Sustentabilidad: el compromiso sometido a su más dura prueba


    Después de varias décadas de ejercicio ininterrumpido del periodismo (la mitad de ellas como director de Mercado) tuve la arrogancia de creer que “me las sabía todas”. Que podía predecir el comportamiento del alto nivel gerencial en circunstancias dadas, que podía imaginar su reacción y anticiparme a ella.
    El coronavirus puso las cosas en su lugar. Lo que era usual, no lo es ya ahora.
    Explico: en julio, como lo hacemos siempre en los últimos años, dedicamos un informe especial a Sustentabilidad, un tema de enorme significación ahora y en los tiempos venideros. Le atañe directamente a la empresa, a su propósito y a su responsabilidad.
    Sin embargo, en medio de esta crisis supuse que habría menos interés en las empresas por enfrentar “la hora de la verdad”. En resumen, las empresas podrían decir: “Ahora que estamos perdiendo plata y casi sin producir, que no damos ganancias, suspendamos esto hasta que haya una recuperación”.
    Con esa lógica en mente, organizamos un informe menor en extensión. Sorpresa. Además de la usual introducción sobre lo que ocurre en el escenario global, un numeroso grupo de empresas de primer nivel decidieron participar y opinar sobre el tema y la circunstancia. Con lo cual el informe resultó mucho más extenso que la idea original.
    El tema tiene varias conexiones. Veamos las consecuencias de este entrelazamiento.
    En los últimos años creció un fuerte sentimiento –y su consecuente acción– en pro de un capitalismo responsable. Un concepto que sorprendía al pensamiento tradicional en este campo. La sustentabilidad como eje de la lucha contra la inequidad social, el desesperado combate por reducir el deterioro del clima y del ambiente, se convirtieron en el corpus de doctrina compartido por empresarios y directivos del mundo de los negocios.
    Con viento de cola del crecimiento económico y con alta ocupación laboral, todos clamaban por reducir las emisiones de carbono. Pero ahora todo cambió. La cuestión es si todos estos principios sobrevivirán al Covid-19.
    Según sea la conducta de las empresas antes y después de la pandemia, surgirán santas y pecadoras. El año pasado el mundo escuchaba a las grandes corporaciones globales prometer convertirse en respetuosas de todos los grupos afectados por su accionar. Este es un buen momento para honrar aquellas promesas.
    También las estrategias de inclusión y diversidad peligran en medio de la pandemia, pero son decisivas para la recuperación y la resiliencia de las empresas. Una consecuencia no buscada –sostienen algunos analistas– podría ser que las empresas se concentren en sus necesidades básicas más apremiantes.

     

    Terremoto colosal

    Covid-19 está sometiendo a las empresas de todo el mundo a un terremoto sin precedentes. En el mediano plazo, muchas verán desaparecer sus ingresos casi totalmente, con sus cadenas de suministro y operaciones interrumpidas, problemas de liquidez y de solvencia. Otras, por el contrario, están viendo crecer la demanda a niveles nunca imaginados.
    En el mediano plazo, se van a operar cambios en el consumo, en la fuerza laboral y en las regulaciones. Las personas a cargo de las empresas van a necesitar mucha habilidad para resolver problemas y mucha resiliencia para encontrar un camino viable, en lo económico y social, para llegar a la “próxima normalidad”.
    Así lo advierte el último informe de la consultora McKinsey, “Diversity during Covid still matters”.Los autores dicen que las experiencias obtenidas en otras crisis muestran que la inclusión y la diversidad (I&D) podrían volver a retroceder como prioridad estratégica de las organizaciones.
    Una consecuencia no buscada podría ser que las empresas se concentren en sus necesidades básicas más apremiantes: medidas urgentes para adaptarse a las nuevas formas de trabajar; consolidar las capacidades de la fuerza de trabajo y mantener la productividad; la idea de conexión y la salud física y mental de sus empleados.
    En todos los campos, el de la salud, de la educación o el de la deuda global, hay una profunda necesidad de acordar un nuevo contrato social. La crisis ha puesto de relieve las fallas que se venían afianzando en nuestras sociedades por décadas. La percepción, en todo el planeta, era que “el sistema” no estaba operando bien.
    Desde otra perspectiva, los observadores coinciden en que estamos presenciando el final de la era analógica, esencialmente en la forma en que obtenemos y usamos la información. Por ejemplo: los teléfonos celulares se han convertido en la fuente central de la data vinculada a “la inteligencia pública”. Al punto que incluso se usa para rastrear la circulación del corona virus.
    Por todo esto, Sustentabilidad y sus enfoques conexos son la nota de Portada de esta edición que se despliega a partir de la página 26, aunque además el tema se vincule con varias otras secciones de este mes.
    Son circunstancias ciertamente inéditas. A la pandemia, hay que sumarle en simultáneo, una crisis económica distinta, una crisis en el clásico modelo de la democracia representativa, una tormenta mundial sobre comercio y proteccionismo, y una lucha sin cuartel por la hegemonía mundial.
    Tal vez la famosa “nueva realidad” tenga que ver con la aparición de ideas y soluciones nuevas que hoy ni siquiera imaginamos.