar de la escasa diversidad, de la inequidad de género y del odio racial.
La misión del periodismo –incluido el de economía y negocios– es explicar la realidad, y desentrañar las conexiones entre esos procesos y anticipar los riesgos que sobrevendrán.
La gran duda que nos acomete a todos los que estamos en esta profesión, es si de verdad estamos a la altura de las circunstancias. Las publicaciones de negocios tienen el acceso, el contexto y la obligación de desentrañar las fuerzas que están en la base de todos esos problemas.
Pero estamos tan inmersos en el sistema, con un mecanismo de pensamiento repetitivo, con tanta renuencia a entender la magnitud de los cambios, que abundamos en las comparaciones históricas y en las analogías con el pasado, que no dejan ver la excepcionalidad de mucho de lo que está ocurriendo y de lo que sobrevendrá.
Hace 20 años, a nadie se le ocurría tocar un tema como la responsabilidad social empresaria. Era para académicos o consultores, pero no para empresarios cautivados por Milton Friedman. Hace apenas diez años, ocuparse de la sustentabilidad era propio de “algunos fanáticos verdes”.
Ahora, son estos los temas dominantes en la agenda de los directivos de empresas. Lo que se ha dado en llamar el soft management.
Sin hablar de la polémica sobre el capitalismo: ¿se murió?, ¿hay que reinventarlo?, o ¿qué cambios necesita? Algo impensable hace apenas cinco años.
Siempre se ha dicho que indagar sobre el futuro, permite entender el presente y de paso, explicar el pasado. Tal vez sea más cierto que nunca. Sin embargo nuestra tarea se ha visto restringida por nuestras propias limitaciones. Mirando hacia atrás, hacia la crisis financiera de 2008, ¿cuántos colegas la vieron venir y la anunciaron?
Tan encasillados hemos estado en nuestras maneras de pensar la realidad conocida y el conocimiento compartido con el entorno, que no se nos ocurrió avanzar sobre temas como la reducción de las emisiones de carbono que van más allá de los precios de las acciones o de los resultados financieros (lo mismo que les pasó a líderes empresariales, inversores y académicos con los cuales convivimos).
Un peligroso mecanismo mental que logra que incurramos en el riesgo de perpetuar desigualdades e injusticias en el mundo de los negocios.
Un nuevo tipo de periodismo
Si queremos una economía mejor y más inclusiva, necesitamos una forma nueva y más exigente de periodismo económico y de negocios, una que cuestione los supuestos sobre los que se desarrollan nuestras organizaciones, industrias y economías; una forma de periodismo que investigue no solo cómo están funcionando los sistemas que las gobiernan sino cómo podrían mejorarse; y que además prepare a los lectores para tomar medidas para mejorarlos. Dicho de otra forma, necesitamos un periodismo económico más progresista.
Pero progresista no en el sentido político que usualmente se le da al concepto; como algo instalado en el arco político como “de centro izquierda”. Sino en el sentido de innovar, avanzar, de ocuparse de nuevas ideas y descubrimientos.
Alguna vez hemos señalado como fue el tránsito de las teorías gerenciales que durante años se fueron alejados de los postulados de Milton Friedman, y de la ortodoxia del capitalismo en defensa del accionista, para evolucionar hacia una visión más equilibrada del propósito y los beneficiarios de la empresa.
Una compañía existe para servir no sólo a sus dueños, sus propietarios, sino también a sus trabajadores, clientes, proveedores, la comunidad y el ambiente que la rodean.
Sería una descripción más ajustada de aquellos cuyas vidas y sustentos se ven afectados por las decisiones de una compañía y cuyas necesidades deberían tenerse en cuenta. Pero deberíamos definir y entender cada uno de esos grupos con más cuidado y más inclusión. Para hacer eso bien, vamos a necesitar redacciones más diversas e inclusivas y, si lo hacemos bien, llegaremos a más lectores.
Será entonces una mejor manera de explicar por qué algunas empresas son más exitosas que otras. Podemos hacer que los ejemplos y datos que damos a los lectores para ayudarlos a mejorar sus compañías, sus inversiones y sus carreras muestren –en lugar de ocultar– las fuerzas estructurales que dan forma al éxito individual y organizacional.
Para ser innovadores e inclusivos debemos hacernos preguntas más fundamentales sobre las compañías que cubrimos. Antes de considerar si una compañía está triunfando –si es financieramente sustentable, si está mejorando con el tiempo, si está tratando bien a sus empleados, o si está haciendo un equilibrio adecuado entre sus stakeholders– tenemos que mirar más detenidamente su propósito (el verdadero, que a menudo no está claro en su declaración de misión). ¿Qué cosa útil se ha propuesto lograr? ¿A quién beneficia y a quién daña? Si lo logra, ¿cuál será su efecto neto en la sociedad y el ambiente?
Como el mismo mundo de los negocios que observamos, el periodismo de negocios puede ser más innovador, inclusivo y orientado hacia la solución de los grandes problemas. Esto es posible e incluso beneficioso ahora, porque la actual y la próxima generación de líderes empresariales e inversores así lo quiere y ellos se están convirtiendo en nuestros lectores más representativos.
Reflexiones en torno a la pandemia
- Lo que no es tendencia, sino un hecho, es que afrontamos “la interrupción de alcance planetario más abrupta de la actividad económica de la historia”, tal como afirma el economista británico Adam Tooze. Por ello, tal como indica el filósofo israelí Yuval Harari, “las decisiones que tomemos tendrán un impacto durante años y décadas y reconfigurarán el planeta”.
- Es un desafío humanitario a escala global. Millones de infectados y enfermos. Centenares de miles de muertos. Elevadas tasas de desempleo nunca vistas en economías sólidas y más pronunciadas entre los países emergentes y pobres. Los clientes tienen conducta diferente a la habitual, los empleados trabajan de maneras inimaginables hace pocos meses, las cadenas de suministro buscan un nuevo rumbo, y en especial los CEO del mundo tratan de redefinir y reinventar sus roles.
- Los temores, desafíos e incertidumbre creados por la globalización, el cambio climático, y la hegemonía de los grandes nombres en el campo tecnológico han alentado el recelo de la gente hacia las empresas en general. Pero hacia las más gigantescas, en particular. La reacción es la demanda de mayor regulación y cambios profundos en el gobierno de las empresas. Son temas que nos ocuparán intensamente en los próximos tiempos.
- No se puede dejar de pensar en la pandemia de la Covid–19 como un simulacro de incendio para los futuros desafíos globales. ¿Estaremos mejor preparados para responder a la emergencia climática y otros desafíos urgentes en materia de sostenibilidad como resultado de esta experiencia? Hasta ahora hemos aprendido, nos guste o no, que estamos completamente interconectados y somos totalmente interdependientes y que, sin solidaridad, especialmente con los más vulnerables, todos perderemos. Nadie ha quedado al margen de la pandemia durante las últimas semanas, lo que ilustra de manera muy concreta e inmediata cómo los desafíos mundiales como el cambio climático o la desigualdad entre los géneros nos afectarán a todos, aunque parezcan menos concretos o apremiantes en este momento.
- La verdadera batalla del momento se da en el seno del mismo capitalismo, entre dos modelos que se torean mutuamente y que difieren en sus aspectos políticos, económicos y sociales. Uno –el de Europa, Norteamérica y muchos otros países– es un sistema liberal meritocrático que concentra la mayor parte de la producción en el sector privado, permite que triunfe el talento e intenta garantizar oportunidades para todos con, por ejemplo, educación gratuita. El otro, dirigido por el Estado y representado principalmente por China, privilegia el crecimiento económico y limita los derechos políticos y cívicos de los individuos.